30 Diciembre 2015
LA PLAZA DE LA DESPEDIDA. Nunca a un presidente de la Nación lo habían acompañado decenas de miles de ciudadanos. Cristina disfrutó el momento. reuters
Cristina Fernández de Kirchner se mantuvo fiel a su esencia hasta el último instante. Cualquier otra lectura hubiera olido a traición y puesto en duda el mito del eterno retorno, tan caro a la liturgia peronista. Disfrutó una despedida inédita en la historia argentina: nunca un presidente dejó el poder arropado por una Plaza de Mayo colmada. Y se fue también con la certeza de que, más que a Mauricio Macri, el 51% de los electores votó en contra de la continuidad del FpV. Tal vez no de sus políticas; sí de lo que ella representa. Nunca hubo grises en la vida de Cristina y ese maniqueísmo se tradujo en las urnas. Por eso la pregunta que cruza la vida política nacional es concreta: ¿cuál será el grado de influencia de Cristina en los tiempos por venir?
La (mala) telenovela de enredos montada en torno a la transmisión del mando encontró el más anunciado de los desenlaces. Mientras Macri recibía la banda y el bastón Cristina, caniche en brazos, se preparaba para volar a Santa Cruz. La foto de la pureza institucional quedó en el debe. La resolución judicial que le puso punto final a la presidencia de Cristina 12 horas antes del acto le vino como anillo al dedo para desentenderse del más odioso de los trámites: la simbólica cesión del poder. Fue su límite y no lo cruzó.
De los 12 años de kirchnerismo, ocho fueron de Cristina. Tiempos complejos, ricos y polémicos, en los que la sociedad nacional registró notorios avances en lo que a conquista de derechos se refiere. Esa fue una de las fortalezas sobre las que Cristina construyó su relato: las políticas anticíclicas, la implantación de la asignación universal por hijo, el desarrollo de la ciencia, el manifiesto destino latinoamericano de su mirada exterior. Fue, paralelamente, una época de durísimas batallas en las que perdió aliados y acumuló enemigos casi al mismo ritmo. Mientras se recostaba en los cuadros de La Cámpora, la economía bajaba por un tobogán. Inflación, “Indek”, productores agrícolas en pie de guerra, cepo al dólar. Un vicepresidente marcado por la corrupción y, en el comienzo del último año de gestión, un balazo que traspasó a Alberto Nisman, a los servicios de inteligencia, al polémico memorándum con Irán y a la propia causa AMIA.
En el medio del camino murió Néstor Kirchner y poco después Cristina obtuvo el 54% que consolidó su poder. Se planteó como objetivo llegar al 10 de diciembre sin necesidad de apagar incendios y ese será su caballito de batalla de aquí en más. Repetirá, una y mil veces, “cuiden lo que tienen”.
Lo que jamás generará Cristina es indiferencia. Seguidores y detractores aguardan sus definiciones con la misma atención. Si volverá para ganarse la simpatía de quienes le dieron la espalda es una incógnita en un país tan volátil como el nuestro. Nada es imposible en política y mucho menos tratándose de ella. Como siempre, la realidad tendrá la última palabra.
La (mala) telenovela de enredos montada en torno a la transmisión del mando encontró el más anunciado de los desenlaces. Mientras Macri recibía la banda y el bastón Cristina, caniche en brazos, se preparaba para volar a Santa Cruz. La foto de la pureza institucional quedó en el debe. La resolución judicial que le puso punto final a la presidencia de Cristina 12 horas antes del acto le vino como anillo al dedo para desentenderse del más odioso de los trámites: la simbólica cesión del poder. Fue su límite y no lo cruzó.
De los 12 años de kirchnerismo, ocho fueron de Cristina. Tiempos complejos, ricos y polémicos, en los que la sociedad nacional registró notorios avances en lo que a conquista de derechos se refiere. Esa fue una de las fortalezas sobre las que Cristina construyó su relato: las políticas anticíclicas, la implantación de la asignación universal por hijo, el desarrollo de la ciencia, el manifiesto destino latinoamericano de su mirada exterior. Fue, paralelamente, una época de durísimas batallas en las que perdió aliados y acumuló enemigos casi al mismo ritmo. Mientras se recostaba en los cuadros de La Cámpora, la economía bajaba por un tobogán. Inflación, “Indek”, productores agrícolas en pie de guerra, cepo al dólar. Un vicepresidente marcado por la corrupción y, en el comienzo del último año de gestión, un balazo que traspasó a Alberto Nisman, a los servicios de inteligencia, al polémico memorándum con Irán y a la propia causa AMIA.
En el medio del camino murió Néstor Kirchner y poco después Cristina obtuvo el 54% que consolidó su poder. Se planteó como objetivo llegar al 10 de diciembre sin necesidad de apagar incendios y ese será su caballito de batalla de aquí en más. Repetirá, una y mil veces, “cuiden lo que tienen”.
Lo que jamás generará Cristina es indiferencia. Seguidores y detractores aguardan sus definiciones con la misma atención. Si volverá para ganarse la simpatía de quienes le dieron la espalda es una incógnita en un país tan volátil como el nuestro. Nada es imposible en política y mucho menos tratándose de ella. Como siempre, la realidad tendrá la última palabra.
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