Boca en su laberinto

El equipo "xeneize" se pierde en su propio juego de oscuridades y recovecos mientras la interna de un vestuario voraz amenaza con tempestades.

EN SILENCIO. En Boca parece que hace rato se rompieron los códigos del vestuario. EN SILENCIO. En Boca parece que hace rato se rompieron los códigos del vestuario.
07 Marzo 2014
BUENOS AIRES (por Héctor Sánchez).- Es muy literario, por cierto, pero también poco probable que de los laberintos se salga por arriba, y será por eso que Boca se pierde en su propio juego de oscuridades y recovecos aún en una semana en donde suma un escuálido triunfo ante Olimpo, y mientras la interna de un vestuario voraz amenaza con tempestades.

Este plantel de Boca Juniors no encuentra paz ni en un retiro espiritual, y las razones hay que buscarlas en varios carriles, pero especialmente en dos casilleros: el equipo juega mal y gana salteado con Riquelme o sin Riquelme, con Gago o sin Gago, y a partir de allí se pueden barajar todos los nombres posibles en línea descendiente.

La irrupción de Pablo Ledesma -quien fue más noticia por sus dichos que por su mediocre rendimiento desde un buen tiempo a esta parte- como vocero del bando "riquelmista" no hizo más que transparentar una declaración de guerra que era un secreto a voces, y poner ahora sí en serio riesgo la continuidad de Carlos Bianchi como entrenador, ya que acaba de quedar expuesto como alguien que no conduce las riendas del grupo.

Ledesma preguntó el nombre y apellido del jugador que habría dicho al diario deportivo Olé que "el equipo no sabe a qué juega, y con (Julio) Falcioni los jugadores sí sabían a qué se jugaba", y lo tildó de alcahuete, descontando que fue uno solo y omitiendo la posibilidad de que el informante sea más de uno.

Que en los vestuarios se han perdido los códigos desde hace mucho tiempo, a nadie le pueden quedar dudas, códigos que tampoco se respetan en el campo de juego, como sabiamente supo definir hace unos años ese monstruo del arco y de las canchas que fue Amadeo Carrizo cuando defenestró a quienes piden tarjeta amarilla contra un rival: "Son 22 vigilantes", sentenció el gran Amadeo.

Lo de Ledesma, lenguaraz del bando riquelmista que está enfrentado con el sector que lidera el arquero Orión, es el punto culminante de una situación que ya no da para más, y que le hace demasiado daño a Boca.

El presunto enojo de Ledesma debería encontrar un límite en la sinceridad que ninguno de los dos bandos tiene: desde ambas orillas se provee de chismes y data maliciosa a diversos periodistas de distintos medios, que también están alineados con los contendientes según amistades o conveniencias.

Desde la época gloriosa de la Máquina de River, o tal vez antes,  las internas existen y se conocen: Moreno y Pedernera eran muy amigos y estaban peleados con Angel Labruna, pero en la cancha lo asistían cada vez que podían para que el formidable delantero y después DT campeón hiciera goles y más goles que resultaban vitales para el éxito "millonario".

En el exitoso Boca de Bianchi, la interna era visible para quien quisiera verla, pero eso no afectaba el juego ni los resultados: con pases de Delgado y Riquelme (amigos inseparables) Martín Palermo (lider del otro grupo en esa interna) le hizo dos goles al Real Madrid en cinco minutos, el xeneize lo aguantó y cerró un año 2000 espectacular.

Esa victoria coronó un ciclo con Copa Libertadores, Intercontinental y campeonato local de yapa, pero la noche del triunfo ante el Madrid en Tokio cada bando festejó en sus habitaciones y no hubo cena general. Pero la Copa fue para todos.

El problema de este Boca es que ni por asomo se parece a ese equipo, ni en el juego ni mucho menos en los resultados, y entonces la interna ocupa el lugar central que debería ocupar el fútbol, y la farándula chismosa se hace un festival.

Diga quien lo diga, si jugadores despechados o heridos en los fuegos de un vestuario sin pautas de convivencia, la verdad es la que despertó esta batalla sin tregua: Boca no juega a nada, entra a la cancha a "ver qué onda" y eso está a la vista para quien quiera verlo.

Es un momento complejo para un club que se había acostumbrado a ganar y en donde a cada espacio le corresponde lo suyo: fracasa la dirigencia en su papel de fijar normas que deban cumplirse adentro y afuera del vestuario.

Pero fracasa también el cuerpo técnico que no logra conducir el juego ni la conducta del plantel; y fracasan los jugadores que creen que un micrófono puede reemplazar el manejo y control de la pelota, esencia de la dinámica de lo impensado, como nos enseñó el troesma Dante Panzeri. (Télam).

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