Si perdía todo de nuevo, Teresita iba a tirar la chancleta

ANGUSTIADA. Teresita pasó momentos muy duros, y no quiere que otra vez todo el fruto de su trabajo sea desmantelado. la gaceta / foto de analía jaramillo ANGUSTIADA. Teresita pasó momentos muy duros, y no quiere que otra vez todo el fruto de su trabajo sea desmantelado. la gaceta / foto de analía jaramillo
15 Diciembre 2013
La bronca. La desesperación. La impotencia. Hay un remolino de sensaciones en su rostro. Hay sudor en sus manos. Hay lágrimas. Teresa Cristina Canan muestra las marcas internas que le dejaron los días de violencia en la puerta de su supermercado, El Tiburón. Pero también cuela una gran sonrisa: en medio de tanto dolor ella descubrió que tiene unos vecinos de fierro, que arriesgaron sus vidas para que no le desmantelaran el negocio, en Villa Urquiza.

Es que para Teresita, como la conocen todos, ya nunca nada fue igual después del 19 de diciembre de 2001. Aquella tarde vio cómo muchos años de sacrificio fueron arrasados por un centenar de personas que salió a las calles en medio de la profunda crisis política, social y económica que vivía el país. “Fue de terror. Nos arruinaron”, dice mientras cuenta que después de ese episodio el Estado les dio $ 1.500 como recompensa, para reiniciar su negocio. “Vergonzoso, ¿0 no?”, exclama. Pasaron 12 años y ese recuerdo está demasiado latente, como una herida abierta.

Como un hijo
Teresita habla del supermercado como si fuera su hijo. En avenida Siria y Bolivia, abrió el Tiburón hace 47 años junto a su esposo León José Lajud. Su familia se completa con sus tres hijos,  Gustavo, Sergio y Cristina. Aunque ya todos se fueron de la casa, los dos varones trabajan en el comercio.

Cuando llegó a Villa Urquiza había varios súper en la zona. Por eso, ella le quiso imprimir fuerzas a su negocio. Lo llamó Tiburón. “Una leyenda libanesa, de familia, dice que cuando muere un hijo al próximo que llegue hay que ponerle el nombre de un animal para que sea fuerte y pueda salvarse. Me inspiró esa creencia y hasta ahora me ha dado buenos resultados. Mi tiburón sufrió tres saqueos y siempre pudo salir adelante”, explica.

En sus primeros años fue un almacén de barrio. Con el tiempo fue creciendo y sumó electrodomésticos y todo tipo de muebles para el hogar. 

El lunes, cuando vio que la policía estaba acuartelada, volvieron a su mente los recuerdos de 2001. “Tuvimos una reunión con altos jefes ese día. Me dijeron: ‘Teresita, usted que está en zona caliente, le vamos a mandar dos policías’”. Pero nadie llegó. De repente, ella sintió que alguien le golpeada la puerta de su casa, ubicada justo atrás del supermercado. Abrió apenas la persiana, 10 centímetros. Había unos 40 jóvenes de la zona. “Teresita, quiere que le cuidemos el negocio”, le dijeron. “No pedían nada a cambio. Me emocionaron mucho. Algunos de ellos son marginados, otros estuvieron presos por robo. Pero ese día, todos se jugaron por mi Tiburón. Muchos de ellos dejaron sus casas, sus familias, sin saber si iban a volver a salvo”, cuenta.

En seguida se organizaron. Algunos se quedaron en el frente con palos y rifles; otros se fueron al techo. Teresita sacó pirotecnia del galpón y con bombas de estruendo empezaron a ahuyentar a los saqueadores. Nadie en la zona durmió durante 72 horas. “Aparecieron más de 100 motos. Intentamos negociar; les dimos más de 20 carros llenos de mercadería. Pero no les conformó. Ellos no querían fideos, no tenían hambre, querían televisores”, explica.

Se sentó a llorar en un rincón. “Pensé que iban a entrar. Y me dije: ‘ya no me salvo más, ya no podré reconstruir esto nunca más con la edad que tengo’. Esto es todo lo que hice en mi vida; empezar de cero a los 77 años es imposible”, recuerda. Fue testigo de la una batalla campal en la que sólo se oían balazos. “Por suerte, y gracias a mis vecinos que me defendieron, mi Tiburón resistió”, insiste, coqueta y sonriente, desde uno de los sillones que están a la venta en el salón. 

Tuvo ganas de gritar, fuerte, muy fuerte, para que su voz se escuchara en todas partes. “Fueron momentos muy angustiantes. ¿Quién me devuelve los años de vida que perdí en estos días? Me pusieron contra las cuerdas. Es muy injusto lo que pasó”, resalta. Y ahora llora. Termina el relato, toma un sorbo de gaseosa fresca y se refriega los ojos con las manos. 


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