Malvinas: viaje al reino de los pingüinos que pescan en las aguas oscuras del Atlántico Sur
Una travesía todoterreno digna de un rally es la antesala al descubrimiento de la colonia de la fauna icónica del archipiélago. En Volunteer Point, los pingüinos reyes hacen “avistaje de seres humanos” y, cuando tienen hambre, se dirigen en fila india hacia la playa.
PUERTO ARGENTINO/STANLEY-Volunteer Point.- Todavía quedan reinos naturales. Volunteer Point (Punto Voluntarios), al oeste de la Isla Soledad, en Malvinas, es uno de ellos. Se trata de una pingüinera paradisíaca: la expresión cabal de la Creación. En esa colonia mandan unas aves que llegan a medir 95 centímetros y que con justa razón poseen “título nobiliario”. Son los pingüinos reyes. En Volunteer Point, estas criaturas hacen “avistaje de seres humanos” en el espacio donde plantaron su colonia y, cuando tienen hambre o se cansan de ser admirados, enfilan de a uno o en pequeños grupos hacia la playa. Ese espectáculo ocurre en un entorno magnífico de praderas, arena y aguas turquesas apenas molestadas por las olas.
El show de los pingüinos reyes es una de las excursiones paradigmáticas de las Malvinas y, por lo mismo, formó parte del circuito para la prensa de cinco países de Sudamérica organizado en marzo por el Falklands Islands Government (FIG por sus siglas en inglés), viaje en el que participó LA GACETA. La visita a Volunteer Point en las Islas equivaldría a caminar por el borde del Sena en París. Los turistas de cruceros que bajan por el día en Puerto Argentino/Stanley se desesperan por subirse a las camionetas Land Rover que aguardan en la orilla. Los visitantes tienen en la cabeza la postal de la pingüinera y van por la suya. Lo que pocos saben es que esos ejemplares de pecho blanco con “collar” anarajando, cabeza pequeña y pico filoso son capaces de sumergirse 300 metros en el Atlántico Sur. Para seguir con la comparación francesa, esa profundidad puede ser equiparada a la altura de la Torre Eiffel.
Los pingüinos reyes buscan su pesca en las aguas oscuras del océano. Por eso se los denomina “cazadores épicos”. Su biología está por supuesto preparada para tales inmersiones: además de poseer aletas que les permiten nadar hasta 10 kilómetros por hora, disponen de una vista que los habilita a moverse como pez en el agua, por usar el lugar en común, en las zonas crepusculares del océano. Hasta esas sombras bajan para buscar comida. La dieta carnívora de los pingüinos reyes se basa en el calamar y otras variedades de pesca chica. Según la ficha de la National Geographic, tienen resto para devorarse diariamente un cardumen de 2.000 ejemplares. Pero ellos también son la cena de otra fauna acuática de mayor tamaño, como las orcas, y los leones y elefantes marinos que merodean acechantes por las Malvinas.
Las habilidades fuera de serie para pescar y bucear son, paradójicamente, lo último en lo que se piensa cuando se ve a uno de estos animales silvestres en acción en tierra firme. Es lógico: son seres tan gregarios, tan movedizos, tan ruidosos y tan simpáticos con sus pasos cortos y sincronizados que dan ganas de cargar unos cuantos y llevarlos a casa. Los isleños lo saben y, por eso, crearon el programa ambiental “adopt a penguin” que promete fotos, prendedores e informes a cambio de un aporte a la causa de la preservación de esta fauna. Es un consuelo válido para quienes con gusto los tendrían de mascotas sin importar que su piel huela a lo que comen: pescado. La organización local Falklands Conservation ofrece pingüinos reyes en adopción por 12 meses a 29 libras (alrededor de $ 37.000), desembolso que incluye el derecho a bautizar a uno de los cientos que pululan por Volunteer Point.
La brújula perfecta
El traslado hacia la pingüinera constituye una aventura en sí misma. El camino hacia esta colonia ubicada en el interior de una de las estancias más grandes del archipiélago, Johnson’s Harbour, ofrece a los kelpers la ocasión de demostrar su talento como conductores “off road”. El rally empieza cuando la huella de tierra desaparece y no queda otra opción que avanzar a campo traviesa.
Después de esta experiencia todoterreno se entiende la devoción que generan las viejas camionetas Rovers, como las llaman en las Malvinas. Exigidos al máximo, estos tanquecitos trepan por el barro y le encuentran la vuelta a la turba que disimula las piedras y a otros muchos obstáculos como si estuvieran equipados de una brújula perfecta. En esas condiciones muy desafiantes, cada Rover busca y arma su sendero, y resulta sorprendente advertir con cuánta facilidad lo encuentran. Desde luego no hay Google Maps ni señal de celular que ayuden a navegar en ese remoto espacio subantártico. Y por eso mismo los conductores que hacen el trayecto Puerto Argentino/Stanley-Volunteer Point no se atreverían a salir al “camp” (“campo”) sin la rueda de auxilio, la soga y la caja de herramientas necesarios para practicar una mecánica de primeros auxilios.
Tiene sentido que sea costoso y hasta incómodo acceder a la pingüinera más famosa de las Islas. De lo contrario, las multitudes ya habrían expulsado a sus reyes naturales, que se establecen en Volunteer Point para perpetuar la especie. A diferencia de otras variedades, estos pingüinos no hacen nidos sino que empollan los huevos con los pies durante los meses de verano. Es un acto de gestación extremadamente frágil y prolongado: una pareja de pingüinos se reproduce dos veces en tres años. Mientras uno de los procreadores busca la comida en el mar, el otro se queda a cargo del huevo o, eventualmente, del polluelo, que, una vez que rompe la cáscara, recibe el alimento por la vía de la regurgitación.
La crianza de un pingüino también lleva su tiempo. Es el lapso necesario para dejar la piel amarronada con la que nacen y que contrasta con el aspecto elegante de los adultos. En el invierno, las crías se quedan solas en Volunteer Point y subsisten con las reservas que acumularon en los meses cálidos. La pareja de procreadores mientras tanto realiza su itinerario marítimo: algunos ejemplares monitoreados llegaron a viajar hasta 1.800 kilómetros. Pero, hacia octubre, los reyes regresan con sus polluelos y siguen cuidándolos hasta que estos desarrollan las funciones para sobrevivir por sí mismos. Es un ciclo fantástico. La naturaleza escribe y reescribe el libro de la vida en Volunteer Point.