En el básquet existe la figura del “sexto hombre”: ese jugador que no arranca en el quinteto titular, pero cuya influencia es tan grande como la de los que comienzan el juego. En Atlético, ese papel lo cumple Nicolás Laméndola. Traducido al fútbol, sería el jugador número 12 del “Decano”. No arranca en el “11” inicial, pero cada vez que entra, cambia la ecuación. El atacante tucumano se convirtió en el futbolista de confianza de Lucas Pusineri para agitar partidos cerrados.
En el Clausura sumó apenas 156 minutos, aunque esa cifra no alcanza a describir su verdadero peso. Su nombre aparece en todas las planillas: entró en cada partido, siempre con la misión de darle otro aire al equipo. A veces lo hizo con goles agónicos -como contra Instituto en el Apertura o San Martín de San Juan en la fecha 1- y otras con asistencias decisivas, como frente a Sarmiento o Talleres. Pero, incluso cuando no aparece en la estadística, deja su huella: un desborde, una presión que obliga al error, un pase profundo que abre caminos.
Laméndola siempre cambia el partido. No es casual. Su velocidad y su inteligencia para leer espacios lo vuelven impredecible. Desde la banda derecha, o cargando hacia adentro, se mueve como un comodín: puede ser socio de Leandro Díaz, de Mateo Coronel o de cualquiera que tenga por delante.
Lo que distingue al ex Aldosivi es su capacidad para alterar ritmos. Ingresa y el ataque se oxigena: el rival, cansado, se ve obligado a ajustar defensas ante su movilidad. Esa frescura convierte a Laméndola en un recurso que Pusineri guarda como carta estratégica. El ejemplo más claro se dio frente a Talleres, en su primer partido como titular: con una bicicleta dejó atrás a Rick y asistió a Díaz en el primer gol frente a la “T”.
Ya lo había demostrado en el Apertura: con Newell’s, con Instituto, con cada aparición fugaz, pero punzante.
El patrón se repite: entra y transforma. En un torneo corto, con viajes y desgaste constante, contar con alguien que asuma ese rol es casi tan valioso como tener un goleador.
Por qué no es titular
La suplencia no se explica por falta de rendimiento, sino por pizarrón. Pusineri alterna sistemas y, cuando elige una línea de cinco en el fondo con un triángulo en el mediocampo, el espacio natural de Laméndola desaparece. Y ese dibujo aparece como el predilecto para el entrenador, que lo utilizó en reiteradas ocasiones. En cambio, en el 4-4-2 encuentra más posibilidades.
A eso se suma la competencia interna. Franco Nicola es su principal rival en la banda y, en los últimos partidos, el uruguayo se quedó con la titularidad. Esa pulseada mantiene a Laméndola en un rol secundario, aunque siempre preparado para rendir. Y en caso de ingresar por el otro sector, compite con Carlos Auzqui y Ramiro Ruiz Rodríguez.
El jugador número 12
Por todo esto, más allá de no aparecer en la foto inicial, Laméndola se consolidó como el jugador número 12 de Atlético. Es la pieza que Pusineri resguarda sabiendo que, en cualquier momento, puede dar vuelta un partido. La hinchada lo entiende: cuando la pantalla anuncia su ingreso, las tribunas celebran como si fuera un gol.
La comparación con el básquet no es casual. Así como el sexto hombre suele ser decisivo en playoffs, Laméndola lo es en esos minutos calientes donde cada detalle pesa. Su rol habla de la importancia de futbolistas que, aunque no figuren como titulares, son imprescindibles para sostener un equipo competitivo.
En el fútbol moderno, donde los suplentes dejaron de ser actores secundarios para convertirse en protagonistas, Laméndola encarna una figura en auge: la del especialista en cambiar historias. Atlético encontró en él una carta que no necesita titularidad para sentirse protagonista. Y Pusineri lo sabe: tener a Laméndola en el banco es tener siempre a mano un gol, una asistencia o una jugada inesperada.

























