Los misachicos calentaron los corazones de los devotos

Caminaron más de 30 kilómetros con sus imágenes. Los promesantes llegaron desde distintos pueblos de Leales y Cruz Alta Cientos de peregrinos llegados de distintos rincones de la provincia fueron a rendirle homenaje a la patrona de Tucumán. Otro tucumano, el actual obispo de Catamarca, monseñor Luis Urbanc, presidió las fiestas patronales por la ausencia de monseñor Zecca, que se encuentra en Roma. Más de 15.000 fieles siguieron la procesión desde la plaza Belgrano hasta la plaza Independencia

RENDIDOS A LOS PIES DE MARIA. Más de siete cuadras repletas de fieles se encolumnó desde la plaza Belgrano, donde se realizó el homenaje cívico militar en conmemoración de la Batalla de Tucumán, hasta plaza Independencia. la gaceta / foto de inés quinteros orio RENDIDOS A LOS PIES DE MARIA. Más de siete cuadras repletas de fieles se encolumnó desde la plaza Belgrano, donde se realizó el homenaje cívico militar en conmemoración de la Batalla de Tucumán, hasta plaza Independencia. la gaceta / foto de inés quinteros orio
25 Septiembre 2014
Después de veinte o treinta años pocos recuerdan cuál fue el milagro que los lanzó a peregrinar a campo traviesa. A salir con la imagen de Nuestra Señora de La Merced en andas, caminando día y noche, bajo el sol y las estrellas, sin importar el calor insoportable de la siesta o que de pronto se desate una tormenta a mitad de camino. El misachico sigue su ruta de fe inalterable. Va parando en cada pueblo, llevando la devoción de miles de fieles que se acercan a santiguarse y a pedirle una gracia. Desde lejos se escucha el clamor, el llamado de los bombos, las quenas y las armónicas que van anunciando el paso de la Virgen. Muchos ya están preparados para sumarse a la travesía de devoción. De suerte que salen unos pocos y llega una multitud a la basílica de La Merced. Otros se contentan con tocar la punta del manto de la imagen peregrina. Ahí viajarán sus pesares.

El martes por la tarde, los corazones de los fieles empiezan a palpitar con ritmo mariano. Las vísperas del festejo de la patrona de la Arquidiócesis de Tucumán son tan emocionantes como la fiesta misma. Cada año, entre las 17 y las 20 del día anterior a la festividad (en este caso, fue el martes), llegan los misachicos desde distintos pueblos de la provincia. Caminan 40 kilómetros o más y sólo paran para almorzar o descansar un rato.

Son las 17.30. La gente espera en la puerta del atrio de la basílica. De pronto, el tránsito de Virgen de la Merced y San Martín se interrumpe y se escuchan los redoblantes. El primer misachico en llegar tiene casi cien personas. Ha salido a la una de la mañana de Romera Pozo, Leales, tras una misa. Trae la imagen de la Virgen en una urna adornada con flores rojas, pero viene rodeada de fieles que portan banderas argentinas y papales. Adelante vienen los “musiqueros”. La gente aplaude. Se santigua. Saluda con pañuelos blancos. Las campanas del templo se sacuden a rabiar. Llueven papelitos de colores. Y sobre los promesantes que llegan sudorosos, con toallas al cuello o banderas argentinas anudadas como capas.

Al dar los primeros pasos por la basílica, algunos rompen a llorar desconsolados. Otros caminan sonrientes, mientras las lágrimas les resbalan solas por las mejillas.

Ana Brito tiene los ojos inyectados en sangre. Las lágrimas se le mezclan con el sudor. Ha caminado más de 30 kilómetros. No siente dolor ni calor. Sólo alegría por haber cumplido con la Virgen, porque la Señora lo ha hecho antes con ella. Cuenta que hace dos meses le sacaron el útero tras una enfermedad. “Creía que iba a morir. Pero le pedí a la Virgen que me ayudara”, dice señalándose a sí misma.

Otra vez las campanas. Los bombos y las armónicas. La gente corre a la puerta de la basílica. Desenfundan sus celulares en el modo cámara de foto. Cada imagen es una postal de la devoción del pueblo hacia la Virgen María.

Amarrada a la imagen viene Adriana Alderetes, caminando junto a 50 vecinos de Carbón Pozo, a unos 18 kilómetros de la capital. “Venimos todos los 24 desde hace 32 años. Mi padre le hizo la promesa a la Virgen porque no quería que mi hermano fuese a la guerra de Malvinas. Llegó hasta Puerto Argentino, pero no combatió porque la guerra ya había terminado”, cuenta.

El padre de Adriana, Daniel Gerardo Alderetes, ha fallecido hace años, pero los hijos continúan cumpliendo la promesa. Es más, el hermano, el que se había beneficiado con la gracia, tampoco participa porque ha perdido el interés. “Se ha cambiado a otra religión”, dice Adriana con timidez. Pero la tradición de honrar a la Virgen sigue intacta. Porque la misión del misachico o misachikuy, en su voz quechua, es siempre el mismo: “mandar a decir misa”. Cada imagen llega para “absorber” las bendiciones de la misa y derramarlas entre la gente de su pueblo.

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