A propósito del panorama “Los que se queman a sí mismos” (06/07), de Roberto Delgado, observo entre los productores de caña de azúcar un cambio de paradigma. El agricultor ha aprendido en un contexto de fácil acceso a información de buena calidad, que la antigua práctica agronómica de la quema es dañina para el suelo y también para su gran capital que es la cepa. Además el hombre de campo que está en contacto con la naturaleza generalmente es muy consciente del cuidado del medio ambiente. También sabe que la caña quemada pierde azúcar extraíble por cada hora que pasa. Esto, naturalmente, como en todo, no es unánime, lamentablemente. El periodista ha dado datos certeros sobre el daño que ocasiona esa práctica perniciosa pero no tenemos datos corroborables bajo ninguna forma de protocolo científico que nos permita aseverar que es el propio agricultor el que incendia su propiedad. Esto que manifiesto es contraintuitivo, repele a la lógica porque luego uno se pregunta: ¿Entonces, quién lo hace? ¿A quién le conviene el incendio? Y la respuesta es muy sencilla: el ser humano hace muchas cosas que no tienen sentido práctico; lo hacen con intención de daño, por diversión, por compulsión (los piromaníacos), etc.; además de que existe, es un hecho científico, la combustión espontánea. De más está decirlo, también hay personas que limpian las banquinas con fuego, queman la basura, entre otros usos y esos focos ígneos se trasladan a todas partes, entre ellas a los cañaverales. Esto, sin contar que en la provincia de Tucumán hay miles de hectáreas contiguas en fincas de distintos dueños que están implantadas con caña de azúcar cuya hoja y brote superior en los inviernos fríos se secan produciendo alrededor de entre 12 y 15 toneladas aproximadamente de material altamente combustible por hectárea; por lo tanto el daño que puede hacer un solo fósforo casi no tiene solución de continuidad. Mi corolario es que les ruego encarecidamente tomar todas las precauciones posibles que estén dentro del ámbito de la ética y de su propia conciencia antes de generalizar al hablar del tema porque en la provincia de Tucumán hay una ley que atrasa 1.500 años hasta la época del emperador Justiniano, porque vuelca la carga de la prueba en el presunto transgresor. Sí, como el periodista sabe, es el cañero el que tiene que probar que no incendió su campo porque la norma presume, salvo prueba en contrario, que si hay un fundo rural incendiado, el autor fue quien lo está explotando. Es un retroceso magnífico.
Federico Austerlitz
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