De San Javier a Atlético Tucumán: la historia de Agustín Galvez, el joven que sueña con debutar en Primera
Hijo único, criado en la montaña y heredero del espíritu deportivo de su padre, convirtió el sacrificio en oportunidad. El lateral de 20 años se entrena en doble turno para cumplir su mayor deseo.
SU LUGAR EN EL MUNDO. Galvez se entrena en medio de la montaña, ese sitio en el que comenzó a acunar su sueño de ser profesional.
A 1.215 metros de altura, donde el verde se estira como una manta viva y el aire parece más joven, se encuentra el Valle de San Javier. La niebla baja temprano, las chicharras cantan más fuerte y los días tienen un tempo distinto, como si alguien los hubiera afinado para que respiren en paz. A 15 kilómetros de la hostería, en donde los caminos se vuelven de tierra y las casas aparecen espaciadas, vive Agustín Gálvez. Allí cumplió 20 años el pasado 17 de noviembre, allí corre, allí sueña, y desde allí baja todos los días para intentar escribir su nombre en Atlético.
Gálvez es, antes que nada, un chico de montaña. Un lateral izquierdo que parece nacido para jugar pegado a la raya, pero también para el viento. Es tímido, atento y respetuoso en cada gesto. Cuando habla, se acomoda como quien pide permiso para no romper la armonía del paisaje que lo rodea. “Vivir acá es mi lugar en el mundo”, dice de entrada, como si necesitara despejar dudas antes de cualquier pregunta. “Toda mi vida estuve acá. A mí no me sorprende, pero sé que para el que viene de afuera es distinto; incluso el aire es más limpio. En verano te ponés debajo de un árbol y no sentís el calor. Es hermoso”.
En ese tono simple, casi pudoroso, se describe un futbolista que todavía conserva la mirada sorprendida de alguien que no esperaba que las cosas sucedieran tan rápido. “Mi sueño siempre fue ser profesional”, afirma. “Y un día de junio, Lucas Pusineri me llamó para entrenarme con Primera. Pasamos de la cancha del fondo del complejo a subirnos a un avión rumbo a Buenos Aires. Yo ni conocía un aeropuerto. Y jugar amistosos contra Independiente, Lanús y Huracán fue algo increíble”.
FELICIDAD. Agustín posa junto a sus padres en el complejo
La devoción futbolera de Gálvez no estuvo marcada por un lateral, ni por un zurdo elegante, ni por un símbolo decano. Su espejo fue Carlos Auzqui. “Cuando él jugaba en River yo era volante en San Martín. Teníamos un estilo parecido, muy explosivo. Siempre fue mi ídolo. Y al entrenarme con él no lo podía creer”.
Agustín tiene una explicación para su despliegue. “La velocidad y la resistencia las heredé de mi papá”. Luis Gálvez fue un deportista destacado en carreras de aventura, ganador de premios y protagonista de travesías que requieren más cabeza que piernas. “Yo corrí con él dos veces. Pero el fútbol siempre fue mi pasión”, lanza.
Su padre sigue siendo su guía en cada detalle. Y ahora, en los 21 días de vacaciones, también es su compañero de entrenamiento: “Estamos a full. Doble turno todos los días. Correr, bicicleta, velocidad, pelota y gimnasio. Tengo nutricionista y preparador físico, pero mi papá está en todo. El objetivo es llegar a la pretemporada de la mejor manera”.
El golpe que frenó la escalada de Galvez
Su camino tuvo un tropiezo inesperado; un desgaste en los tendones de la pierna izquierda que lo dejó dos meses afuera. “Fue duro... El dolor era constante, pero ahora está todo bien. Uso plantillas ortopédicas y mejoré muchísimo”, afirma.
Gálvez se presenta con la timidez de quien no quiere exagerar nada. “Vivo en el valle, al lado de la cancha de Juventud. Mis papás, Luis y Liliana, me enseñaron todo y soy hijo único”, enumera. Y en ese “todo” también está la memoria. “Mi abuelo ‘Chichi’ me llevaba a las pruebas cuando llegué a Atlético. Hoy no está más, pero sé que estaría orgulloso”.
Llegó al club hace cuatro años, visto por Alejandro Córdoba en Séptima. Jugó de volante, de lateral, y se fue acomodando hasta que la Primera lo encontró.
“¿Si me cambió la vida lo de junio? Sí; fue una locura”, dice entre risas.
Así resume Gálvez esa etapa en la que encadenó amistosos, concentraciones y un banco de suplentes detrás de otro: San Martín de San Juan, Central Córdoba, Boca, Riestra, Central, Gimnasia, Newell’s. “De repente estaba ahí, compartiendo mate con los que antes veía por televisión”, explica.
En Reserva, Hugo Colace le dio continuidad; seis partidos como titular, minutos y confianza.
El día en el que tocó el cielo con las manos
Habla del triunfo sobre Boca en la Copa Argentina como si lo contara un chico que vuelve a casa con el mejor boletín de su vida. “Fue una locura. Desde que salimos rumbo a Santiago del Estero hasta el final del partido; no hay palabras. Ver ese estadio, festejar, saber que mis viejos lo miraban desde casa. A eso no me lo olvido más”, advierte.
Claro, su historia también tiene madrugadas. “Me levantaba a las 6 para tomar el 118, ir al colegio en Yerba Buena, quedarme horas sin volver a casa para poder entrenarme. Mi papá o mi abuelo me bajaban la comida en el auto. Así todos los días”, jura.
“Firmar el primer contrato te cambia todo. Fue el 23 de agosto y no me lo voy a olvidar nunca”, asegura el joven que tiene vínculo hasta 2028 y un deseo simple: debutar. “Eso es lo que sueño ahora; hacer una buena pretemporada, jugar amistosos y debutar en Primera”, pide.
Gálvez no se define como alguien que se superó: “Falta mucho para eso”, dice con humildad. Pero cada frase revela otra cosa: la constancia, la raíz familiar, la disciplina silenciosa, y los sueños que todavía suben y bajan por el mismo camino de tierra en el que creció.
Desde el balcón verde de San Javier, Agustín mira hacia abajo y hacia adelante. Sabe que el fútbol puede cambiarle la vida en un día. Pero también sabe que todo lo importante (el aire, la familia, el esfuerzo) está arriba. Sí; justo ahí, en su lugar en el mundo. (Producción periodística: Carlos Oardi)






















