El club Olímpico
"Hay mucha gente de la realeza sí, pero son personas que aman el deporte y que ayudan al movimiento olímpico gracias al poder e influencia que tienen en sus países". Así justificó el martes pasado Jacques Rogge, presidente saliente, la presencia de tantos príncipes, condes y duques en el Comité Olímpico Internacional (COI) que sesiona en estos días en Buenos Aires, rodeado de Jefes de Estado, ex campeones olímpicos, dirigentes de peso y poderosos ejecutivos de multinacionales.

El propio Rogge, un ex regatista olímpico que cesa su gestión de presidente el martes después de 12 años de gestión, recibió el título de conde de manos del rey Alberto II, de Bélgica, en línea con Pierre de Fredi, barón de Coubertin, el hombre que en 1894 fundó el COI en París rodeado de otros cuatro nobles como él y dos generales, entre otros. En los 20 años siguientes, Coubertin agregó 10 príncipes, condes y barones más, entre ellos su sucesor, el conde belga Henri de Baillet-Latour. La idea fundacional de los Juegos veía al deporte como factor de educación. Pero también como formador de cuerpos mejor entrenados para tiempos de guerras y, paternalistas al fin, como buen método de diversión para el pueblo.

El deporte podía distraer del trabajo, es cierto, pero era además un buen factor para que los obreros corrieran detrás de una pelota, antes que de ideas revolucionarias.

Coubertin justificó en su momento la integración elitista del COI afirmando que precisaba miembros que tuvieran fortuna personal, para así resistir a tentaciones políticas y mantener la supuesta pureza del movimiento que él había fundado. Esos miembros de la nobleza, personajes habituales de revistas como "Hola" o "Caras", siguen siendo hoy parte importante del COI.

Buenos Aires recibe en estos días a la princesa Nora de Liechtenstein, al príncipe Alberto II de Mónaco, al gran duque de Luxemburgo, al príncipe Federico de Dinamarca, al príncipe Faisal al Hussein de Jordania, a la princesa Haya al Hussein de Emiratos Arabes Unidos, al príncipe Tunku Imran de Malasia, al príncipe saudí Nawaf Faisal Fahd Abdulariz, al jeque kuwaití Ahmad al-Fahad y a la princesa Ana de Inglaterra, ésta última más en evidencia por las protestas que realizó el grupo Quebracho el último viernes en el Teatro Colón, en la gala de apertura de la 125ª Asamblea del COI.

Suele existir un discurso benévolo hacia la realeza, aún cuando se trate de jeques o príncipes de países árabes sin elecciones democráticas, pero con mucho petróleo, el suficiente como para que la comunidad internacional no les exija lo que sí le exige a otras dictaduras que son pobres.

Uno de estos jeques, el kuwaití Al-Sabah, es el más conocido dentro del COI, pero no por su glamour, sino por su poder, que suele arrastrar votos amigos y parece mantenerse invicto en sus decisiones, entre ellas, haber impulsado a Buenos Aires como sede de los Juegos Olímpicos de la Juventud de 2018 y también de la Asamblea que celebra estos días el COI, la más importante en décadas, porque vota sede, sucesor de Rogge y deporte olímpico. Así como arrastra votos, el jeque kuwaití también genera odios, especialmente entre algunos miembros que no toleran cierta ostentación del jeque, que parece dejarlos como títeres que no votan según sus convicciones personales.

La Asamblea del COI tiene también otros nobles, que no son miembros oficiales de la llamada "familia olímpica" pero actúan como si lo fueran. El más conocido es el príncipe Felipe, que lideró ayer la presentación de Madrid en la puja ante Tokio y Estambul como sede de los Juegos de 2020. El príncipe tuvo estos días un salón a su disposición, de los tantos que tiene el hotel Hilton, en Puerto Madero, para recibir uno a uno a los miembros del COI. "Sabían todo de la candidatura de Madrid, pero no era igual si se los contaba el príncipe, porque la monarquía española ejerce fascinación en muchos países", dijo un miembro de la candidatura española. Finalmente, tanto lobby, a Madrid no le sirvió de nada. Quedó eliminada después de empatar con Estambul en la primera selección.

El Mundo COI, se sabe, suele moverse en hoteles y calles exclusivas, protegido por un muro de seguridad, y dentro de un microclima que cree cierto. Porque la monarquía española, todos sabemos, está en decadencia desde hace años y hasta se convirtió en hazmerreír cuando el rey Juan Carlos fue pescado "in fraganti", acompañado de una supuesta amante, cazando elefantes en Botswana, lo que le valió su expulsión como presidente honorario de WWF, una fundación que preserva la naturaleza.

En una final Copa del Rey Barcelona-Athletic de un año atrás, los hinchas cantaban: "un elefante se balanceaba/ sobre la tela de una araña/ y como vieron que no se caía/ fueron a llamar al rey de España".

El Club Olímpico, que una década atrás atravesó el momento más crítico de su historia, en medio de graves denuncias de corrupción, no se compone sólo de nobles.

Un total de 39 de sus 103 miembros con derecho a voto han sido atletas olímpicos y 26 de ellos han subido inclusive a un podio y suman 75 medallas (34 de oro, 26 de plata y 15 de bronce).

El más laureado es el fabuloso ex nadador ruso Alexander Popov, ganador de cuatro medallas de oro y cinco de plata en cuatro Juegos distintos. La atleta polaca Irena Szewinska también tiene cuatro Juegos y ganó siete medallas. Y, acaso más importante aún, el propio Rogge fue regatista olímpico. Y tres de los seis aspirantes que el martes competirán para sucederlo también han sido atletas olímpicos, el ex remero suizo Dennis Oswald, el favorito alemán Thomas Bach (campeón de esgrima en los Juegos de Montreal 76) y, el más conocido de todos, el garrochista ucraniano Sergei Bubka. La "democratización", eso sí, todavía está en deuda con las mujeres: el COI está compuesto por casi un 80 por ciento de hombres.

Los seis candidatos para la votación del martes son todos hombres. Igual, claro, que los ocho presidentes que tuvo el COI en 118 años de historia. Puerto Madero despedirá el martes al club que vivió una semana casi enteramente refugiado en el barrio más caro de Buenos Aires. Quizás con la impresión de que todo el mundo es como ellos. Y, los que no, están para admirarlos. Casi como si fueran ellos Usain Bolt, Michael Phelps o Lionel Messi.

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