06 Julio 2014
NOTABLE ATAJADA. Thibaut Courtois fue el único que le ganó el duelo a Messi, que lleva ocho partidos sin poder convertirle. REUTERS
BRASILIA.- La “maldición” argentina de los cuartos de final se acabó en la utópica Brasilia con un Lionel Messi cada vez más sabio, una pizca de fortuna en el momento justo y un Gonzalo Higuaín que recuperó su extraviado instinto goleador. “¿Qué te pasa, qué te pasa?”. A la “Pulga”, que en la cancha se transforma, no le gustó que Marc Wilmots, el entrenador rival, lo acusara de hacer teatro tras haber sido derribado por uno de sus fornidos muchachos.
Aunque en el fondo el astro entendía la reacción de impotencia del entrenador: estaba mareando a sus jugadores, enloqueciendo desde una posición diferente a la esperada a media Bélgica, a la que a los ocho minutos Argentina ya derrotaba por 1-0 en el estadio Mané Garrincha.
El marcador final no se movió, pero el dato importante fue otro: por primera vez en 24 años, el seleccionado “albiceleste” está en las semifinales de un Mundial. Lo celebró con euforia desbordada, revoleando camisetas frente a su hinchada y con prolongados abrazos de buena parte del equipo a Messi.
El gol del triunfo se gestó a los 8’ con un Messi que giró dos veces sobre sí mismo y anuló a sus dos marcadores en el centro del campo para habilitar a Di María. El hombre del Real Madrid lanzó un zurdazo veloz e incisivo en dirección al área, la pelota dio en Jan Vertonghen, cayó suave delante de Higuaín y se convirtió en gol.
Final para las frustraciones argentinas acumuladas desde el título de México 86 y la final de Italia 90: octavos en Estados Unidos 94, cuartos de final en Francia 98, adiós en la primera ronda en Corea-Japón 2002 y en los cuartos de Alemania 2006 y Sudáfrica 2010.
En la primera media hora, Argentina ofreció su mejor imagen en el Mundial. Dueños de la iniciativa, los “albicelestes” funcionaron a partir de un mediocampo que contó con la inestimable colaboración de Messi, que en el segundo tiempo jugaría más adelantado.
Era la versión de centrocampista-asistidor, con Di María como socio ideal. Y a Fellaini, 25 centímetros más alto que él, lo complicó especialmente. Los belgas, equipo joven y con futuro, no inquietaron a la Argentina como se esperaba. En el segundo tiempo se valieron de los centros de zurda de Vertonghen, pero con el paso de los minutos comprobaron ser victimas de su particular estigma, la “maldición del 10 argentino”: en las semifinales de 1986 los frenó un equipo liderado por Diego Maradona. Esta vez, uno manejado por Messi. Un Messi cuyas imágenes podrían servir para un video de control de pelota. Dominó todas, incluso un difícil pase largo y en diagonal que le cayó llovido y “durmió” con la derecha. Engañó belga tras belga atando la pelota al pie izquierdo y aguantando llamativas dosis de patadas de sus rivales.
Sólo una maldición permanece: la de Messi ante el arquero Thibaut Courtois, al que lleva ocho partidos sin batir. Falló con un tiro libre y en un contraataque en el final, sólo frente al gigante belga. La frustración fue anecdótica, porque la gran misión de ayer era otra, hacer fluir el partido en su inicio desde el mediocampo para terminar con una “maldición”. Lo logró, y el miércoles en San Pablo tendrá otra misión mayor: buscar la final del Mundial.
Aunque en el fondo el astro entendía la reacción de impotencia del entrenador: estaba mareando a sus jugadores, enloqueciendo desde una posición diferente a la esperada a media Bélgica, a la que a los ocho minutos Argentina ya derrotaba por 1-0 en el estadio Mané Garrincha.
El marcador final no se movió, pero el dato importante fue otro: por primera vez en 24 años, el seleccionado “albiceleste” está en las semifinales de un Mundial. Lo celebró con euforia desbordada, revoleando camisetas frente a su hinchada y con prolongados abrazos de buena parte del equipo a Messi.
El gol del triunfo se gestó a los 8’ con un Messi que giró dos veces sobre sí mismo y anuló a sus dos marcadores en el centro del campo para habilitar a Di María. El hombre del Real Madrid lanzó un zurdazo veloz e incisivo en dirección al área, la pelota dio en Jan Vertonghen, cayó suave delante de Higuaín y se convirtió en gol.
Final para las frustraciones argentinas acumuladas desde el título de México 86 y la final de Italia 90: octavos en Estados Unidos 94, cuartos de final en Francia 98, adiós en la primera ronda en Corea-Japón 2002 y en los cuartos de Alemania 2006 y Sudáfrica 2010.
En la primera media hora, Argentina ofreció su mejor imagen en el Mundial. Dueños de la iniciativa, los “albicelestes” funcionaron a partir de un mediocampo que contó con la inestimable colaboración de Messi, que en el segundo tiempo jugaría más adelantado.
Era la versión de centrocampista-asistidor, con Di María como socio ideal. Y a Fellaini, 25 centímetros más alto que él, lo complicó especialmente. Los belgas, equipo joven y con futuro, no inquietaron a la Argentina como se esperaba. En el segundo tiempo se valieron de los centros de zurda de Vertonghen, pero con el paso de los minutos comprobaron ser victimas de su particular estigma, la “maldición del 10 argentino”: en las semifinales de 1986 los frenó un equipo liderado por Diego Maradona. Esta vez, uno manejado por Messi. Un Messi cuyas imágenes podrían servir para un video de control de pelota. Dominó todas, incluso un difícil pase largo y en diagonal que le cayó llovido y “durmió” con la derecha. Engañó belga tras belga atando la pelota al pie izquierdo y aguantando llamativas dosis de patadas de sus rivales.
Sólo una maldición permanece: la de Messi ante el arquero Thibaut Courtois, al que lleva ocho partidos sin batir. Falló con un tiro libre y en un contraataque en el final, sólo frente al gigante belga. La frustración fue anecdótica, porque la gran misión de ayer era otra, hacer fluir el partido en su inicio desde el mediocampo para terminar con una “maldición”. Lo logró, y el miércoles en San Pablo tendrá otra misión mayor: buscar la final del Mundial.