Por Carlos Páez de la Torre H
04 Mayo 2014
UN MAGNIFICO ÓLEO. Lo ejecutó en Bélgica, hacia 1825, el pintor Jean-Joseph Navez. LA GACETA / archivo
Por su condición de prócer máximo, el rostro del general José de San Martín (1778-1850) ha sido vastamente difundido, a través de pinturas, dibujos, esculturas, de las más diversas épocas. El bicentenario de la etapa tucumana del Libertador (enero-mayo de 1814) hace oportuno arrimar algunas precisiones sobre el tema.
Auxilio indispensable resulta la “Iconografía del general San Martín” (1971), de Bonifacio del Carril y Luis Leoni Houssay. Esto porque el doctor Del Carril, afamado historiador y coleccionista, fue acaso el más erudito iconógrafo argentino del siglo que pasó.
Su monumental trabajo abarca primero los retratos tomados del natural, o ejecutados en vida de San Martín; y pasa luego a enfocar los retratos derivados. Nos interesan los del primer sector.
A lo largo de sus 72 años de vida, San Martín sólo posó para ser retratado alrededor de cinco veces: acaso el número podría estirarse hasta siete, pero no más allá. Fuera de esta nómina, el más antiguo retrato conocido sería una miniatura a la témpera, sobre marfil, ejecutada entre 1812 y 1814, por un artista que firmó con las iniciales B. L. Viste uniforme y muestra un semblante “de carácter acentuadamente español, la boca levemente carnosa y apretada y la nariz aguileña, tomada de frente”.
En Chile, el peruano José Gil de Castro pintó sobre cobre, el primer retrato tomado del natural. Es el San Martín de gran nariz, pelo abundante y mechón sobre la frente, con el corvo bajo el brazo, condecoración de Chacabuco en el pecho y banda de general. No es la imagen favorita del público, pero Del Carril subraya que se ejecutó ante el modelo, y es “la expresión verdadera de la figura de San Martín, tal como la contempló y la representó el pintor cuando vio por primera vez al general, en 1817”. Luego, Gil de Castro iría haciendo copias –unas ocho- sobre tela, donde fue alargando y estilizando la imagen, además de colocarle agregados y leyendas. La naturalidad original fue lógicamente disminuyendo.
Corría 1824 cuando San Martín, ya concluida su gloriosa etapa militar, residió en Bruselas. Allí posó para varios retratos. El primero, la escultura que el famoso medallista Jean-Henri Simon lo tomó, para la pieza batida por la Logia “La Parfaite Amitié”. Es su único retrato de perfil, tomado del natural y se lo debe considerar muy fiel, dada la calidad del escultor.
El segundo retrato de Bélgica, pintado hacia 1825, lo muestra de frente, en traje civil. Fue obra del pintor Jean-Joseph Navez, del taller de David. Un magnífico retrato “sin duda ligeramente hermoseado”, dice Del Carril, pero los rasgos “son perfectamente reconocibles e identificables con los demás retratos directos que le fueron tomando”.
El tercer retrato belga tuvo varias versiones. El general Guillermo Miller pidió a San Martín que se lo enviara, para ilustrar las memorias de su hermano José. Entonces, el Libertador posó ante el pintor y litógrafo Jean-Baptiste Madou. Éste lo representó de civil y con capa, en una pintura, de la que hizo luego una litografía.
San Martín le hizo correcciones, hasta que quedó más o menos satisfecho. Entonces, Madou puso al rostro un uniforme militar y entregó a San Martín, para que las enviara a Miller, la piedra litográfica y la prueba. Este es el San Martín más conocido, el “de la estampilla y de los billetes”.
En la carta adjunta para Miller (1828), el retratado comentaba: “los que lo han visto (al retrato) dicen que, aunque se parece bastante, me ha hecho más viejo, y a los ojos los encuentran defectuosos”; pero “es lo mejor que se ha podido encontrar para su ejecución; al fin, yo he cumplido con su encargo, asegurándole será el último retrato que haga en mi vida”.
En realidad, el último fue ejecutado en 1848, en París, posiblemente en el cumpleaños número 70 del general. No es una pintura sino una fotografía al daguerrotipo, es decir impresa sobre cobre y no sobre papel. En realidad, se tomó dos, uno de ellos con la mano dentro de la levita. Obviamente se trata de “los únicos retratos verdaderamente directos del general San Martín”.
El minucioso estudio de Del Carril enumera también los rostros ejecutados en vida del Libertador, aunque no posara para ellos. Son, cronológicamente, el grabado de Núñez de Ibarra; las tres figuras ecuestres, obra del famoso pintor francés Théodore Gericault; las referidas copias que Gil de Castro pintó de su original en cobre; la miniatura de Wheeler; el óleo atribuido a Gregorio Torres; el óleo pintado en el Perú por Mariano Carrillo; el realizado en Chile por Francis Drexel, más un par de miniaturas.
Es famosa aquella efigie donde el general aparece envuelto en la bandera. Fue obra de la profesora de pintura, cuyo nombre se ignora, de su hija Mercedes. Supone Del Carril que varias manos (muy probablemente la de Madou) intervinieron en este óleo. Mercedes sorprendió a su padre al entregárselo en 1829, al regreso del fallido viaje a Buenos Aires.
A pesar de la “fatiga visual” que nos produce su extraordinaria divulgación, se trata de una magnífica figura que representa fielmente el rostro del prócer. San Martín tenía tanta estima por este retrato, que lo conservó hasta la muerte en su dormitorio.
Auxilio indispensable resulta la “Iconografía del general San Martín” (1971), de Bonifacio del Carril y Luis Leoni Houssay. Esto porque el doctor Del Carril, afamado historiador y coleccionista, fue acaso el más erudito iconógrafo argentino del siglo que pasó.
Su monumental trabajo abarca primero los retratos tomados del natural, o ejecutados en vida de San Martín; y pasa luego a enfocar los retratos derivados. Nos interesan los del primer sector.
A lo largo de sus 72 años de vida, San Martín sólo posó para ser retratado alrededor de cinco veces: acaso el número podría estirarse hasta siete, pero no más allá. Fuera de esta nómina, el más antiguo retrato conocido sería una miniatura a la témpera, sobre marfil, ejecutada entre 1812 y 1814, por un artista que firmó con las iniciales B. L. Viste uniforme y muestra un semblante “de carácter acentuadamente español, la boca levemente carnosa y apretada y la nariz aguileña, tomada de frente”.
En Chile, el peruano José Gil de Castro pintó sobre cobre, el primer retrato tomado del natural. Es el San Martín de gran nariz, pelo abundante y mechón sobre la frente, con el corvo bajo el brazo, condecoración de Chacabuco en el pecho y banda de general. No es la imagen favorita del público, pero Del Carril subraya que se ejecutó ante el modelo, y es “la expresión verdadera de la figura de San Martín, tal como la contempló y la representó el pintor cuando vio por primera vez al general, en 1817”. Luego, Gil de Castro iría haciendo copias –unas ocho- sobre tela, donde fue alargando y estilizando la imagen, además de colocarle agregados y leyendas. La naturalidad original fue lógicamente disminuyendo.
Corría 1824 cuando San Martín, ya concluida su gloriosa etapa militar, residió en Bruselas. Allí posó para varios retratos. El primero, la escultura que el famoso medallista Jean-Henri Simon lo tomó, para la pieza batida por la Logia “La Parfaite Amitié”. Es su único retrato de perfil, tomado del natural y se lo debe considerar muy fiel, dada la calidad del escultor.
El segundo retrato de Bélgica, pintado hacia 1825, lo muestra de frente, en traje civil. Fue obra del pintor Jean-Joseph Navez, del taller de David. Un magnífico retrato “sin duda ligeramente hermoseado”, dice Del Carril, pero los rasgos “son perfectamente reconocibles e identificables con los demás retratos directos que le fueron tomando”.
El tercer retrato belga tuvo varias versiones. El general Guillermo Miller pidió a San Martín que se lo enviara, para ilustrar las memorias de su hermano José. Entonces, el Libertador posó ante el pintor y litógrafo Jean-Baptiste Madou. Éste lo representó de civil y con capa, en una pintura, de la que hizo luego una litografía.
San Martín le hizo correcciones, hasta que quedó más o menos satisfecho. Entonces, Madou puso al rostro un uniforme militar y entregó a San Martín, para que las enviara a Miller, la piedra litográfica y la prueba. Este es el San Martín más conocido, el “de la estampilla y de los billetes”.
En la carta adjunta para Miller (1828), el retratado comentaba: “los que lo han visto (al retrato) dicen que, aunque se parece bastante, me ha hecho más viejo, y a los ojos los encuentran defectuosos”; pero “es lo mejor que se ha podido encontrar para su ejecución; al fin, yo he cumplido con su encargo, asegurándole será el último retrato que haga en mi vida”.
En realidad, el último fue ejecutado en 1848, en París, posiblemente en el cumpleaños número 70 del general. No es una pintura sino una fotografía al daguerrotipo, es decir impresa sobre cobre y no sobre papel. En realidad, se tomó dos, uno de ellos con la mano dentro de la levita. Obviamente se trata de “los únicos retratos verdaderamente directos del general San Martín”.
El minucioso estudio de Del Carril enumera también los rostros ejecutados en vida del Libertador, aunque no posara para ellos. Son, cronológicamente, el grabado de Núñez de Ibarra; las tres figuras ecuestres, obra del famoso pintor francés Théodore Gericault; las referidas copias que Gil de Castro pintó de su original en cobre; la miniatura de Wheeler; el óleo atribuido a Gregorio Torres; el óleo pintado en el Perú por Mariano Carrillo; el realizado en Chile por Francis Drexel, más un par de miniaturas.
Es famosa aquella efigie donde el general aparece envuelto en la bandera. Fue obra de la profesora de pintura, cuyo nombre se ignora, de su hija Mercedes. Supone Del Carril que varias manos (muy probablemente la de Madou) intervinieron en este óleo. Mercedes sorprendió a su padre al entregárselo en 1829, al regreso del fallido viaje a Buenos Aires.
A pesar de la “fatiga visual” que nos produce su extraordinaria divulgación, se trata de una magnífica figura que representa fielmente el rostro del prócer. San Martín tenía tanta estima por este retrato, que lo conservó hasta la muerte en su dormitorio.
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