El maestro Alfredo Bravo nació el 30 de abril de 1925. Fue fundador y secretario general de la Ctera, al protagonizar la unificación de su gremio (Confederación Argentina de Maestros y Profesores, Camyp) en la central docente. Su propósito fue unificar los diversos organismos que agrupan a los maestros (entre ellos, a nuestro ATEP) y contribuyó, junto a Arancibia y otros, a crear el 11 de septiembre de 1973 la Ctera, de la que fue secretario del interior (1973-1975) y luego secretario general (1975-1983). Participó en la redacción del Estatuto del Docente (ley 14.473, 1958) que estableció los mecanismos de la carrera de los maestros. Desde 1964 hasta 1974 fue miembro de las Juntas de Calificación y Disciplina, organismo de cogobierno escolar creado por el Estatuto Docente. El 30 de septiembre de 1974 fue declarado “prescindible”. Cuando arreciaba la represión sobre los militantes populares y se cernía la perspectiva del golpe militar estuvo entre los fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) en 1975. La persona, para Alfredo Bravo, como nuestro Francisco Isauro Arancibia, estaba antes que el cargo. De un estilo directo y campechano. “No soy profesor, soy maestro” - solía contestar Alfredo Bravo. Y lo decía con una sonrisa que trasuntaba el orgullo que tenía de serlo. Con una frase le gustaba presentarse: “Yo soy maestro, democrático socialista desde los 17 años” Al profesor y al maestro, hoy, se los denomina, despectivamente “profe” y “docente” en escuelas y ministerios. Se recibió de maestro en Avellaneda pero los primeros pasos de su carrera los dio, por vocación, en escuelas rurales del Chaco, una experiencia que lo marcó para siempre. Cuando murió, se recordó que había sido subsecretario de Educación del gobierno de Alfonsín. Nunca había cambiado: sus convicciones y su compromiso con la lucha por los derechos humanos. Fue el primer funcionario radical en presentar su renuncia indeclinable cuando el Congreso aprobó la ley de Punto Final, que abría las puertas a la impunidad de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura. “Presidente, no puedo seguir colaborando con su gobierno porque el hombre que me torturó ha quedado en libertad. Me siento agraviado”, le dijo a Alfonsín. La represión arreciaba y ya antes del golpe del 24 de marzo de 1976, Bravo estaba en la mira de la represión estatal. El 8 de septiembre de 1977 a las 19:45, mientras Bravo estaba dando clase en la escuela número 5 del distrito escolar 7, en la Capital Federal. Lo secuestró una patota de civil integrada por hombres de la policía bonaerense que comandaba el coronel Ramón Camps. “(Fue) golpeado, tanto con los puños como con palos de goma; sometido a descargas eléctricas con una picana de cuatro puntas, hasta que su boca y mandíbulas quedaron paralizadas; sometido al ‘balde’, tortura en la que pusieron sus pies en un balde de agua helada hasta que se le congelaron y luego en un balde de agua hirviendo; sometido al “submarino”, retenido bajo el agua repetidamente hasta ser casi ahogado”. La dictadura debió “blanquear” a Alfredo Bravo el 20 de septiembre de 1977 debido a la presión internacional. Apenas queda en libertad Bravo se reintegra a la APDH, participa algunos años más de las actividades de reorganización de Ctera. La Confederación de Maestros, que había asumido un rumbo cómplice con la dictadura militar, lo terminó expulsando en 1980. Sin poder ejercer la docencia, se dedicó durante dos años a la venta de libros.
Pedro Pablo Verasaluse

















