Por Gustavo Martinelli
06 Enero 2015
Los artesanos de la puna argentina tienen una singular manera de entender el mundo. Ellos no consiguen asumir este asunto de la gloria solitaria. No saben actuar si no es en conjunto. Por eso, en lugar de firmar sus artesanías, suelen aplicarles un sello que es común a todos. A veces sucede que se olvidan de firmar o colocan el sello del vecino si no encuentran el suyo a mano, de modo que Manuel resulta ser el autor de una escultura de Don Ángel o viceversa. Y no les importa en absoluto. Porque dentro de su comunidad, uno es todos; y fuera de ella, uno es ninguno. Como le sucede al diente que se cae de la boca.
De la misma manera debería entenderse el accionar de los distintos sectores que intervienen en la actividad turística. Pero, actuar en conjunto no es una práctica corriente en Tucumán. De hecho, la mayoría de los centros turísticos de la provincia demuestran todo lo contrario: un individualismo feroz, propio de este siglo. Y eso repercute en el producto final. Caminos en mal estado, rutas con cráteres profundos, edificios que se caen a pedazos y una total falta de criterio en las inversiones realizadas permiten vislumbrar que el turismo en Tucumán sigue siendo la gran asignatura pendiente de José Alperovich. Al menos para los que busquen servicios de excelencia. Sí, porque nuestra provincia nunca será el gran destino de los viajeros argentinos. Es apenas un lugar de paso, al que se llega por un par de días. Y eso tiene una explicación: la dejadez y el abandono. Las quejas de los lectores a través del servicio de whatsapp de LA GACETA son más que contundentes. Rutas maltrechas, ausencia de carteles, maleza por todos lados, basura en la ciudad y el las villas veraniegas, malos olores en plena peatonal, aguas servidas en demasiados lugares y un microcentro deslucido por la rutina y el descontrol del tránsito. ¿Cómo fue que una provincia destinada a ser grande se debate ahora entre la mediocridad y el abandono? ¿Cómo es posible que no se trabaje eficientemente para desarrollar el turismo como Dios manda? Siempre se dijo -y hasta lo escribió Jorge Luis Borges- que Tucumán es un destino envidiable: tiene verde, ríos, montañas y parajes que pueden convertirse en destinos de primer nivel con un poco de inversión y un buen plan de incentivo por parte del Estado. Pero resulta que ahora las autoridades dicen que no se puede competir con Salta o con la puna Jujeña (convertida en destino de alta gama) y que por eso hay que apostar al turismo de convenciones. Es decir que lo fuerte de Tucumán son ahora las reuniones de profesionales (que verdaderamente son pujantes) y no los circuitos turísticos. Entonces todo el esfuerzo está puesto en la construcción de nuevos hoteles y en la promoción de actividades vinculadas al turismo de aventura que se pueden promocionar en cada una de las convenciones. Pero no se piensa en mejorar la infraestructura que se tiene. Hasta ahora no hay planes para repavimentar la maltrecha ruta a Villa Nougués o para parquizar y mejorar el recorrido hacia San Javier, que está plagado de merenderos abandonados y tachos de basura malolientes. Tampoco se piensa en mejorar los servicios del dique El Cadillal, víctima del feroz vandalismo que empaña la hermosa propuesta de la aerosilla. Y mucho menos se piensa que, a 20 minutos de la capital, existen parajes cuya belleza sigue intacta pero que carecen de servicios básicos para que los turistas puedan disfrutar de sus bellezas. Si a todo esto se suma la endémica falta de agua en la mayoría de las villas de veraneo local, entonces hay que concluir que el sueño de Luis F. Nougés de convertir a la provincia en “el país del verano”, sigue siendo eso: un sueño. Más de un siglo después de su productiva labor como gobernador, la provincia sigue inmersa en la desidia. No sólo estatal, sino fundamentalmente social. Porque el turismo no sólo debería ser clave en la política estatal, sino que debería asumirse como un proyecto comunitario, en el que empresarios, universidades, colegios y fundaciones intervengan activamente, tal como hacen los artesanos de la puna. El titular del Ente Tucumán Turismo, Bernardo Racedo Aragón, admitió en reiteradas oportunidades, que no todo depende de él y que por eso hay cosas que no se han terminado. Y tiene razón. Si Turismo no cuenta con el apoyo de otros sectores y no trabaja coordinadamente con las municipalidades, con Vialidad, con los organismos privados y, sobre todo, con los inversionistas, ese proyecto del Tucumán turístico anual no se cristalizará jamás. Belleza hay de sobra. Lo que falta es un plan que pula esa belleza y permita mostrarla en todo su esplendor, sin necesidad de repartir folletos.
De la misma manera debería entenderse el accionar de los distintos sectores que intervienen en la actividad turística. Pero, actuar en conjunto no es una práctica corriente en Tucumán. De hecho, la mayoría de los centros turísticos de la provincia demuestran todo lo contrario: un individualismo feroz, propio de este siglo. Y eso repercute en el producto final. Caminos en mal estado, rutas con cráteres profundos, edificios que se caen a pedazos y una total falta de criterio en las inversiones realizadas permiten vislumbrar que el turismo en Tucumán sigue siendo la gran asignatura pendiente de José Alperovich. Al menos para los que busquen servicios de excelencia. Sí, porque nuestra provincia nunca será el gran destino de los viajeros argentinos. Es apenas un lugar de paso, al que se llega por un par de días. Y eso tiene una explicación: la dejadez y el abandono. Las quejas de los lectores a través del servicio de whatsapp de LA GACETA son más que contundentes. Rutas maltrechas, ausencia de carteles, maleza por todos lados, basura en la ciudad y el las villas veraniegas, malos olores en plena peatonal, aguas servidas en demasiados lugares y un microcentro deslucido por la rutina y el descontrol del tránsito. ¿Cómo fue que una provincia destinada a ser grande se debate ahora entre la mediocridad y el abandono? ¿Cómo es posible que no se trabaje eficientemente para desarrollar el turismo como Dios manda? Siempre se dijo -y hasta lo escribió Jorge Luis Borges- que Tucumán es un destino envidiable: tiene verde, ríos, montañas y parajes que pueden convertirse en destinos de primer nivel con un poco de inversión y un buen plan de incentivo por parte del Estado. Pero resulta que ahora las autoridades dicen que no se puede competir con Salta o con la puna Jujeña (convertida en destino de alta gama) y que por eso hay que apostar al turismo de convenciones. Es decir que lo fuerte de Tucumán son ahora las reuniones de profesionales (que verdaderamente son pujantes) y no los circuitos turísticos. Entonces todo el esfuerzo está puesto en la construcción de nuevos hoteles y en la promoción de actividades vinculadas al turismo de aventura que se pueden promocionar en cada una de las convenciones. Pero no se piensa en mejorar la infraestructura que se tiene. Hasta ahora no hay planes para repavimentar la maltrecha ruta a Villa Nougués o para parquizar y mejorar el recorrido hacia San Javier, que está plagado de merenderos abandonados y tachos de basura malolientes. Tampoco se piensa en mejorar los servicios del dique El Cadillal, víctima del feroz vandalismo que empaña la hermosa propuesta de la aerosilla. Y mucho menos se piensa que, a 20 minutos de la capital, existen parajes cuya belleza sigue intacta pero que carecen de servicios básicos para que los turistas puedan disfrutar de sus bellezas. Si a todo esto se suma la endémica falta de agua en la mayoría de las villas de veraneo local, entonces hay que concluir que el sueño de Luis F. Nougés de convertir a la provincia en “el país del verano”, sigue siendo eso: un sueño. Más de un siglo después de su productiva labor como gobernador, la provincia sigue inmersa en la desidia. No sólo estatal, sino fundamentalmente social. Porque el turismo no sólo debería ser clave en la política estatal, sino que debería asumirse como un proyecto comunitario, en el que empresarios, universidades, colegios y fundaciones intervengan activamente, tal como hacen los artesanos de la puna. El titular del Ente Tucumán Turismo, Bernardo Racedo Aragón, admitió en reiteradas oportunidades, que no todo depende de él y que por eso hay cosas que no se han terminado. Y tiene razón. Si Turismo no cuenta con el apoyo de otros sectores y no trabaja coordinadamente con las municipalidades, con Vialidad, con los organismos privados y, sobre todo, con los inversionistas, ese proyecto del Tucumán turístico anual no se cristalizará jamás. Belleza hay de sobra. Lo que falta es un plan que pula esa belleza y permita mostrarla en todo su esplendor, sin necesidad de repartir folletos.
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