Recuerdos fotográficos: 1925. Juan B. Terán y el árbol que nos protege
En este espacio de “Recuerdos” LA GACETA busca revivir el pasado a través de imágenes que se encuentran guardadas en ese tesoro que es el Archivo de LA GACETA. Esperamos que a ustedes, lectores, los haga reencontrarse con el pasado y que puedan retroalimentar con sus propios recuerdos esta nueva sección.
Juan B. Terán, el fundador de la Universidad, amaba los árboles y el bosque tucumano. Siendo diputado, en 1914, propuso leyes (que no se adoptaron) para proteger el bosque y para que cada dueño de casa se hiciera responsable de cuidar el árbol de su vereda. En la Fiesta del Árbol de 1916 dijo que “Tucumán es un oasis debido a la montaña y los bosques… La montaña detiene los vapores del Atlántico y los condensa, y de la lluvia ha surgido el bosque que mantiene la humedad, refresca el clima y enriquece el suelo” (cita de Carlos Páez de la Torre (h) en “Importancia del árbol”, 15/11/05).
La foto que adjuntamos se publicó en LA GACETA del 9 de agosto de 1925, cuando Terán, junto con docentes y alumnas de la Escuela Sarmiento, plantó el primer árbol en la quinta que tenía la escuela en la avenida Benjamín Aráoz. “Allí iniciaron la plantación de los que en un mañana cercano serán árboles tan corpulentos como, por múltiples conceptos, beneficiosos”, dice la crónica.
Años antes, en 1916, había plantado un árbol con alumnas de la Sarmiento, y había recomendado forestar para tener “una visión del bosque”. Describía que allí “estarán representados el perfumando arrayán, con su silueta aérea y su breve tronco recio; el garrido y enhiesto horco molle, que secretas esencias guarda; la mancha glauca del horco cevil, que enternece a la distancia la masa opaca de las frondas; el escaso y elegante ‘prunus tucumanensis’, escaso quizá por su propia elegancia, que Lillo ha descubierto sin nombre vulgar entre los pobladores del bosque, por lo que os propongo llamarle desde hoy ‘árbol Lillo’; el afata blanca, cuya susceptibilidad para el frío protegerán sus vecinos; sin contar con el pacará, protector como un abuelo; el cevil, que aún centenario y rugoso parece un efebo púgil y sonriente; el tarco artístico; el lapacho, que es el rosal de las selvas, o el espinillo, con su dombo estilo renacimiento”. A su criterio, la “política del árbol” contenía la mayor “acción social, económica y moral de esta región argentina” (cita Páez de la Torre en “Amor a los árboles”, 23/04/98).
El historiador concluye que Terán afirmaba que “plantar árboles, instruir niños y criar hijos son cosas semejantes y augustas, son tres paternidades”. Y que, finalmente, eran los hijos, los discípulos y los árboles los que “nos acompañan en la muerte y velan más tiernamente nuestro recuerdo”.




















