Hacia el final del ciclo kirchnerista

Cristina Fernández contra el mundo y la Argentina a los bandazos navega con freno de mano y motores casi parados. Por Hugo E. Grimaldi - Colimnista de DyN.

28 Septiembre 2014
si A es igual a B y B es igual a C, A es igual a C. En Lógica I es el primer ejemplo de silogismo aristotélico que se le plantea a los alumnos, una obviedad casi. Este mismo tipo de analogía utilizó Cristina Fernández para decirles en la cara a muchos de sus pares del mundo que, sólo por diferir con la concepción personalísima que ella tiene sobre el manejo de la deuda impaga, si los buitres son terroristas y desde Occidente se consiente que hostiguen a la Argentina, quienes no nos apoyan (Estados Unidos, Alemania) también son terroristas.

A simple vista, parece una acusación extrema, pero es esto mismo lo que surge de los dichos presidenciales en sus dos discursos en la ONU, en una semana que le dio mucha exposición al Gobierno, pero también mucho desgaste, sobre todo porque mientras se peleaba con los poderosos buscando enemigos para ofrendar al relato, la situación de los argentinos siguió deteriorándose. Si se hace un análisis político de varios de los provocativos razonamientos que disparó Cristina en sus intervenciones del miércoles, lo primero que se observa no es tanto la validez de los argumentos, sino la forma y la oportunidad para expresarlos.

Hay quienes creen que la Presidenta se comportó casi como una heroína por “decirles en la cara” a las potencias lo que piensa, mientras que otros señalan con bronca que los discursos le dieron “vergüenza ajena”, ya que en su carácter de presidenta de la Nación “de los 40 millones de argentinos” (en verdad, ya 42,5 millones al menos) ella marcó una línea beligerante que es contraria a las necesidades que tiene el país.

Hoy, la Argentina carece de dólares suficientes y depende básicamente del mundo, en materia de inversiones. No es cuestión de irse a arrodillar, pero si los Estados Unidos y Europa tuviesen la certeza de que hay atisbos de una cierta lógica en el Gobierno, por más que las miradas del Gobierno vayan hacia China y hacia Rusia, otro sería el cantar. Es muy lindo y democrático llenarse la boca con que 124 países votaron en la ONU a favor de estudiar una Resolución para que se atiendan las quiebras soberanas, pero lo cierto es que en ese club nadie pasó la gorra para ayudar a la Argentina.

No se trataba de eso, se trataba de política, es verdad, pero si se hubiese intentado, igualmente poco sería lo que se iba a recoger, por más que Cristina haya arengado a la Asamblea para que “retome el poder delegado” a las cinco grandes potencias del mundo que pueden vetar las resoluciones en el Consejo de Seguridad, porque “cada uno de nosotros valemos un voto, la verdadera democracia global”, dijo. Si se consigue lo solicitado será, finalmente, algo formal que alcanzará algún estatus global en cuatro o cinco años y que no tendrá valor retroactivo.

Igualmente, las nuevas emisiones de bonos ya contemplan una cláusula de respeto hacia la voluntad de las mayorías que se ha incorporado en la práctica, justamente debido al desgraciado caso argentino que, dicho sea de paso, Néstor Kirchner consintió. Si hay que considerar el principal exceso presidencial de esa tarde de los dos discursos en las Naciones Unidas, hay que decir primero que el kirchnerismo ya no dispone de modo contante y sonante de aquel 54% que tanto enorgullecía a la Presidenta. El desgaste político, la falta de reelección y la poca pericia del actual equipo económico han achicado considerablemente las preferencias de la opinión pública.

En segundo lugar, se debe advertir que la situación económica y social es hoy demasiado crítica en la Argentina. Resulta patético observar que mientras los pasajeros observan con preocupación cómo la tripulación se dedica a hermosear la proa, nada se hace para evaluar los daños o para darle la potencia adecuada a los motores. Así, el viaje transcurre a los bandazos.

La parálisis de la Argentina de estos días tiene dos planos: el de la economía real, donde la inflación horada el ingreso, mientras el nivel de actividad tiene el freno de mano puesto, y escasean los dólares del Banco Central. Es el país de la sociedad con concepción estatista, pero que salió del idilio que tuvo con el modelo, cuando éste le trasladó el impuesto inflacionario, le puso el cepo, bajó la guardia con la seguridad, se escoró en materia de pobreza y que, ahora, está en recesión.

Pero, también, es el país donde los dirigentes parecen poner sus energías en otro lado: casi al borde del egoísmo o en peleas inconducentes, el oficialismo, o en mirar el partido desde afuera, la oposición. Es la Argentina del dólar ilegal a 16 pesos, que trasluce la falta de confianza en que esta concepción política pueda revertir la situación, o peor, que no hace nada relevante, prefiriendo el parate económico a tener que ajustar, para que la bomba le explote al que sigue.

Lo que más le importa a la gente es frenar, antes que nada, los flagelos que desembocan en la pérdida de empleos; les interesa poco y nada que la culpa la tenga el mundo y el accionar de los fondos buitre. Por eso, ante todo aquello que se intenta instalar (Ahora 12, Plan ProCreAuto, las maravillas de la isla Demarchi, etc.) el Gobierno ha comenzado a sumar descrédito: o bien porque sus anuncios no tienen gran éxito o continuidad (Precios Cuidados, la tarjeta Supercard o el soterramiento de ferrocarril Sarmiento) o han saturado a la gente como método de propaganda.

Día a día deja cada vez más en evidencia su actual debilidad, ya que se observa cómo todos en el kirchnerismo están corriendo detrás de los acontecimientos, tal como nunca le pasó antes. Y esto es casi una novedad para una concepción del poder que hizo del primereo, una religión.

Las pruebas están a la vista. No hubo un solo día de la semana que pasó, que Jorge Capitanich no haya contestado a algo que acosaba a las autoridades. Tanta pasión por desmentir y por bajar líneas que la realidad deshilacha el instante, método que luego siguieron Héctor Timerman contra Alemania, Axel Kicillof y los suyos contra la “conspiración de los buitres”, y hasta la Presidenta con sus tuits y discursos. Lo cierto es que entre idas y venidas, peleas con el mundo y acusaciones de especuladores al por mayor, la gran novedad del manejo político es que la oposición celebra que ahora se pueda hablar de default, de inflación, contar el valor del dólar marginal o exhibir estadísticas de pobreza.

La parálisis operativa, las mojadas de oreja a los grandes del mundo y nervios que se expresan en manotones de ahogado, es una muy mala combinación para llegar a puerto.

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