Por Carlos Páez de la Torre H
27 Agosto 2013
LAS HERAS PRIMERA CUADRA. Patio de la casa de Ceferina Aráoz de Avila. Allí fue llevado La Madrid con serias heridas, después de la batalla de El Tala, en 1826. LA GACETA / ARCHIVO
En la desastrosa campaña de 1841 del tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid a La Rioja, al mando del Segundo Ejército de la Liga del Norte contra Rosas, la fuerza pasó por grandes hambrunas. El también tucumano Benjamín Villafañe -secretario de La Madrid- narra un episodio al respecto, en sus "Reminiscencias históricas de un patriota".
Cuenta que "un día de tantos, matamos un burro en el Cuartel General, cuya carne nos pareció tan sabrosa como la de un pavo. Entonces, vi acercarse un soldado a nuestra carpa para recoger un pedazo del cuero abandonado, ponerlo en las brasas y devorarlo con voluptuosa ansiedad".
En otra ocasión, Villafañe iba caminando con La Madrid al frente de la columna, llevando ambos de la rienda sus caballos. "De vez en cuando, oíamos a nuestra espalda gritos como éstos: '¡Hambre, hambre! ¡Empanadas! ¡Arroz con leche! ¡Ricos matambres! ¡Carne con cuero!'… Evocábanse esas imágenes y otras semejantes, como quien insultara el dolor con marcado despecho. Confieso que mi alma iba traspasada y que llegué a temer que apareciera de repente un 'sálvese quien pueda…"
La Madrid "caminaba silencioso y triste". Villafañe quiso, cuenta, "saber lo que por él pasaba, y me aventuré a dirigirle estas palabras: '¿Dónde estaba usted, general, cuando se dio la batalla de Ayacucho?'. Después de un minuto que se prolongó demasiado, me contestó: 'Déjeme por ahora; estoy componiendo una vidalita'. Al oír esta salida, se me ocurrió un extraño pensamiento: ¿es el general o soy yo quien está loco?". Cabe apuntar que las "vidalitas" eran un recurso habitual de La Madrid para animar a su tropa.
Cuenta que "un día de tantos, matamos un burro en el Cuartel General, cuya carne nos pareció tan sabrosa como la de un pavo. Entonces, vi acercarse un soldado a nuestra carpa para recoger un pedazo del cuero abandonado, ponerlo en las brasas y devorarlo con voluptuosa ansiedad".
En otra ocasión, Villafañe iba caminando con La Madrid al frente de la columna, llevando ambos de la rienda sus caballos. "De vez en cuando, oíamos a nuestra espalda gritos como éstos: '¡Hambre, hambre! ¡Empanadas! ¡Arroz con leche! ¡Ricos matambres! ¡Carne con cuero!'… Evocábanse esas imágenes y otras semejantes, como quien insultara el dolor con marcado despecho. Confieso que mi alma iba traspasada y que llegué a temer que apareciera de repente un 'sálvese quien pueda…"
La Madrid "caminaba silencioso y triste". Villafañe quiso, cuenta, "saber lo que por él pasaba, y me aventuré a dirigirle estas palabras: '¿Dónde estaba usted, general, cuando se dio la batalla de Ayacucho?'. Después de un minuto que se prolongó demasiado, me contestó: 'Déjeme por ahora; estoy componiendo una vidalita'. Al oír esta salida, se me ocurrió un extraño pensamiento: ¿es el general o soy yo quien está loco?". Cabe apuntar que las "vidalitas" eran un recurso habitual de La Madrid para animar a su tropa.