La costa santafesina esconde miles de secretos e historias. El puente colgante sobre la Laguna Setúbal es un icono de la ciudad; tampoco deben obviarse los balnearios o la rica flora y fauna de la zona. No sólo las aves que ambientan el sonido de la zona, sino que también se observan pequeños reptiles, mejor denominadas como “iguanitas”, de diferentes colores. Tanto es así que aprovechan cualquier cavidad en el suelo para esconderse de los peatones. Las cañas de pescar son los utensilios más frecuentes del lugar. Muchos embarcan sus pequeñas canoas y lanzan los anzuelos con el fin de entretenerse por un momento. La imagen remite a una convivencia armónica entre la naturaleza y la obra humana. Dentro de toda esa mixtura de elementos se encuentra “El Quincho de Chiquito”, uno de los restaurantes emblemáticos de la provincia.
Carlos Monzón, Diego Armando Maradona, Carlos Saúl Menem, León Gieco, Marcos Maidana, Jorge “Locomotora” Castro… La lista de comensales podría ser interminable para este sitio que tiene 59 años de existencia (se fundó el 28 de Agosto de 1965). Con tan solo ingresar, el local expone diferentes fotos de las celebridades que probaron las recetas de Agustín Carlos “Chiquito” Uleriche. Incluso el local cuenta con un pequeño museo en el que se recorren los inicios del quincho y las diferentes etapas que atravesó.
"El Quincho" se convirtió en un clásico de Santa Fe
El comienzo dentro de la gastronomía litoraleña fue demasiado anecdótico para Uleriche. Según se sabe, “Chiquito” era un pescador artesanal que vendía lo producido a los acopiadores. Sin embargo, el hombre no desperdiciaba las sobras y aprovechaba para fritarlas en una pequeña olla de color negro, que está expuesta en el museo. Esa “fritanga” ganó tanta popularidad en Santa Fe que decidió comenzar el emprendimiento gastronómico junto a unos amigos. El sitio original se ubicaba en “La Vuelta del Pirata”, un sitio ubicado a 45 kilómetros de la capital santafesina sobre la Ruta 1 camino a Reconquista.
“Mi amigo, don Roco D’Aleva, trajo de regalo un tablón y dos caballetes para que les ofreciera a mis clientes mayor comodidad. Más gente me visitaba, la sombra del aromo fue quedando chica y comencé a fabricarle un alero de paja a mi ranchada, en donde ubiqué el tablón y algunas sillas… Pero en poco tiempo me quedé corto de espacio y el alero se transformó en quincho”, dice una de las declaraciones del dueño inscripta en el pequeño recorrido histórico. La crecida del Río Paraná en 1983 hizo que decidiera mudarse hacia la ciudad. El primer año abrió sus puertas en la Rotonda de la Costanera, pero se instaló de manera definitiva en el emplazamiento actual el 2 de febrero de 1984.
¿Quién eligió bautizarlo de ese modo? Según una pintada en el sector exterior que da hacia la costa de la laguna, el encargado de denominarlo de esa manera fue el periodista Pedro Oscar Roteta. Por este motivo, tiene un sector dedicado en su honor. “También es parte de este ‘Templo de la Amistad’”, dice la pintada.
Otro de los atractivos del local nació a partir de la amistad entre “Chiquito” y Monzón. Si bien no hay detalles de cómo ni cuándo nació la amistad entre ambos, las fotos muestran que mantuvieron una relación muy cercana. Tanto es así que en la intersección de la avenida Almirante Brown y la calle Obispo Príncipe está el monumento al boxeador campeón del mundo.
Incluso, una de las paredes cuenta una anécdota que fue fundamental para que el quincho ganase mayor relevancia con el paso de los años. “Fue Carlos quien le recomendó a ’Chiquito’: ‘Comprate una cámara y a todos los amigos que vengan le sacás una foto y después la colgás. Desde entonces, el templo de los surubíes, los dorados y las bogas pasó a ser uno de la amistad”, explica una de las filminas.
El menú es bastante curioso porque está hecho a base de pescados de agua dulce. A diferencia de otros sitios en los que existe una carta, el quincho sólo ofrece una opción con diferentes variedades de pescados: empanadas de surubí, albóndigas, lampreados de armado, chupín (una especie de guiso de pescado), soufflé de boga y un pacú a la parrilla contiene la única opción. Así, la experiencia muestra diferentes sabores y variedades de cocinar pescado.
Más allá de ello, el sitio se convirtió en uno de los emblemas de Santa Fe al punto de convertirse en una parada obligatoria para los visitantes.