En el cemento frío del estadio Padre Ernesto Martearena, cuando las tribunas ya se habían vaciado y la noche de Salta empezaba a tomar protagonismo, lo único que quedó resonando no fueron los cantos, ni los lamentos del gol que no fue, sino las palabras. Palabras cargadas de autocrítica, dichas con bronca y con esa tristeza que no necesita gritar para sentirse. Atlético perdió 3-2 con Newell’s por los octavos de final de la Copa Argentina, y sus jugadores no buscaron excusas: miraron hacia adentro.
Matías Mansilla fue el primero en ponerlo en palabras. “Amargura. Teníamos mucha ilusión en esta copa”, arrancó, con la voz baja, como si todavía estuviera jugando el partido en su cabeza. “También el esfuerzo de la gente para venir, sabiendo cómo está la situación. Dolió por eso”, señaló. Y después, como si quisiera despejar toda posible lectura superficial, clavó el bisturí en la herida. “Tuvimos muchos errores, que no veníamos cometiendo, y se pagaron muy caro”, reconoció.
El arquero no buscó atenuantes. Consideró que el equipo no supo sostener el resultado, que la reacción tras el 2-1 fue efímera, y que todo se derrumbó con una velocidad dolorosa. “Tenemos que ser más inteligentes”, dijo, recordando cómo en minutos la ventaja se convirtió en empate y el control se esfumó. Para él, incluso en el golpe, hay algo que rescatar. “A pesar de toda la adversidad, siempre vamos para adelante y damos pelea”, indicó.
Lautaro Godoy, con un suspiro antes de cada frase, habló de una falta que no está en el reglamento pero que todos entienden: la suerte. “Las ocasiones que ellos tuvieron entraron. Creo que nos faltó un poco de suerte”, repitió, como si buscara convencerse. Pero enseguida volvió al punto que parecía más pesarle: la deuda con la gente.
“La gente siempre está, y nos alienta. Nos vamos con una deuda grande hacia ellos”, dijo. La derrota le dejó bronca y tristeza, y aunque reconoció que el equipo mejoró cuando dio vuelta el marcador, también asumió que no alcanzó. “Estamos golpeados, pero ya tenemos que pensar en el partido que viene”, reconoció.
Leandro Díaz fue, fiel a su estilo, directo y sin rodeos. “Teníamos que hacer más goles que el rival. Tenemos que trabajar y seguir mejorando”, dijo. Recordó que ya conocían a Newell’s, que ya habían perdido con ellos en el torneo, y que aun así no pudieron ser mejores. El bajón, dijo, llegó justo después del empate, y ahí se escapó todo. “Nos ganaron bien”, admitió. Su cierre fue un mensaje a futuro. “No hay que llorar. Hay que levantarse a entrenar y el lunes salir a ganar”, cerró.
Fausto Grillo, uno de los más apuntados por la jugada del segundo y el tercer gol de la “Lepra”, se mantuvo en una línea parecida. “Tenemos que dar vuelta la página”, expresó. Se aferró a lo positivo: que el equipo generó, que movió la pelota de un lado a otro. Pero también dejó una advertencia, como si hablara más para el vestuario que para los micrófonos. “Haciendo partidos de esta forma, vamos a perder muchos menos de los que vamos a terminar ganando”, reflexionó.
En esa misma sintonía, Miguel Brizuela resumió la sensación general con un tono pausado y serio. “Estoy muy triste. No me salen muchas palabras”, confesó. Después, como todos, volvió a la lista de errores defensivos que fueron determinantes. “Ellos tuvieron tres, y las metieron a todas; nosotros tuvimos muchas situaciones, y no quisieron entrar”, explicó. Y aunque valoró la reacción rápida tras el primer golpe, el segundo empate llegó desde un descuido en un lateral, y eso los dejó sin margen.
El partido se fue, pero dejó un rastro evidente: la autocrítica no fue un discurso de compromiso, sino un reflejo sincero del descontento interno. Nadie señaló al árbitro, nadie se amparó en el azar como único culpable, nadie habló de injusticia deportiva. Las miradas estaban todas hacia adentro.
Esa coincidencia en el diagnóstico puede ser, paradójicamente, una señal de fortaleza. Atlético sabe que esta Copa Argentina no tendrá revancha y que el boleto a cuartos quedó en manos ajenas. Pero también sabe que los errores repetidos son trampas que, si no se desactivan a tiempo, se convierten en costumbre.
En Salta, el “Decano” se encontró con su propio límite. La noche dejó goles, sí, pero sobre todo dejó frases que suenan a compromiso y a reto personal. La bronca, la tristeza y el reconocimiento de las fallas se mezclaron en un vestuario que ya piensa en lo que viene, no por olvido, sino porque la única forma de que un golpe sirva es levantándose. Y en eso, al menos en el discurso, todos parecieron estar de acuerdo.




















