Lo que sucede en Rosario, a la larga, termina reflejándose en Tucumán

Lo que sucede en Rosario, a la larga, termina reflejándose en Tucumán

Tucumán nunca será Rosario porque no tiene puerto para despachar grandes cantidades de drogas. Pero lo que sucede en esa ciudad, tarde o temprano se refleja en estas tierras. Primero fue la aparición de los clanes que llegaron acompañados por un incremento de homicidios (por sólo citar un delito) y después, el sistema de comercialización de droga en “quioscos” y en búnkers.

Como fueron Los Monos o Los Alvarado, figuras destacadas del nuevo hampa rosarino, Miguel “Miguelón” Figueroa se transformó en el primer acusado de amenazar a funcionarios judiciales para evitar ser condenado en un debate oral. En Tucumán, este acto intimidatorio pasó desapercibido.

Sólo el gobernador Osvaldo Jaldo puso el grito en el cielo por la intención de suspender los juicios en contra del condenado por narco. Ningún referente de los otros poderes del Estado cuestionaron el acto intimidatorio. Lo mismo ocurrió en Rosario y en la actualidad, esa ciudad es considerada el peor ejemplo en todo.

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