Todos quedaron desnudos

La semana dejó en jaque a la municipalidad de capital por el manejo del servicio de transporte. La crisis de esta actividad es un mal que va a cumplir un cuarto de siglo. Levantaron los subsidios y todos quedaron al descubierto.

Todos quedaron desnudos

El diccionario explica que un subsidio es “una prestación pública asistencial de carácter económico y de duración determinada”. Durante por lo menos dos décadas los concejales, intendentes, legisladores y autoridades gubernamentales tuvieron tiempo para leer esta definición. Tal vez alguna disminución física les impidió a centenares de hombres y mujeres públicos entender lo que dicen las palabras que ellos mismos utilizan. Tal vez las diferentes crisis no les permitió comprar un diccionario. Pero vale la pena subrayar lo que esos mamotretos dicen: “Los subsidios deberían tener una duración determinada”. En realidad, no pudieron darse cuenta de esta advertencia del diccionario por ambición, conveniencias, picardías, corrupción y negocios.

Cuando la Argentina salía de la trágica y mortal crisis de 2001 surgió la necesidad ineludible de los subsidios. Aportes que daba el Estado nacional y que crecían en forma desmesurada. Curiosamente, empresarios y algunos hombres públicos también tuvieron la suerte de engrosar sus patrimonios y comodidades en ese interregno. Mientras los dineros públicos crecían y atendían las necesidades del transporte de pasajeros nadie atendía el servicio del usuario. O, si lo hacían, no se notaba porque los vecinos, con el paso de los años, fueron esperando más tiempo a que llegue el ómnibus y se fueron subiendo a unidades cada vez más derruidas.

El servicio de transporte público de pasajeros pareciera que tiene un solo actor: los empresarios. Sin embargo es una actividad colectiva en la que participan dos actores públicos centrales como son los concejales y el Departamento Ejecutivo Municipal que se encarga de fijar el valor del viaje y de revisar el buen funcionamiento de la actividad. Sin embargo, en el último cuarto de siglo cuando algo no funcionaba las distintas partes tuvieron especial cuidado de echarse la culpa y no de sentarse a acordar soluciones.

Desde hace mucho tiempo también la receta de choferes, de empresarios, de ediles y de autoridades municipales tuvo dos ingredientes fundamentales: 1) sentarse a dialogar y 2) sincerarse. El diccionario dice que sincerarse significa: “hablar sinceramente con alguien, especialmente contándole algo que se mantenía oculto”. Pero una cosa es lo que decía y otra la que hacían cada uno de aquellos sectores.

En algún momento y cuando se buscaba dar en el busilis del problema algún empresario balbuceó que todo era por el costo político. El diccionario no se anima a explicar esto pero esas construcciones sustantivas son sinónimo de coima o de corrupción. Ante las cámaras y bajo los led del estudio de LG Play más de una vez se le preguntó a un representante de Aetat (la asociación que nuclea a los dueños de las firmas que circulan por las calles tucumanas) sobre el costo político aludido y dijeron que el vínculo con los representantes de la política era ejemplar, eludiendo la verdad. Hicieron mutis por el foro.

Ese botón alcanza como muestra de que la premisa de sincerarse es mentirosa. Lo oculto seguirá escondido. Los involucrados en la actividad tampoco están dispuestos a dialogar. Sólo han demostrado que son capaces de presionar y de especular pero nunca de solucionar.

Juego de las mezquindades

Esta semana fue el juego de las mezquindades. Y en ese juego nadie gana. Todos pierden. Cada cual atendió su juego, pero en ninguno participa usted, señor lector, ni tampoco cabe ningún ciudadano. Los empresarios dijeron basta. Los concejales se preocuparon en no salir mascullados de este tema así que ni siquiera se reunieron para analizar si debían o no aumentar el valor del viaje. Los choferes gritaron porque recibieron golpes donde más les dolía: en los despidos. El gobierno provincial dijo hasta aquí llego y no pongo más plata. La municipalidad de Capital recibió estos cimbronazos y quedó shockeada. Por lo tanto, no hizo nada. La intendenta Rossana Chahla estaba con los hermanos alemanes de Erfurt. Y, aquí en la ciudad nadie estuvo a la altura de las circunstancias. El secretario de Gobierno, Martín Viola, sólo pudo balbucear y trató de patear la pelota afuera como quien ganaba tiempo hasta que aterrizara la doctora. Dice la ley que cuando esté ausente el titular del Departamento Ejecutivo Municipal se debe hacer cargo el presidente del Concejo Deliberante. Por eso, Fernando Juri estuvo al frente del municipio y aunque tuvo la oportunidad, no resolvió nada. Este edil había sido uno de los pocos políticos que en la última década hicieron propuestas para avanzar hacia una salida de este laberinto. Sin embargo, todo quedó en proyectos o anhelos.

Actualmente, en el escenario político de la provincia hay alguien que por sus años, por su experiencia les lleva alguna ventaja al resto de los actores. Y, en esta oportunidad de orfandad, Osvaldo Jaldo aprovechó las circunstancias. En varios momentos intervino sin mostrar que lo hacía -como si fuera el fantasma Matías- y dejó en jaque al municipio de Capital que estaba sin su “lady mayor”, sin poner un peso para el servicio y sin claridad para actuar. Y, después de dejar en claro ese escenario, el Gobernador se preocupó en mostrar que él podía ayudar a volver a la normalidad el servicio. “Normalidad” es otra palabra que nada tiene que ver con lo que dice el diccionario. Los usuarios lo saben.

La Argentina vive otros tiempos. No hay sinceramientos, pero hay una política donde el Estado es diferente. Javier Milei les puso punto final a los subsidios. Y, como consecuencia de esa medida, quedaron todos desnudos. Esta vez este tipo de medidas le tocó al transporte público de pasajeros, pero ya la ciudadanía lo viene experimentando también en el costo de la energía y del gas. Al igual que estos servicios, sin subsidios la verdad estará en las tarifas, en el precio del viaje en ómnibus, boleto le dicen recurriendo a un término ya arcaico en esta era de la inteligencia artificial. Se habla de que el viaje debería estar cerca de un dólar, lo que representaría un valor dos veces y media del valor actual. Pero para protagonizar la escena que se viene esta semana están todos desnudos. Los estudios de costos no son transparentes. La política a seguir no es clara. Las especulaciones siguen a la orden del día. Sin embargo, así, desnudos como quedaron todos, tal vez puedan dialogar y hasta sincerarse.

“Normalidad” jurídica

Así como, en estos últimos días, los empresarios de Aetat pusieron el grito en el cielo, en el palacio de Tribunales se oyeron los bramidos de la jueza Carolina Ballesteros. La magistrada despotricó por la edad de algunos funcionarios judiciales como el vocal de Corte Antonio Estofán y del ministro fiscal Edmundo Jiménez. Pero también habló de que el juez Dante Ibáñez concurrió a una audiencia en estado de ebriedad. La Corte, en tanto, tenía a tiro de acordada sanciones contra la jueza. Ahora se le hará más difícil después de estas declaraciones. Paralelamente, el aquelarre en el que se han convertido los pasillos tribunalicios enumeran resoluciones de magistrados que se hacen sin la toga ni la venda correspondiente que exige la Justicia. Inconductas de jueces en su vida privada y resoluciones de otros que se apoyan en el poder de algunos actores y no en el equilibrio de la balanza jurídica, empiezan a hacer más críticos los días tribunalicios. La disposición de “bozales” a víctimas de violencia de género se anotan dentro de las irregularidades. Los magistrados, como en el transporte, parecen sufrir las consecuencias de tantos años de “normalidad” sin que nadie se preocupe de ella. A la Corte Suprema de Justicia le esperan días ajetreados porque si algo le cuesta -al igual que a los actores y a las actrices del transporte- es dialogar cara a cara. Hasta por zoom, ya les implica un problema.

Poco café, muchos chats

Como si no quisiera ver estos escándalos. O, simplemente, como si ya no pudiera soportar la falta de decoro esta semana se despidió para siempre el constitucionalista Luis Iriarte. En su fuerza cívica y en su potencia de hombre del derecho ya se había despedido hace unos meses advirtiendo que un cáncer le había puesto fecha de vencimiento a su vida. Como un regalo a su constante peregrinar por los caminos de la rectitud y de la calidad institucional la Corte Suprema de Justicia de la Nación, hace pocos días le había dado la razón sobre cuestionamientos a la deshilachada Constitución provincial. Iriarte fue un luchador incansable. Sus armas eran inusitadas y vetustas para estos tiempos: la Constitución y los libros. A este cronista le faltaron cafés para abrevar en su sabiduría, pero le sobraron e-mails y whatsapp para aprender de su humildad y de su ética.

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