El estadio que soñó Central Norte y perdió Salta
En 1955, Central Norte estaba a punto de inaugurar un estadio monumental impulsado por el gobierno de Perón, con canchas, pileta y pista de atletismo. El golpe de Estado frenó la obra y borró un proyecto que pudo cambiar la historia del club y de la provincia.
El Estadio Juan Domingo Perón es, para Central Norte y para la historia de Salta, el símbolo de un sueño que nunca se completó. El club, nacido en 1921 de la mano de exempleados del Ferrocarril Central Norte, heredó de las locomotoras su identidad ferroviaria y el color negro en la camiseta.
En las décadas de 1940 y 1950, el “Cuervo” creció en popularidad y logros, aunque sin un terreno propio. Jugaba en la cancha del Brete, hasta que en 1954 se abrió una oportunidad única: el doctor Luis Güemes cedió un terreno en la calle Entre Ríos y el club se instaló allí.
El contexto era ideal. En su segundo mandato, Juan Domingo Perón impulsaba obras deportivas en todo el país: estadios, canchas, piletas, torneos. Central Norte, con raíces obreras y un barrio marcado por la reubicación de familias tras el terremoto de San Juan, era un emblema afín. Con el apoyo de Cátulo Guerra, referente del peronismo salteño, se logró una inversión millonaria del gobierno nacional.
El plan era ambicioso: un monumental estadio con tribunas amplias, canchas de básquet, tenis y bochas, pileta olímpica, pista de atletismo, y un edificio central con salas de esgrima, ajedrez, vestuarios y salón de actos. El diario El Tribuno lo describía como un futuro “orgullo para los salteños y todo el norte argentino”.
Pero en septiembre de 1955, el golpe de Estado y la “desperonización” frenaron todo. El nombre de Perón fue borrado y el proyecto quedó trunco. La persecución política cerró la puerta a una infraestructura que, como recuerdan en el club, “hubiera cambiado totalmente la historia” de Central Norte y de la provincia.
En 1958, el estadio fue inaugurado, pero sin su grandeza original y con otro nombre: Dr. Luis Güemes. El sueño, ya mutilado, quedó para siempre en el terreno de lo que pudo haber sido.
Foto de Benjamín Papaterra/LA GACETA.



















