La recorrida de un equipo de LA GACETA por la Quebrada de Lules para relevar las estrategias de la gente para combatir el calor yendo a ríos y balnearios puso en el tapete, por un lado, la falta de medidas de parte de las autoridades, tanto de prevención como de servicios para la población, y por otro cierta irresponsabilidad de quienes acuden a estos lugares como si en ellos no tuvieran espacio las normas básicas de urbanismo y sí rigiere la ley del más fuerte. Esto tiene aparejados riesgos que sería importante evitar.
Fue llamativo observar que en todo lo que va del verano no se han habilitado las piletas en el predio municipal -público- del balneario “La Quebrada”, debido a que se rompió la bomba que se usaba para llenarlas, según explicó una encargada de mantenimiento, que añadió que no se la pudo arreglar “porque ya comenzábamos la temporada”. A esta explicación se añadieron los comentarios de los visitantes, que elogiaron la belleza del paisaje y la frescura de las aguas del río Lules pero criticaron que haya basura y vidrios -una niña se hizo un corte en un pie la semana pasada- y que no haya control de ruidos. “Poner música fuerte cuando hay familias y tomar alcohol no debería estar permitido”, dijo uno de los visitantes.
Esta conducta de poner música fuerte se ha notado en otros balnearios, tanto en el río Loro como en el río Grande, en El Siambón. Precisamente hace dos lunes, cuando se sabía que iban a crecer súbitamente las aguas de los ríos a causa de las lluvias copiosas en la alta montaña, los policías de El Siambón tuvieron dificultades para advertir por altoparlantes a la gente del riesgo porque junto al puente del río grande había personas con equipos de música a alto volumen. Una norma básica de urbanidad requiere que la gente se abstenga de hacer ruidos molestos en lugares públicos, y para hacer realidad esa norma, contemplada en los códigos de convivencia, está la autoridad, que debe hacerse oír, por cierto.
La circunstancia de que haya basura en esas zonas también tiene que ver con el comportamiento de la gente cuando siente que nadie la controla. Al respecto, cuando se comenzó a limpiar el sector cercano al anfiteatro en El Cadillal, hace una década, se logró hacer utilizable un área que los fines de semana de calor era ocupada por automovilistas y bañistas con música de estruendo y gente consumiendo bebidas alcohólicas. Eso no ocurre más en ese sector.
También se advirtió en la zona del río Loro, que muchos bañistas ignoraban las advertencias de peligro y se arrojaban al torrente de riesgo en busca de refresco y de diversión.
Se trata, como se ve, de una situación compleja. Por un lado, se requiere educación para la convivencia. Por otro, una estrategia de las autoridades para poner atención y recursos en estas zonas normalmente deshabitadas pero que en los tiempos de ocio y de calor se llenan de visitantes y turistas, muchos de los cuales ignoran el peligro y hacen caso omiso de las normas de convivencia.