Escribí esta carta yendo a la movilización en favor de la inmediata liberación de Cristina. No es fácil sin duda alguna teniendo en cuenta el contexto donde redes y trolls pagos, trabajaron para la estigmatización de la política, no de la verdadera casta que es la que publicó en un medio gráfico nacional al otro día del intento de magnicidio, “la bala que no salió y el fallo que sí saldrá“, lo que sucedió hace un poco más de dos años, un profeta del odio, Vara, tenía la información precisa; acertaron, previa presión escandalosa, ese lunes fatídico una semana después de que Cristina anunciara su candidatura a diputada provincial por la tercera sección electoral de la provincia de Buenos Aires. “Entonces salieron todos los demonios juntos”, aterrorizados ante la noticia. Y los más asustados fueron los verdaderos dueños de la Argentina, la embajada de EEUU, el poder económico/financiero y el económico transnacional (Ancham), que utilizaron sus títeres políticos y el “brazo armado” del partido judicial. Se equivocaron feo, creyeron que el gigante estaba “roto”, estaba fragmentado sin rumbo y la mecha despertó la esperanza, al pueblo. Sí, es verdad, todos somos pueblo; la diferencia es que a gran parte de este pueblo argentino lo intentaron eliminar varias veces, desde ese junio fatídico de 1955, cuando por primera vez la Armada y la Fuerza Aérea bombardearon y mataron a más de 300 civiles, entre ellos un colectivo escolar repleto de niños; para dos meses después dar el golpe y derrocar al General Perón, destruyendo todo a su paso que hiciera recordar al peronismo. 18 años pasaron hasta su regreso, 17 de noviembre de 1972. “Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”. Lamentablemente, el odio venció al amor, 24 de marzo de 1976; la daga de ese poder supranacional hizo desaparecer a 30.000 jóvenes; la cabeza de la serpiente, Martínez de Oz; el resto, el cuerpo y la cola, el partido militar. Hoy de vuelta tropezamos con la misma piedra y como la oca volvimos para atrás, muy atrás; los demonios aparecieron como zombis a cazar; creyeron que habían matado al perro y a la rabia. La rabia está viva y tiene nombre Cristina. Y yo con mi fe a cuestas, subido a un colectivo con compañeros y compañeras, yendo a decir presente, para lo que guste mandar. Su dignidad -la de ella- está intacta; y la nuestra, la mía, también.
Ángel Salvador Logusso
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