La Justicia ha comenzado a meter palos en la rueda que echó a rodar Susana
Trimarco cuando prometió que no pararía hasta destituir a los tres jueces
que, según dicen, se resistieron a condenar sin pruebas. El engranaje alperovichista, en
este caso funcional a los deseos de Trimarco, hizo todo como ella quiso
mientras la Sala II de la Cámara en lo Contencioso Administrativo se lo
permitió. Hasta hace una semana, parecía que sólo un milagro iba a salvar
del "patíbulo" legislativo a los jueces Emilio Herrera Molina, Eduardo
Romero Lascano y Alberto Piedrabuena: la sentencia del martes y la cautelar
de este Jueves Santo cambian ese pronóstico triunfal irreversible por otro
más moderado e incierto.
Mientras tanto, la Casa de Gobierno se esfuerza por mantener la posición pro
Trimarco que enarboló aquel 12 de diciembre de 2012, cuando el gobernador
se entrevistó con la mamá de "Marita" en la onegé antitrata que esta
preside. Alperovich no quiere (o puede) echarse para atrás, pero, quizá, no
vería con malos ojos que la Justicia salve el pellejo de sus miembros.
Además de disolver un proceso de enjuiciamiento con déficits de legalidad
(que consume abundante energía en un año electoral), la solución le
permitiría cargar las tintas sobre unos Tribunales impopulares que no sólo absolvieron
a los 13 sospechosos de secuestrar y promover la prostitución de la hija de
Trimarco, sino que también impidieron degollar -metafóricamente hablando- a
quienes perpetraron tal osadía judicial.
Goma vareada
Pero los palos en la rueda llegan porque el neumático se aventura por mal
camino. No aceptar la renuncia de Herrera Molina fue toda una
sobreactuación: con ese decreto, el jefe del PE dejó de lado un código que
asiste desde tiempo inmemorial al funcionario público expuesto a un proceso
de remoción. Esta tradición es respetada por lo menos desde 1911 en la
órbita nacional, según los camaristas Rodolfo Novillo, Carlos Giovanniello
y Ebe López Piossek (conviene recordar, por ejemplo, que en 2007 el ex juez
federal Jorge Parache renunció acorralado por un sumario en el Consejo de
la Magistratura). Con el rechazo de la dimisión del camarista penal,
Alperovich quebró el estándar que, sin ir más lejos, había aplicado en
2004, cuando aceptó las dimisiones que presentaron el ex juez civil Julio
César Mustafá y el ex fiscal Gustavo Estofán durante el trámite de
denuncias de juicio político en su contra.
Son palos en la rueda que incomodan al conductor del carro provincial, que
por ahora no se ha pronunciado sobre el cáncer que padece Herrera Molina y
que da por desconocido el dictamen de su fiscal de Estado, Jorge Posse
Ponessa, que aconsejaba la aceptación de la dimisión. Alperovich dice que no sabe de
qué se trata (ese acto fallido), y los letrados de la Provincia, Javier
Cristóbal Amuchastegui y Sebastián Grunauer, se olvidaron de adjuntar la
opinión -no vinculante- entre las copias que dejaron en la Sala II de la
Cámara en lo Contencioso Administrativo. Eso, en la jerga de Tribunales, se
llama chicana. Acongoja que el Gobierno practique la deslealtad procesal,
pero no sorprende. Y también acongoja que no sorprenda.
Son palos en la rueda que pueden devenir en apaleada si la comisión de
Juicio Político de la Legislatura decide acusar a Piedrabuena y a Romero
Lascano ante el Jurado de Enjuiciamiento (tiene plazo legal hasta el 4 de
abril). Porque la Corte -integrada por camaristas en lo Contencioso
Administrativo- aún debe revisar el planteo de fondo que formuló Romero
Lascano contra (¡atención!) los actos de integración del Jurado de
Enjuiciamiento y el alto tribunal anticipó que iba abordar el tema si la
acusación se concretaba. El Jurado (órgano a cargo de resolver la
destitución de los funcionarios no sometidos a juicio político) fue
incorporado a la Constitución en 2006 y diseñado por la misma mayoría de
convencionales alperovichistas cuya tarea reformadora ya sufrió cuatro
reveses judiciales -el último, este 20 de marzo-. Romero Lascano no es el
único que pleitea contra la configuración de ese instituto: el Colegio de
Abogados de la Capital también lo objetó y su cuestionamiento aún puede ser
atendido por la Corte Suprema de Justicia de la Nación.