Arbitrajes, poder y silencios: el sistema que mancha al fútbol en todos sus niveles

Arbitrajes, poder y silencios: el sistema que mancha al fútbol en todos sus niveles

“¿Necesitan alguna ‘manito’ hoy? Sus rivales están necesitando un punto para clasificar…”. Un árbitro del torneo de Las Cañas pronuncia la frase con la naturalidad de quien pregunta la hora. El entrenador (que ya ve venir la jugada) lo escucha como si le cayera encima una lluvia gruesa, sucia. El partido, en realidad, ya no define demasiado para su equipo, y por eso la rosca se diluye antes de empezar. No hay arreglo, no hay trato. Pero sí queda claro una cosa; la certeza de que el fútbol, ese deporte que enseñamos a los chicos como si fuera un ritual noble, está siendo empujado al barro desde sus cimientos, desde el potrero más insignificante hasta la élite.

Porque si en Las Cañas un árbitro puede ofrecer “ayuda”, ¿qué puede pasar donde el negocio es infinitamente mayor? ¿Qué puede suceder en una estructura en el que el poder es un tablero de sombras? La respuesta, lamentablemente, está cada fin de semana frente a nuestros ojos.

En la Liga Tucumana, hoy todas las luces apuntan al mismo lugar: Tucumán Central, el equipo que sueña con su primer título desde la creación de la Liga en 1977. Un club al que, según rivales y allegados, parecen ir acomodándole el terreno; allanándole el camino para ese sueño histórico.

En los cuartos de final, en el cruce contra Ateneo Parroquial Alderetes, el “Rojo” ganó 3 a 0, pero la goleada fue lo de menos. El verdadero resultado estuvo en las decisiones del árbitro Agustín Marto, que terminó en el centro de la tormenta. Expulsó a un jugador del “Expreso” antes de los 10 minutos, ignoró un penal evidente para los de Alderetes y, para completar el cuadro, concedió un penal dudoso para los de Villa Alem. Un combo demasiado oportuno, demasiado sospechoso, demasiado perfecto para el candidato silencioso al título.

Si en cuartos hubo bronca, en semifinales hubo directamente una erupción. El partido con Graneros terminó en escándalo, con los jugadores del “Cocodrilo” agrediendo a la terna arbitral encabezada por Jorge Sosa. Las protestas no fueron por una sola jugada, sino por un inventario completo: la expulsión que consideraron injusta de Matías López, el supuesto off side en el gol de Diego Velárdez (el que definió el pleito y la clasificación), el empate anulado a Jonathan Sandoval por una falta que ni el VAR podría asegurar, y un tiempo de adición ridículo, apenas un minuto y medio pese a que el partido estuvo interrumpido más de una vez.

Polémicas

Este domingo, Tucumán Central se consagró campeón al derrotar a Concepción FC, pero las polémicas no faltaron. Al “Cuervo” le anularon un gol por un off side inexistente y le expulsaron un jugador de manera dudosa. En la fase final del torneo, el “Rojo” avanzó sin freno, pero acumuló denuncias, sospechas y bronca. Y la Liga miró desde lejos, como si la tormenta no estuviera ocurriendo en su propio patio. Pero lo que pasa en Tucumán, es apenas una pieza de un tablero mucho más grande.

Más arriba la película no cambia demasiado. En el Federal A, todos hablan de los supuestos “favores” que recibió Ciudad de Bolívar, el equipo respaldado por el intendente Marcos Pisano (hombre del peronismo en la zona) y que llegó al duelo decisivo para ascender a la Primera Nacional sostenido por fallos discutidos en sus cruces con San Martín de Formosa, Olimpo y Argentino de Monte Maíz.

En Bolívar no se habla de esto, claro. Se habla de esfuerzo, de proyecto, de trabajo. Pero en el resto del país la pregunta flota como un mosquito que no se va ni con humo. ¿Hasta dónde puede llegar un club cuando el poder político está sentado en la platea?

El Federal A, que todavía conserva el aroma épico del ascenso, convive con un mapa de suspicacias que no para de exigir explicaciones. Y la AFA, como siempre, responde con silencio; esa forma elegante de no hacerse cargo.

Si el Federal A huele a sospecha, la Primera Nacional directamente hierve. Cuatro clubes con vínculos políticos, dirigenciales o territoriales fuertes definieron las semifinales por el segundo ascenso a la Liga Profesional.

Estudiantes de Buenos Aires, conducido por Jorge Berrios, hombre de AFA; Estudiantes de Río Cuarto, donde la figura fuerte es Alicio Dagatti, cercano a Claudio “Chiqui” Tapia; Deportivo Morón, cuyo presidente Gabriel Mansilla tiene historia gremial con el propio Tapia; y Deportivo Madryn, impulsado desde el Gobierno de Chubut.

Pasaron los de Río Cuarto y los de Madryn, pero si uno quisiera escribir un manual de presiones, alianzas, padrinazgos y llamadas inoportunas, simplemente debería analizar a estos cuatro clubes. Y en este escenario, en el que cada detalle tiene un valor político, las polémicas no sólo no faltan, sino que parecen multiplicarse.

Un penal que nadie vio, un off side que sólo vio uno, una roja que llegó demasiado rápido (o en el momento oportuno) y una adición que se estira como chicle o se corta antes de tiempo.

Los equipos juegan al fútbol, el hincha grita, los dirigentes hacen números y los árbitros caminan en una cornisa.

Y si la Primera Nacional es una caldera, la Liga Profesional es una cacería.

Todos los fines de semana hay polémicas frescas, tan frescas como el pan recién salido del horno. Un penal que no fue, un VAR que tarda una eternidad, una cámara que “justo” no enfocó o una línea trazada de manera misteriosa. Y, del otro lado, una tribuna llena que ruge, que protesta, que sospecha, que se abraza a la idea de que alguien los está perjudicando.

Es un círculo perfecto de desconfianza: los clubes acusan, los árbitros se defienden, la AFA se ofende y el hincha se indigna.

Y al siguiente fin de semana, todo vuelve a empezar, como una obra que ya conocemos de memoria pero que igual vamos a ver porque todavía nos emociona.

En este recorrido, desde Las Cañas hasta la Liga Profesional, queda claro que el fútbol argentino dejó de ser ese juego bello, noble e ingenuo que alguna vez nos vendieron. El negocio, cada vez más grande y más voraz, y va minando el espíritu.

No importa si se trata del Federal A, de un torneo barrial o del profesionalismo más alto. La maquinaria opera igual, empuja igual y corrompe igual.

El hincha, en el fondo, no quiere saberlo. No porque sea ingenuo, sino porque sabe que cuanto más se conoce, menos se siente. Y si algo aprendimos en este país es que la pasión es el último territorio que queremos entregar.

Por eso el fútbol sigue viviendo, respirando y latiendo. A pesar de todo, a pesar de todos, y a pesar de los que lo manchan desde abajo y desde arriba.

Y sin embargo (porque siempre hay un sin embargo) el fútbol resiste. Cada tanto, un equipo que juega sin padrinos gana un partido imposible. Cada tanto, un árbitro dice “no” donde otros dicen “sí”. Cada tanto, un club que no tiene poder se abraza a la épica.

Pero eso es demasiado poco. No alcanza; y menos en un contexto tan corroído y podrido. Porque cuando un árbitro de Las Cañas ofrece una “manito”, no está solo. Habla por un sistema, por una cultura, por una actitud que ya se volvió norma, y por un país que hace rato de dejó de creer que los partidos se ganan únicamente en la cancha.

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