Por Álvaro José Aurane
28 Marzo 2015
El porvenir es tan irrevocable / como el rígido ayer, maldicen los primeros versos de Para una versión del I Ching. Jorge Luis Borges habló sobre su poema (ese poema fatalista según el cual Nuestra vida / es la senda futura y recorrida) con Osvaldo Ferrari y, como puede leerse en el volumen uno de En diálogo, evocó a quién él mismo refirió como uno de sus autores favoritos. “Oscar Wilde dijo, y probablemente lo creyó -en todo caso, lo creyó en aquel momento-, que todo hombre es, a cada instante de su vida, todo lo que ha sido y todo lo que será”.
Tucumán, esta semana, se ha resignificado en esa concepción. Después de que Beatriz Rojkés se jactara de no tener una mansión, sino diez; y de que denigrara a un tucumano de inundada pobreza declarándolo “vago de miércoles” y “pedazo de animal” -no era, para ella, ni siquiera un animal entero-, los patéticos justificadores salieron a invocar los otros momentos de la senadora. Declamaron, presurosos, que debían recordarse esas fotos en las cuales ella posaba sonriente al lado de los paupérrimos, sin considerarlos meras porciones de bestias de la creación. Había que tener en cuenta -exigieron desesperadamente- su “compromiso con los humildes”. Porque el relato subtropical para los desposeídos consiste en que ser pobre es tan virtuoso como ser humilde.
Sin embargo, en el instante en que la presidenta del PJ tucumano se jactaba de su fortuna frente a un comprovinciano enlodado y despojado, en el momento en que ella le negaba cualquier dignidad y condición de humanidad, el alperovichismo era todo lo que siempre había sido. Y todo lo que eternamente ha de ser.
Monárquicos
Al imperdonable exabrupto de la mujer más poderosa de Tucumán contra uno de los tucumanos más vulnerables le caben todas las condenas que ha merecido desde que llegó el otoño final de esta gestión. Pero también corresponde advertir que lo de la senadora ha sido un exceso lógico. Trágicamente lógico. El rígido ayer del alperovichismo construyó un futuro en el cual todo el despreció de la ex titular provisional del Senado emergería irrevocablemente.
Es decir, este Gobierno se abocó con denuedo a la aniquilación del sistema de separación de poderes; y a la par se dedicó incesantemente a ultrajar la institución del voto mediante el arsenal de miserias del populismo clientelar. Entonces, si ha desaparecido el andamiaje republicano y se ha bastardeado la calidad de la democracia, era lógico que en algún momento los gobernantes iban a dejar de actuar como tales para insinuar comportamientos equiparables a los de los monarcas.
Es que en la reacción de la segunda autoridad política del alperovichismo frente a un gobernado que le enrostra la inacción del Gobierno hay rasgos monarquizantes imposibles de eludir. Y no sólo en el lenguaje corporal, sino en el discurso de la integrante de la Cámara Alta.
“Yo estoy acá”, espeta ella, indignada, como respuesta convencida al reclamo de soluciones. Como si su sola presencia debiera bastar... Al día siguiente, entrevistada por una radio porteña, la senadora nacional puntualizó que ella no había vuelto a conversar con el imprecado vecino de El Molino. “Seguro se me va a acercar a pedirme algo”, profetizó. Como si quienes ocuparen cargos electivos no tuvieran la obligación de llevar asistencia a los anegados, sino que son los afectados quienes deben ir a pedir a las autoridades la ayuda del Estado.
El insulto oficial, además, revela la indignación frente a lo in-audito, frente lo no oído. En la regia corte alperovichista sólo se puede aplaudir. Pero, al igual que en la fábula, que todos los cortesanos elogien las nuevas vestimentas del emperador no significa que el emperador esté vestido.
La consecuencia de estos rasgos monarquizantes es que, tras insultar a un comprovinciano que clama auxilio, el cargo de senadora que ostenta la esposa del gobernador sigue teniendo absoluta legalidad, pero la condición de representante del pueblo (no se jura, se ejerce) ha perdido por completo la legitimidad.
Vacíos
Ostentar la investidura senatorial y comportarse como lo contrario a un representante del pueblo evidencia el vaciamiento de las instituciones. Por desgracia, muchos (demasiados) no advierten el peligro que entraña la pérdida de la calidad institucional hasta que lo sufren: la emergencia de una sociedad con votantes que tienen gobernantes que no los representan.
En ese instante infinitamente alperovichista que ha sido la humillación de un tucumano que pidió socorro y recibió injurias, el vaciamiento institucional ha quedado expuesto. La Legislatura no sesiona, es decir, el parlamento no parla. Y el Inadi tucumano convalida. La filial local del instituto nacional contra la denigración de argentinos sumidos en el barro de los gobiernos dio, por boca de su titular, una respuesta inolvidable: Betty es así y eso nos gusta de ella. Los habitantes de este país, desde fray Mamerto Esquiú hasta nuestros días, sólo debieran arrodillarse ante la Constitución para no inclinarse ante los tiranos. De allí que la pleitesía es incompatible con la función pública, que por todo requisito exige idoneidad. Y el que se arrodilla, además de muchas otras cosas, no es idóneo.
Lo que no se devalúa en el kirchnerismo, ni en su feudo alperovichista, es la hipocresía. Según el relato, estigmatizar sería hacer pública la cantidad de argentinos pobres. Llamar a uno de esos pobres “vago de miércoles” y “pedazo de animal”, en cambio, es solamente cansancio...
Etnocentristas
Nunca le pidieron perdón a Bulacio y ello revela la intolerancia oficialista contra toda manifestación que no alabe la graciosa majestad del Gobierno. Aunque el gobernador y sus voceros pretendan que la senadora sí se retractó, a cambio del manantial de oprobios no ofrecieron una disculpa sino una prolongación de la estigmatización por otras vías. “Yo no sé quién es este señor, porque no era un lugareño. A este señor lo llevaron allí, para generar esto. Nosotros tenemos una oposición, que no sólo no da respuesta, sino que buscan generar estas actitudes”, fue la contrición de la senadora.
La tragedia es cómica en esta provincia desequilibrada: Bulacio sí es un lugareño, aunque el alperovichismo se crea con exclusiva autoridad para otorgar certificado de tucumanidad (Rojkés, por caso, supo calificar de “ex tucumano” a Tomás Eloy Martínez). Desde que nació, Bulacio tiene domicilio en el departamento Chicligasta. Desde los cinco años vive en El Molino. Hace 27 que reside allí. En todo caso, ya no tiene nada en esa localidad, pero no por decisión propia sino por culpa del Gobierno del desgobierno. Es decir, a Bulacio no “lo llevaron”. En todo caso, si alguien llego en calidad de “mandada” fue la titular del PJ, que arribó quién desde qué mansión (un día dice tener decenas; otro día, ninguna) para enseñarle a un inundado, en su pueblo anegado, que debe sentirse agradecido de que el Gobierno, en lugar de máquinas, envíe a una referente, aunque no sea una funcionaria provincial ni tenga atribuciones para brindar otra respuesta que no sean insultos.
Este fenómeno por el cual el acusador es quien en realidad incurre en eso de lo acusa es propio del etnocentrismo, en los términos con que iluminó Claude Levy-Strauss. “«Costumbres salvajes», «no debería permitirse eso», etcétera, y tantas reacciones groseras ... traducen ese mismo escalofrío, esa misma repulsión en presencia de maneras de vivir, de creer, o de pensar que nos son extrañas. Así confundía la Antigüedad todo lo que no participaba de la cultura griega (después greco-romana), con el nombre de bárbaro. La civilización occidental ha utilizado después el término salvaje en el mismo sentido. (…) Este punto de vista ingenuo … entraña una paradoja significativa. Esta actitud de pensamiento, en nombre de la cual excluimos a los «salvajes» de la humanidad, es justamente la actitud más marcante y la más distintiva de los salvajes mismos”.
Antiperonistas
El alperovichismo se refuta a sí mismo. En el instante en que una de sus principales dirigentes destrata de “vago de miércoles” a un ciudadano que necesita de la ayuda a estatal, y en el instante siguiente, en el que esa referente sigue ostentando las mismas investiduras que antes, el Gobierno desmiente su propia cantinela del “compromiso con los humildes”. La desconsideración de “pedazo de animal” revela la aversión oficialista por aquello que le es extraño. Es que en la democracia pavimentadora, las “recorridas” oficiales sólo llegan hasta donde alcanza el cordón cuneta.
Si el episodio de El Molino no alcanza, vale recordar la “solidaridad” del oficialismo con la familia de Mercedes Figueroa, la niñita de seis años asesinada de cinco puñaladas en 2012. “El señor Estado no puede estar al lado de una familia que está borracha”, declaró la senadora el 2 de mayo de ese año. Si tampoco basta, el 17 de octubre de 2009, en pleno conflicto con los trabajadores autoconvocados de la salud, sostuvo que no habría crisis alguna si en el Siprosa sólo hubieran designado peronistas, porque ellos conocen el significado de la lealtad...
Precisamente, el oficialismo debería plantearse, cuanto menos, si no es hora de dejar de tomar el nombre del peronismo en vano.
El Gobierno tucumano conduce el PJ, brazo partidario de ese movimiento al que acaban de dejar sin discurso a cinco meses de las elecciones. Más aún: si el alperovichismo es peronista, el peronismo necesita aquí nuevas banderas: nunca promovieron la independencia económica, jamás alentaron la soberanía política y, ahora, arriaron la justicia social. Si no le tienen afecto al peronismo, por lo menos ténganle respeto. Aunque sea por un instante.
Tucumán, esta semana, se ha resignificado en esa concepción. Después de que Beatriz Rojkés se jactara de no tener una mansión, sino diez; y de que denigrara a un tucumano de inundada pobreza declarándolo “vago de miércoles” y “pedazo de animal” -no era, para ella, ni siquiera un animal entero-, los patéticos justificadores salieron a invocar los otros momentos de la senadora. Declamaron, presurosos, que debían recordarse esas fotos en las cuales ella posaba sonriente al lado de los paupérrimos, sin considerarlos meras porciones de bestias de la creación. Había que tener en cuenta -exigieron desesperadamente- su “compromiso con los humildes”. Porque el relato subtropical para los desposeídos consiste en que ser pobre es tan virtuoso como ser humilde.
Sin embargo, en el instante en que la presidenta del PJ tucumano se jactaba de su fortuna frente a un comprovinciano enlodado y despojado, en el momento en que ella le negaba cualquier dignidad y condición de humanidad, el alperovichismo era todo lo que siempre había sido. Y todo lo que eternamente ha de ser.
Monárquicos
Al imperdonable exabrupto de la mujer más poderosa de Tucumán contra uno de los tucumanos más vulnerables le caben todas las condenas que ha merecido desde que llegó el otoño final de esta gestión. Pero también corresponde advertir que lo de la senadora ha sido un exceso lógico. Trágicamente lógico. El rígido ayer del alperovichismo construyó un futuro en el cual todo el despreció de la ex titular provisional del Senado emergería irrevocablemente.
Es decir, este Gobierno se abocó con denuedo a la aniquilación del sistema de separación de poderes; y a la par se dedicó incesantemente a ultrajar la institución del voto mediante el arsenal de miserias del populismo clientelar. Entonces, si ha desaparecido el andamiaje republicano y se ha bastardeado la calidad de la democracia, era lógico que en algún momento los gobernantes iban a dejar de actuar como tales para insinuar comportamientos equiparables a los de los monarcas.
Es que en la reacción de la segunda autoridad política del alperovichismo frente a un gobernado que le enrostra la inacción del Gobierno hay rasgos monarquizantes imposibles de eludir. Y no sólo en el lenguaje corporal, sino en el discurso de la integrante de la Cámara Alta.
“Yo estoy acá”, espeta ella, indignada, como respuesta convencida al reclamo de soluciones. Como si su sola presencia debiera bastar... Al día siguiente, entrevistada por una radio porteña, la senadora nacional puntualizó que ella no había vuelto a conversar con el imprecado vecino de El Molino. “Seguro se me va a acercar a pedirme algo”, profetizó. Como si quienes ocuparen cargos electivos no tuvieran la obligación de llevar asistencia a los anegados, sino que son los afectados quienes deben ir a pedir a las autoridades la ayuda del Estado.
El insulto oficial, además, revela la indignación frente a lo in-audito, frente lo no oído. En la regia corte alperovichista sólo se puede aplaudir. Pero, al igual que en la fábula, que todos los cortesanos elogien las nuevas vestimentas del emperador no significa que el emperador esté vestido.
La consecuencia de estos rasgos monarquizantes es que, tras insultar a un comprovinciano que clama auxilio, el cargo de senadora que ostenta la esposa del gobernador sigue teniendo absoluta legalidad, pero la condición de representante del pueblo (no se jura, se ejerce) ha perdido por completo la legitimidad.
Vacíos
Ostentar la investidura senatorial y comportarse como lo contrario a un representante del pueblo evidencia el vaciamiento de las instituciones. Por desgracia, muchos (demasiados) no advierten el peligro que entraña la pérdida de la calidad institucional hasta que lo sufren: la emergencia de una sociedad con votantes que tienen gobernantes que no los representan.
En ese instante infinitamente alperovichista que ha sido la humillación de un tucumano que pidió socorro y recibió injurias, el vaciamiento institucional ha quedado expuesto. La Legislatura no sesiona, es decir, el parlamento no parla. Y el Inadi tucumano convalida. La filial local del instituto nacional contra la denigración de argentinos sumidos en el barro de los gobiernos dio, por boca de su titular, una respuesta inolvidable: Betty es así y eso nos gusta de ella. Los habitantes de este país, desde fray Mamerto Esquiú hasta nuestros días, sólo debieran arrodillarse ante la Constitución para no inclinarse ante los tiranos. De allí que la pleitesía es incompatible con la función pública, que por todo requisito exige idoneidad. Y el que se arrodilla, además de muchas otras cosas, no es idóneo.
Lo que no se devalúa en el kirchnerismo, ni en su feudo alperovichista, es la hipocresía. Según el relato, estigmatizar sería hacer pública la cantidad de argentinos pobres. Llamar a uno de esos pobres “vago de miércoles” y “pedazo de animal”, en cambio, es solamente cansancio...
Etnocentristas
Nunca le pidieron perdón a Bulacio y ello revela la intolerancia oficialista contra toda manifestación que no alabe la graciosa majestad del Gobierno. Aunque el gobernador y sus voceros pretendan que la senadora sí se retractó, a cambio del manantial de oprobios no ofrecieron una disculpa sino una prolongación de la estigmatización por otras vías. “Yo no sé quién es este señor, porque no era un lugareño. A este señor lo llevaron allí, para generar esto. Nosotros tenemos una oposición, que no sólo no da respuesta, sino que buscan generar estas actitudes”, fue la contrición de la senadora.
La tragedia es cómica en esta provincia desequilibrada: Bulacio sí es un lugareño, aunque el alperovichismo se crea con exclusiva autoridad para otorgar certificado de tucumanidad (Rojkés, por caso, supo calificar de “ex tucumano” a Tomás Eloy Martínez). Desde que nació, Bulacio tiene domicilio en el departamento Chicligasta. Desde los cinco años vive en El Molino. Hace 27 que reside allí. En todo caso, ya no tiene nada en esa localidad, pero no por decisión propia sino por culpa del Gobierno del desgobierno. Es decir, a Bulacio no “lo llevaron”. En todo caso, si alguien llego en calidad de “mandada” fue la titular del PJ, que arribó quién desde qué mansión (un día dice tener decenas; otro día, ninguna) para enseñarle a un inundado, en su pueblo anegado, que debe sentirse agradecido de que el Gobierno, en lugar de máquinas, envíe a una referente, aunque no sea una funcionaria provincial ni tenga atribuciones para brindar otra respuesta que no sean insultos.
Este fenómeno por el cual el acusador es quien en realidad incurre en eso de lo acusa es propio del etnocentrismo, en los términos con que iluminó Claude Levy-Strauss. “«Costumbres salvajes», «no debería permitirse eso», etcétera, y tantas reacciones groseras ... traducen ese mismo escalofrío, esa misma repulsión en presencia de maneras de vivir, de creer, o de pensar que nos son extrañas. Así confundía la Antigüedad todo lo que no participaba de la cultura griega (después greco-romana), con el nombre de bárbaro. La civilización occidental ha utilizado después el término salvaje en el mismo sentido. (…) Este punto de vista ingenuo … entraña una paradoja significativa. Esta actitud de pensamiento, en nombre de la cual excluimos a los «salvajes» de la humanidad, es justamente la actitud más marcante y la más distintiva de los salvajes mismos”.
Antiperonistas
El alperovichismo se refuta a sí mismo. En el instante en que una de sus principales dirigentes destrata de “vago de miércoles” a un ciudadano que necesita de la ayuda a estatal, y en el instante siguiente, en el que esa referente sigue ostentando las mismas investiduras que antes, el Gobierno desmiente su propia cantinela del “compromiso con los humildes”. La desconsideración de “pedazo de animal” revela la aversión oficialista por aquello que le es extraño. Es que en la democracia pavimentadora, las “recorridas” oficiales sólo llegan hasta donde alcanza el cordón cuneta.
Si el episodio de El Molino no alcanza, vale recordar la “solidaridad” del oficialismo con la familia de Mercedes Figueroa, la niñita de seis años asesinada de cinco puñaladas en 2012. “El señor Estado no puede estar al lado de una familia que está borracha”, declaró la senadora el 2 de mayo de ese año. Si tampoco basta, el 17 de octubre de 2009, en pleno conflicto con los trabajadores autoconvocados de la salud, sostuvo que no habría crisis alguna si en el Siprosa sólo hubieran designado peronistas, porque ellos conocen el significado de la lealtad...
Precisamente, el oficialismo debería plantearse, cuanto menos, si no es hora de dejar de tomar el nombre del peronismo en vano.
El Gobierno tucumano conduce el PJ, brazo partidario de ese movimiento al que acaban de dejar sin discurso a cinco meses de las elecciones. Más aún: si el alperovichismo es peronista, el peronismo necesita aquí nuevas banderas: nunca promovieron la independencia económica, jamás alentaron la soberanía política y, ahora, arriaron la justicia social. Si no le tienen afecto al peronismo, por lo menos ténganle respeto. Aunque sea por un instante.