Por Ezequiel Fernández Moores
15 Marzo 2015
Lo peor de todo fue que, aunque pocos lo supieran, la Confederación Brasileña de Tenis (CBT) quería protestar porque Leo Mayer no asistió a la conferencia de prensa que obliga la Federación Internacional de Tenis (FIT) después de cada partido de Copa Davis. Mayer, deshidratado, no fue porque estaba inyectándose suero en el vestuario. Venía de jugar 6 horas y 42 minutos, 477 puntos, el partido individual más largo en la historia de la Copa, y bajo un sol implacable y 30 grados de temperatura. Y querían que, después del partido, fuera amable y reglamentario. Mayer no faltó solamente a la conferencia. Mucho más importante, con sus pies completamente ampollados, tampoco pudo jugar en Indian Wells, uno de los torneos más importantes del circuito de la ATP. Perdió la ocasión de sumar puntos y dinero. Seguramente, como señaló días atrás Roger Federer, Mayer no olvidará jamás en su vida su triunfo ante el brasileño Joao Souza del domingo pasado en Tecnópolis. Los hinchas que lo habían insultado minutos antes porque no podía cerrar el partido, lo vivaron como nunca. Fue héroe en la tapa de los diarios. La patria, si cabe la expresión, le agradeció el sacrificio. Pero algún día, los Mayer dejarán en serio la vida en la cancha. No será una metáfora. Todo en nombre de la tradición. Y aunque la tradición se haya convertido en un circo.
Acalambrado, con brazos entumecidos, cabeza nublada, agotado física y mentalmente, Mayer no podía jugar buen tenis. Menos aún su rival, el brasileño Joao Souza, que venía de jugar cinco horas el viernes. En los descansos, más que cualquier consejo táctico, valían más los masajes, el hielo, agua, potasio y el aerosol refrescante. “En los cambios de lado -admitió el capitán Daniel Orsanic- solo traté de colaborar con lo que me decían el kinesiólogo y el médico; no es mi especialidad hacer masajes, pero ojalá haya ayudado”. Es decir, ya no se trataba de tenis. Sino de algo así como un Rollerball siglo XXI, gana el último que queda vivo, gladiadores que ni siquiera tienen fuerzas para celebrar el triunfo. Apenas dos pelotas de diferencia sirvieron para que Mayer fuera héroe y no villano. La TV sí pudo ponerle un micrófono apenas terminó la batalla. Y a las pocas palabras se largó a llorar. Eso sí, alcanzó a mencionar a los dirigentes que, en nombre de la tradición, no hacen nada para frenar lo que se ha convertido en un circo. Hasta que, ojalá no, pase a convertirse en otra cosa. “Si viendo que un jugador termina un partido con suero, como le pasó a Mayer, no les hace reconsiderar el formato de la Davis -escribió un aficionado en uno de los foros de debate- entonces no va a tardar mucho para que algún jugador muera en un vestuario o en la cancha”. La Copa Davis es refugio patriótico y gran negocio de la FIT. El único número uno dispuesto a decirle basta parece ser, otra vez, el español Rafael Nadal.
Hay nadadores que compiten hasta tres horas en aguas a seis grados, sin protección, y soportan inclusive casi una hora con temperaturas de cero grado. Los competidores del Iron Man van por la cornisa. Hay atletas que, como le sucedió el doming pasado a Mayer, suman ocho horas de esfuerzo continuo en un día y acumulan el mismo desgaste durante dos semanas más. Me dicen especialistas de la alta competencia que siempre deben evaluarse factores que inciden y pueden provocar graves consecuencias. Los principales factores son temperatura ambiente, ritmo de la prueba, ingesta de sustancias y una mala preparación o deficiencia orgánica. “Lamentablemente, todas pueden ocurrir y, a veces -me dice el especialista- se combinan”. Y cita la etapa de Alpe d’ Huez en el Tour de Francia, en la que los ciclistas afrontan desniveles de más de 1.200 metros de altura en apenas trece kilómetros, es decir, en media hora, pasando de 30 grados a 3 o 4 grados de temperatura. En la etapa de Mont Ventoux, una escalada de 2000 metros, no sólo hay cambio de temperatura, sino también vientos cruzados que superan los 150 kilómetros por hora.
Más de una vez escribimos en esta columna sobre los forzados de la ruta, esclavos que trepaban montañas heladas o corrían llanuras bajo un sol impiadoso, que dejaban su cuerpo a la miseria y se abarrotaban de píldoras que dañaban su organismo, sin que a nadie le importara, porque ni siquiera había controles antidoping y era mejor hablar de genios, artistas de la bicicleta, supuestos tiempos románticos, contra los malditos de hoy, tramposos que ni siquiera sabían que hacen trampa, porque la trampa forma parte de la competencia, hasta que Lance Armstrong obliga a revisar todo. Especialistas sugieren desde hace años que deberían suprimirse las etapas de más de 170 kilómetros y disminuir los puertos de montaña. Algo parecido le dicen hoy a la FIT. Debería acortar al mejor de tres sets los partidos de la Davis o, al menos, mantener la definición de tie break también para el quinto set. El tenis, en este caso la ATP, también mantiene su Abierto australiano con 40 grados de temperatura.
¿No fue acaso el negocio lo que también impulsó a la FIFA a designar a Qatar como sede del Mundial 2022? Recién ahora, la FIFA anunció lo que todos sabían que terminaría sucediendo, trasladar el Mundial para noviembre-diciembre porque es imposible jugar en junio-julio, cuando las temperaturas suben hasta casi 50 grados. La FIFA ya había permitido, también en nombre del dinero, claro, que el Mundial de Estados Unidos 94 jugara algún partido, como México-República de Irlanda, en Orlando, a 46 grados de temperatura. Ya en México 86, la FIFA había dispuesto partidos al mediodía, en altura y bajo un sol y calor agobiantes. Todavía recuerdo al periodista que cayó dormido en su pupitre, con el sol en su frente, en el partido de primera rueda que Argentina le ganó a Bulgaria. Diego Maradona y Jorge Valdano iniciaron una recordada protesta. “Cállense y jueguen”, fue la respuesta de Joao Havelange, entonces presidente de la FIFA. “Las órdenes son las respuestas de los dictadores”, replicó Valdano, hasta que la AFA aconsejó silencio, temerosa de que la FIFA nos arruinara la fiesta. Jugar en altura es otro de los debates en los que gana la emoción y no la razón. Apenas un par de horas antes de sentarme a escribir este artículo, me agarró un chaparrón en la calle. Corrí apenas medio centenar de metros hasta que llegué al primer refugio. Me ahogué de modo imprevisto. Había olvidado que estoy en Bogotá, a unos 2600 metros de altura. Recordé entonces decenas de partidos polémicos en La Paz. Y me acordé de Mayer, que no jugó en altura, pero a quien los señores sentados en cómodos sillones y con aire acondicionado dentro de la oficina obligan a jugar más allá de todo límite. Y seguirán haciéndolo hasta que los deportistas, protagonistas directos, se unan para decir basta.
Acalambrado, con brazos entumecidos, cabeza nublada, agotado física y mentalmente, Mayer no podía jugar buen tenis. Menos aún su rival, el brasileño Joao Souza, que venía de jugar cinco horas el viernes. En los descansos, más que cualquier consejo táctico, valían más los masajes, el hielo, agua, potasio y el aerosol refrescante. “En los cambios de lado -admitió el capitán Daniel Orsanic- solo traté de colaborar con lo que me decían el kinesiólogo y el médico; no es mi especialidad hacer masajes, pero ojalá haya ayudado”. Es decir, ya no se trataba de tenis. Sino de algo así como un Rollerball siglo XXI, gana el último que queda vivo, gladiadores que ni siquiera tienen fuerzas para celebrar el triunfo. Apenas dos pelotas de diferencia sirvieron para que Mayer fuera héroe y no villano. La TV sí pudo ponerle un micrófono apenas terminó la batalla. Y a las pocas palabras se largó a llorar. Eso sí, alcanzó a mencionar a los dirigentes que, en nombre de la tradición, no hacen nada para frenar lo que se ha convertido en un circo. Hasta que, ojalá no, pase a convertirse en otra cosa. “Si viendo que un jugador termina un partido con suero, como le pasó a Mayer, no les hace reconsiderar el formato de la Davis -escribió un aficionado en uno de los foros de debate- entonces no va a tardar mucho para que algún jugador muera en un vestuario o en la cancha”. La Copa Davis es refugio patriótico y gran negocio de la FIT. El único número uno dispuesto a decirle basta parece ser, otra vez, el español Rafael Nadal.
Hay nadadores que compiten hasta tres horas en aguas a seis grados, sin protección, y soportan inclusive casi una hora con temperaturas de cero grado. Los competidores del Iron Man van por la cornisa. Hay atletas que, como le sucedió el doming pasado a Mayer, suman ocho horas de esfuerzo continuo en un día y acumulan el mismo desgaste durante dos semanas más. Me dicen especialistas de la alta competencia que siempre deben evaluarse factores que inciden y pueden provocar graves consecuencias. Los principales factores son temperatura ambiente, ritmo de la prueba, ingesta de sustancias y una mala preparación o deficiencia orgánica. “Lamentablemente, todas pueden ocurrir y, a veces -me dice el especialista- se combinan”. Y cita la etapa de Alpe d’ Huez en el Tour de Francia, en la que los ciclistas afrontan desniveles de más de 1.200 metros de altura en apenas trece kilómetros, es decir, en media hora, pasando de 30 grados a 3 o 4 grados de temperatura. En la etapa de Mont Ventoux, una escalada de 2000 metros, no sólo hay cambio de temperatura, sino también vientos cruzados que superan los 150 kilómetros por hora.
Más de una vez escribimos en esta columna sobre los forzados de la ruta, esclavos que trepaban montañas heladas o corrían llanuras bajo un sol impiadoso, que dejaban su cuerpo a la miseria y se abarrotaban de píldoras que dañaban su organismo, sin que a nadie le importara, porque ni siquiera había controles antidoping y era mejor hablar de genios, artistas de la bicicleta, supuestos tiempos románticos, contra los malditos de hoy, tramposos que ni siquiera sabían que hacen trampa, porque la trampa forma parte de la competencia, hasta que Lance Armstrong obliga a revisar todo. Especialistas sugieren desde hace años que deberían suprimirse las etapas de más de 170 kilómetros y disminuir los puertos de montaña. Algo parecido le dicen hoy a la FIT. Debería acortar al mejor de tres sets los partidos de la Davis o, al menos, mantener la definición de tie break también para el quinto set. El tenis, en este caso la ATP, también mantiene su Abierto australiano con 40 grados de temperatura.
¿No fue acaso el negocio lo que también impulsó a la FIFA a designar a Qatar como sede del Mundial 2022? Recién ahora, la FIFA anunció lo que todos sabían que terminaría sucediendo, trasladar el Mundial para noviembre-diciembre porque es imposible jugar en junio-julio, cuando las temperaturas suben hasta casi 50 grados. La FIFA ya había permitido, también en nombre del dinero, claro, que el Mundial de Estados Unidos 94 jugara algún partido, como México-República de Irlanda, en Orlando, a 46 grados de temperatura. Ya en México 86, la FIFA había dispuesto partidos al mediodía, en altura y bajo un sol y calor agobiantes. Todavía recuerdo al periodista que cayó dormido en su pupitre, con el sol en su frente, en el partido de primera rueda que Argentina le ganó a Bulgaria. Diego Maradona y Jorge Valdano iniciaron una recordada protesta. “Cállense y jueguen”, fue la respuesta de Joao Havelange, entonces presidente de la FIFA. “Las órdenes son las respuestas de los dictadores”, replicó Valdano, hasta que la AFA aconsejó silencio, temerosa de que la FIFA nos arruinara la fiesta. Jugar en altura es otro de los debates en los que gana la emoción y no la razón. Apenas un par de horas antes de sentarme a escribir este artículo, me agarró un chaparrón en la calle. Corrí apenas medio centenar de metros hasta que llegué al primer refugio. Me ahogué de modo imprevisto. Había olvidado que estoy en Bogotá, a unos 2600 metros de altura. Recordé entonces decenas de partidos polémicos en La Paz. Y me acordé de Mayer, que no jugó en altura, pero a quien los señores sentados en cómodos sillones y con aire acondicionado dentro de la oficina obligan a jugar más allá de todo límite. Y seguirán haciéndolo hasta que los deportistas, protagonistas directos, se unan para decir basta.