Por Lucía Lozano
08 Abril 2012
"Ruego que haya muchos testigos si alguna vez me pegan un tiro"
En la provincia, los testigos de hechos aberrantes investigados por la Justicia local no tienen ningún tipo de protección. Los jueces y abogados creen que urge contar con un programa para resguardar a quienes guardan poderosos testimonios. Tucumán ya tiene una ley, pero nunca fue reglamentada. En las causas federales, se cuida a los testigos y a los imputados
Vio lo que no tenía que ver. Quedó atrapada en una red muy peligrosa. No fue su culpa. Y aún así maldice ese momento una y otra vez. Ha llegado a sentir que vivía como una fugitiva, permanentemente escondida y con miedo, a causa de una historia de dolor que le cambió la vida para siempre. A pesar de ello, decidió no callarse y denunció sin tapujos la explotación sexual de mujeres.
Hace 10 años que la vida de Fátima está en la cuerda floja. Valiente y comprometida hasta la médula, la joven de 26 años conmovió con el testimonio que expuso ante el tribunal oral que juzga a 13 imputados por el secuestro y posterior desaparición de Marita Verón. En su dramático y revelador relato, desmenuzó el mundo delictivo de la trata de personas, poniendo nombre y apellido a presuntos responsables de hechos que son conocidos por muchos, pero que son denunciados por muy pocos.
Tiene una mezcla de fortaleza, impotencia y temor. "Esta gente no olvida. Por eso siempre trato de caminar por donde hay muchas personas. Lo único que ruego es que si alguna vez me hacen algo, me pegan un tiro o me pasan un auto encima, haya muchos testigos que puedan contar lo que vieron", se sincera Fátima.
Y sí, ella sabe de aquel dicho popular: la venganza es un plato que se sirve frío. Tal vez por eso, hace unos años, cuando logró escaparse de la red de trata de personas que la mantuvo cautiva, había decidido quedarse callada. Algo la hizo cambiar de opinión. Un día vio pegado sobre una pared un cartel con la foto de Marita. La reconoció inmediatamente.
"Yo la vi dos veces", repite. Ocurrió mientras permanecía en cautiverio -según su denuncia- en la casa de de Daniela Milheim, hoy acusada de haber participado del secuestro de Marita.
Fátima cuenta que vivió un verdadero infierno, donde las golpizas y las amenazas de que iban a liquidar a su familia se volvieron moneda corriente. Su historia es uno de los testimonios más importantes de la causa Verón. Por eso, los jueces han decidido que se le brindara cierta protección a ella, que es testigo y a la vez víctima. El resguardo no es mucho más que un pedido a la prensa para que no se publiquen su nombre y sus imágenes. También recibió contención psicológica.
Un día después de su declaración, la joven accedió a una entrevista con LA GACETA. Por momentos, la morocha deja que su mirada se pierda. Se acaricia la panza y confiesa que está embarazada de tres meses. Es el cuarto hijo que tendrá. "Me preocupa que les pueda pasar algo. Mi familia y yo recibimos muchas amenazas. Me dijeron que me iban a secuestrar los chicos. Uno quiere tener una vida normal, pero no se puede. Todo esto me costó mi primer matrimonio", cuenta.
Quiere que sus hijos puedan caminar por la calle tranquilos. "Se lo merecen; ellos no hicieron nada. Yo no hice nada. Yo no elegí esto que me pasó", dice la joven, quien tuvo que mudarse de su casa y nunca volvió a ser la misma. Ahora, por ejemplo, si ve un auto con vidrios polarizados se desespera, empieza a correr y busca refugio en sitios donde haya mucha gente.
Sus manos pequeñas no tiemblan. "Yo me manejo con la verdad, es el arma más poderosa que tengo", resalta. Pero se queja porque nadie protege a los testigos de causas importantes. "Hay muchas chicas que saben cosas y que están calladas porque no hay garantías, a mi me costó animarme a hablar. Cuando uno ve ciertas cosas no cree en la Justicia ni en la Policía. Dudás de todo lo que se acerca. Y el día que decidís contar todo, el peso que llevás sobre tus espadas es doble: temés por vos y por tus seres queridos", reflexiona. Después dispara contra el Estado. "El Gobierno debería darnos protección", sostiene.
Fátima y otras dos jóvenes más están bajo un sistema de resguardo que se creó especialmente para las testigos víctimas del caso Marita Verón y que se pudo materializar gracias a la voluntad de los jueces. En el resto de los casos que investiga la justicia provincial (sean hechos aberrantes o no), los testigos no tienen ningún tipo de protección. Pese a que Tucumán cuenta con una ley que crea un programa para el cuidado de quienes tienen testimonios claves, la norma nunca fue reglamentada y, por lo tanto, es letra muerta.
Es un verdadero problema, según los abogados y los jueces. Muchas veces, causas importantes no pueden esclarecerse porque los testigos no tienen ninguna garantía para declarar y prefieren ocultar la información con la que cuentan, explica el abogado Carlos Garmendia.
"Contar con un sistema de protección para testigos en los cuales vemos cómo se personaliza el peligro es más que necesario", sostiene el juez de la Cámara Penal, Pedro Roldán Vázquez.
También los familiares de víctimas de hechos aberrantes reclaman la ley. "En la mayoría de los casos, que son más de 250 entre violaciones y asesinatos, no aparecen testigos porque tienen mucho miedo de hablar. Lamentablemente, gana la impunidad", apunta Alberto Lebbos, quien fue uno de los impulsores de la ley que se aprobó y nunca se reglamentó.
Mientras tanto, en los pasillos de Tribunales y en las salas de juicios hay testimonios claves que siguen siendo invisibles. Los testigos eligen el silencio antes que el peligro. De cualquier manera, ya sus vidas no volverán a ser como antes.
Hace 10 años que la vida de Fátima está en la cuerda floja. Valiente y comprometida hasta la médula, la joven de 26 años conmovió con el testimonio que expuso ante el tribunal oral que juzga a 13 imputados por el secuestro y posterior desaparición de Marita Verón. En su dramático y revelador relato, desmenuzó el mundo delictivo de la trata de personas, poniendo nombre y apellido a presuntos responsables de hechos que son conocidos por muchos, pero que son denunciados por muy pocos.
Tiene una mezcla de fortaleza, impotencia y temor. "Esta gente no olvida. Por eso siempre trato de caminar por donde hay muchas personas. Lo único que ruego es que si alguna vez me hacen algo, me pegan un tiro o me pasan un auto encima, haya muchos testigos que puedan contar lo que vieron", se sincera Fátima.
Y sí, ella sabe de aquel dicho popular: la venganza es un plato que se sirve frío. Tal vez por eso, hace unos años, cuando logró escaparse de la red de trata de personas que la mantuvo cautiva, había decidido quedarse callada. Algo la hizo cambiar de opinión. Un día vio pegado sobre una pared un cartel con la foto de Marita. La reconoció inmediatamente.
"Yo la vi dos veces", repite. Ocurrió mientras permanecía en cautiverio -según su denuncia- en la casa de de Daniela Milheim, hoy acusada de haber participado del secuestro de Marita.
Fátima cuenta que vivió un verdadero infierno, donde las golpizas y las amenazas de que iban a liquidar a su familia se volvieron moneda corriente. Su historia es uno de los testimonios más importantes de la causa Verón. Por eso, los jueces han decidido que se le brindara cierta protección a ella, que es testigo y a la vez víctima. El resguardo no es mucho más que un pedido a la prensa para que no se publiquen su nombre y sus imágenes. También recibió contención psicológica.
Un día después de su declaración, la joven accedió a una entrevista con LA GACETA. Por momentos, la morocha deja que su mirada se pierda. Se acaricia la panza y confiesa que está embarazada de tres meses. Es el cuarto hijo que tendrá. "Me preocupa que les pueda pasar algo. Mi familia y yo recibimos muchas amenazas. Me dijeron que me iban a secuestrar los chicos. Uno quiere tener una vida normal, pero no se puede. Todo esto me costó mi primer matrimonio", cuenta.
Quiere que sus hijos puedan caminar por la calle tranquilos. "Se lo merecen; ellos no hicieron nada. Yo no hice nada. Yo no elegí esto que me pasó", dice la joven, quien tuvo que mudarse de su casa y nunca volvió a ser la misma. Ahora, por ejemplo, si ve un auto con vidrios polarizados se desespera, empieza a correr y busca refugio en sitios donde haya mucha gente.
Sus manos pequeñas no tiemblan. "Yo me manejo con la verdad, es el arma más poderosa que tengo", resalta. Pero se queja porque nadie protege a los testigos de causas importantes. "Hay muchas chicas que saben cosas y que están calladas porque no hay garantías, a mi me costó animarme a hablar. Cuando uno ve ciertas cosas no cree en la Justicia ni en la Policía. Dudás de todo lo que se acerca. Y el día que decidís contar todo, el peso que llevás sobre tus espadas es doble: temés por vos y por tus seres queridos", reflexiona. Después dispara contra el Estado. "El Gobierno debería darnos protección", sostiene.
Fátima y otras dos jóvenes más están bajo un sistema de resguardo que se creó especialmente para las testigos víctimas del caso Marita Verón y que se pudo materializar gracias a la voluntad de los jueces. En el resto de los casos que investiga la justicia provincial (sean hechos aberrantes o no), los testigos no tienen ningún tipo de protección. Pese a que Tucumán cuenta con una ley que crea un programa para el cuidado de quienes tienen testimonios claves, la norma nunca fue reglamentada y, por lo tanto, es letra muerta.
Es un verdadero problema, según los abogados y los jueces. Muchas veces, causas importantes no pueden esclarecerse porque los testigos no tienen ninguna garantía para declarar y prefieren ocultar la información con la que cuentan, explica el abogado Carlos Garmendia.
"Contar con un sistema de protección para testigos en los cuales vemos cómo se personaliza el peligro es más que necesario", sostiene el juez de la Cámara Penal, Pedro Roldán Vázquez.
También los familiares de víctimas de hechos aberrantes reclaman la ley. "En la mayoría de los casos, que son más de 250 entre violaciones y asesinatos, no aparecen testigos porque tienen mucho miedo de hablar. Lamentablemente, gana la impunidad", apunta Alberto Lebbos, quien fue uno de los impulsores de la ley que se aprobó y nunca se reglamentó.
Mientras tanto, en los pasillos de Tribunales y en las salas de juicios hay testimonios claves que siguen siendo invisibles. Los testigos eligen el silencio antes que el peligro. De cualquier manera, ya sus vidas no volverán a ser como antes.