El debut
“La tensión era terrible. Hay que estar ahí. La gente se tiraba adelante del colectivo y pedían ‘por favor, por favor’. El viaje desde José C. Paz”, me dijo alguna vez César Menotti. “Insoportable”, me lo definió en otra ocasión el “Pato” Fillol. “El partido más difícil”, graficó Osvaldo Ardiles. Hablaban del debut de Argentina en el ‘78, un dificilísimo triunfo 2-1 ante la Francia de Michel Platini. La final, obviamente, tuvo su propio clima, pero la misión de haber llegado al último partido ya estaba cumplida. Igualmente, el propio Menotti, levantándose de la silla y gesticulando y reviviendo el momento, contó que, en el viaje del micro a River, para la final contra Holanda, que Argentina ganó 3-1 en tiempo extra, Leopoldo Luque, asombrado y asustado ante la gente que saludaba el paso y pedía por el triunfo, se paró en una punta y gritó bien alto: “Dios mío quién me mandó a estar acá”.

La Argentina campeona de 1986, acaso porque jugar de visitante significa menos presión, afrontó en cierto modo con más distensión su debut en México pero igual fue una prueba de fuego, porque el plantel venía de sostener fuertísimas discusiones a puertas cerradas. La puja de liderazgos entre el ex capitán Daniel Passarella y el nuevo capitán Diego Maradona derivó en reuniones de las que no participó el propio Carlos Bilardo. “Discutíamos todo y si surgía un problema decíamos ‘reunión’”, contó una vez Jorge Valdano. Se debatió todo. Y fue bueno para un grupo que estaba dividido antes del debut, como sucedió también en España 82, cuando algunos aseguran que hasta hubo jugadores que cruzaron golpes. Pocos saben que en el debut de México, 3-1 contra Corea del Sur, Maradona se hartó de Valdano, que le pedía siempre la pelota cuando picaba, y ambos tuvieron largos días sin hablarse.

El recuerdo de los dos debuts en los dos únicos Mundiales que ganó el fútbol argentino se vincula, claro, al estreno en Brasil contra Bosnia y Herzegovina. El debut es difícil siempre. Hay que soltar. Y si algo sale mal, entonces se pierde confianza, a la inversa si el inicio es positivo. Los nervios de Brasil, de todo Brasil, no sólo de la selección, eran gigantescos antes del inicio del Mundial el jueves pasado. Por un lado, anarquistas rompiendo calles y sindicatos duros haciendo huelgas. Por otro, la clase media de San Pablo, gente con posibilidades de pagar 500 dólares un boleto, que va al estadio, más que para alentar a su selección, para insultar a la presidenta Dilma Rousseff. El gobierno ha dado claros motivos de descontento con un Mundial que multiplicó gastos e inutilidades. Pero, si no hubiese sido así, hay un sector social que no soporta que en las elecciones de octubre próximo gane por cuarta vez seguida el Partido de los Trabajadores (PT). 

Se percibe en lecturas de diarios, hablando con la gente, escuchando insultos que no indican sólo crítica o furia, sino una mirada ante la vida. Les indigna entonces la corrupción de unos más que de otros. Celebraron un Mundial aún en los peores tiempos de la dictadura de 1970. No lo quieren celebrar ahora. Hay también desprecio a la fiesta popular.

El debut organizativo de Brasil salió aprobado. Las fallas, en todo caso, quedaron disimuladas por el triunfo 3-1 de Neymar y compañía ante Croacia. Eso sí, cuando a los 6’ Marcelo anotó el primer gol en contra de Brasil en toda su historia mundialista hubo realmente un momento de pánico. La prensa mundial se indignó y cuestionó al árbitro japonés que salvó a Brasil inventando un penal que no fue. En la prensa local, en cambio, el tema fue minimizado. Hubo que buscar casi con lupa la durísima crítica del DT de Croacia diciendo que lo que había sucedido había sido un circo. Lo que pareció ser un regalo al anfitrión acaso terminó descubriéndose como un aviso de lo que podrá ser el Mundial: la incompetencia arbitral. Otros deportes decidieron recurrir a la TV para solucionar casos de dudas. El fútbol, en cambio, sigue firme en su trinchera. Si otros necesitaron cambiar reglamentos y hasta introducir la palabra final de la TV, el fútbol, en cambio, siente en su reinado que no hay por qué cambiar. Su primitivismo, tal vez, es también una de las razones principales de su enorme poder de atracción. El mundo entero advirtió que Croacia fue robada. Todos menos la FIFA, acaso acostumbrada a convivir con el error humano. Acostumbrada a convivir con la trampa.

La contracara de la alegría brasileña, está claro, fue la debacle española. No por la derrota, acaso previsible, sino por cómo se produjo. La debacle, paradójicamente, comenzó un minuto después de que España perdió la ocasión de ponerse 2-0. Bastó un primer gran gol holandés para desnudar lo que muchos intuían a partir de la temporada sin títulos de Barcelona. La prensa española puso la mirada impiadosa sobre Leo Messi, porque seguramente resultó mucho más fácil que hacerlo sobre Xavi Hernández, Andrés Iniesta o Gerard Piqué, vacas sagradas de la España campeona en Sudáfrica 2010. Aquel título, en rigor, encontró al momento dorado del fútbol español ya en cierto ocaso. Por eso le costó tanto y terminó ganando apenas 1-0 sus partidos decisivos. El recambio no fue el necesario y el castillo se derrumbó inapelable. Nadie podría haber imaginado un debut tan catastrófico.

¿Y qué será el debut para la Selección de Sabella? Lo que parecía un camino ideal sufrió algunos inconvenientes. La baja de Messi en los últimos meses con Barcelona, las lesiones de “Kun” Agüero y “Pipita” Higuaín, el nivel opaco que terminó sacando del Mundial de modo igualmente inesperado a Ever Banega, algunos ensayos también sorpresivos de Sabella en las prácticas de los últimos días, el martilleo en alguna prensa de España sobre investigaciones judiciales acerca de Messi que casi no tienen repercusión en la prensa argentina… ¿Habrá afectado algo de todo esto al grupo o es simple palabrería mediática para un plantel concentrado en recuperar un título mundial?

Los que creen que sólo la selección argentina juega bajo la presión o la ventaja de que siente la camiseta como nadie, podrán sacar su mirada del ombligo patrio y advertirán que el rival de hoy tiene muchos motivos más para sentir que representa a un pueblo. Claro, es un pueblo de apenas 4 millones de habitantes, nuevo como nación y que crece como puede tras el desastre de una guerra entre hermanos que reflotó odios ancestrales y crueldades inimaginables. Para ese pueblo, esta selección es todo. Será su primera vez en un Mundial. Tienen hambre pero también inexperiencia. 

La Argentina de Sabella llega justamente con jugadores que ya sufrieron debuts mundialistas y el dolor de una dura eliminación en Sudáfrica. También hay hambre y deseos de revancha. Y una cultura futbolística que obliga a pensar que ganar hoy es importante por todo lo que se dijo sobre el debut. Pero saber que se trata apenas de un primer paso. “Yo -me dijo Menotti en una charla de un año atrás- muchas veces dije que si pasábamos el primer partido iba a ser muy difícil que nos ganaran. Sentí que éramos invencibles”. Algo similar sucedió en México 86. Son recuerdos -y también nombres y rendimientos cercanos- que invitan a creer. Hoy hay que dar el primer paso.

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