Sexualmente hablando: Cumbres y valles

Sexualmente hablando: Cumbres y valles

El orgasmo ha sido -desde siempre- uno de los grandes motores del comportamiento humano. Para la mayoría de las personas, es la experiencia sexual cumbre y acaso una de las más placenteras que tiene la vida. Pero también una de las más misteriosas y difíciles de describir con palabras. De ahí que diferentes estudiosos de la sexualidad han investigado este fenómeno tan único: su correlato fisiológico, los estímulos que lo provocan, la variabilidad de su duración, entre muchos otros aspectos.

Una de estas perspectivas lo divide en dos tipos: “orgasmos pico” y “orgasmos valle”. Podría decirse que el primero es el habitual, el que constituye el objetivo del encuentro sexual. Explosivo (punto máximo de un crescendo), rápido (dura entre tres y 15 segundos) y orientado a liberar la tensión acumulada en el cuerpo. El objetivo que se busca es la descarga, llegar a esa cima, terminar… y para eso se realiza una serie de movimientos, por lo general de frotación, cada vez más intensos. Cuando la energía llega a su “pico”, se disipa y se produce un estado de relajación y hasta de somnolencia, como si se tratara de un tranquilizante natural.

Algo muy diferente sucede con los “orgasmos valle”, donde el proceso es sutil, relajado desde el comienzo, expansivo. No hay un objetivo a conseguir y por lo mismo no hay presiones ni urgencias. La estimulación explora otras zonas erógenas, mediante caricias y masajes, y se busca el contacto visual. Por supuesto que el cuerpo se excita, pero como resultado de una mayor entrega y de un estado de presencia. Y si el orgasmo llega, se expande por todo el cuerpo -no se concentra en los genitales únicamente- y puede durar poco más que lo habitual.

En este sentido, en el orgasmo valle lo importante no es tanto “hacer” para lograr una meta sino el “ser”: plenamente presentes, permitiendo que la energía sexual se mueva con libertad. La idea es estar abiertos y receptivos a las sensaciones que puedan aparecer, sin buscarlas.

Esta propuesta se vincula estrechamente con las prácticas del Tantra, que conciben los encuentros sexuales no como una descarga inmediata de energía y tensión acumuladas sino, por el contrario, como una manera de recargar nuestra energía vital, de vigorizarnos. Para lo cual es clave que la mente logre abandonarse al momento presente, priorizando la conexión con el otro, sin hacer proyecciones hacia el futuro ni repasos del pasado. Y, en lugar de escalar al “pico” fugaz de la excitación, reposar en el “valle” de la relajación, que aloja una versión muy potente de la energía sexual.

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