Tiene razón José Alperovich cuando dice que no es kirchnerista. Nunca lo fue. A decir verdad, su relación con el matrimonio santacruceño comenzó a los tumbos allá por 2003. De hecho, el primer 9 de Julio en que le tocó oficiar de anfitrión, el ex gobernador soportó un papelón: facciones de estatales se enfrentaron a las piñas en la plaza Independencia y Néstor Kirchner, por entonces presidente, no pudo pronunciar su discurso. Desde ese día, los actos patrios se mudaron a espacios en los que el alperovichismo podía controlar su desarrollo: el Hipódromo, un estadio o un teatro. Tras aquel incidente, a Alperovich le costó encauzar la relación con el patagónico. Hábil y acomodaticio, con el correr de los años el ex mandatario logró forjar una relación institucional y política sólida con la Casa Rosada, en particular por su buena llegada con el ala nacional que comandaban los más pragmáticos: Julio De Vido-José López, amos y señores de la obra pública. Los recelos siempre existieron, y se potenciaron tras la muerte de Kirchner. Cristina Fernández nunca simpatizó con el hoy senador; según dicen en los corrillos, por diferencias durante el tiempo en que ambos compartieron bancas en la Cámara Alta, tras la crisis de 2001. Pero convivieron a fuerza de los votos que uno le aportaba al otro, más allá de algunos reproches históricos de la ex presidenta al tucumano, como aquella despedida en la que Alperovich dijo retirarse de la gestión con la tarea cumplida y CFK lo cruzó sobre el escenario, ante miles de personas.

Que no haya sido kirchnerista no exime a Alperovich de haber sido parte de esa gestión. Todo lo contrario: es tan responsable de lo bueno y de lo malo que ha dejado la década K como cualquier otro integrante del Frente para la Victoria con semejante responsabilidad institucional, ya que convalidó cada uno de los caprichos nacionales sin siquiera levantar la voz. Por ejemplo, los mimos excesivos a Susana Trimarco que derivaron incluso en manoseos institucionales o aquel bochorno de haber designado como vocal de la Corte a su amigo Francisco Sassi Colombres y luego voltearlo por una llamada telefónica de Néstor Kirchner. Alperovich, aunque hoy intente despegarse, fue un socio político clave en el entramado kirchnerista. Y eso incluye, mal que le pese, las andanzas del hoy detenido José López. Por acción, o por omisión. Desde 2011, el propio Sergio Schoklender, como ex apoderado de Madres de Plaza de Mayo, viene denunciando que la obra pública, en Tucumán, era direccionada a dedo por el concepcionense. “Su función principal se refería a obras viales y de vivienda”, resume a esta columna un empresario tucumano que tiene un pie dentro de la Cámara Argentina de la Construcción (CAC). Sus dichos se corroboran fácilmente: en el documento el Estado del Estado, elaborado por el Gobierno nacional, el macrismo concluye que Tucumán recibió 10 veces más fondos discrecionales para construir casas que Córdoba, por ejemplo. En materia vial, en tanto, las obras emblemáticas del alperovichismo fueron la nueva traza de la ruta 38, la reconstrucción del camino a los Valles (307) y la autovía a Tafí Viejo. Resulta cuanto menos curioso que esos proyectos hayan sido ejecutados por empresas que aparecen en el listado de las 80 más beneficiadas por el kirchnerismo, según un informe del PEN, y que varias hayan sido nombradas por el propio Lázaro Báez en la nómina de 36 firmas que, según sugiere, debería investigar el juez federal Sebastián Casanello. “Ninguna obra se realizaba sin su consentimiento y por momentos parecía que su influencia sobre la Presidenta era superior a la de De Vido”, recuerda el empresario tucumano sobre López.

Más de 10 años demandó la construcción de la nueva traza de la 38, y en el medio llovieron las advertencias y denuncias sobre presuntos sobreprecios. Originalmente, la obra de 90 kilómetros de distancia no debía superar los $ 260 millones, y se terminaron pagando unos $ 750 millones. Los tramos en que fue subdividido el proyecto recayeron en manos de las empresas Supercemento SAIC, de Julián Astofolni; Mijovi SRL, una firma santiagueña de José Alberto Sarquiz (construyó el autódromo y el aeropuerto termense, por el que un fiscal investiga a De Vido); Conorvial SA, de otro santiagueño, Pablo López Casanegra; Grupo Roggio, de Benito Roggio; y José Cartellone Construcciones Civiles S.A., de José Cartellone. Según el informe oficial, José Cartellone es la décima empresa más favorecida por el kirchnerismo, con $ 5.696 millones y el 1,70% de participación en el reparto de obras; el Grupo Roggio, la úndécima, con $ 5.470 millones (1,63%). Supercemento aparece en el puesto 16, con $ 2.893 millones adjudicados (0,86%). Mijovi está 43, con $ 1.001 millones (0,30%); y Conorvial figura 54 con $ 721 millones (0,21%). De estas, el detenido Báez aportó en Comodoro Py los nombres de las tres más favorecidas. En tanto, el camino a Tafí del Valle fue encargado a la firma Perales Aguiar, la número 53 del listado con $ 743 millones (0,22%).

Una de las primeras en alertar sobre presuntos sobreprecios en la 38 fue la concepcionense Delia Pinchetti. La ex senadora había cuestionado en 2010 que cada kilómetro del tramo entre Aguilares y Concepción le costara al Estado $ 14 millones. Había comparado ese monto con el promedio pagado un año antes la obra de pavimentación más onerosa del país: los 127 kilómetros de la Ruta 40, en la Patagonia, que habían significado $ 3 millones en promedio. El radical José Cano, ya diputado, había dicho que en Tucumán se estaba pagando más del 100% de sobreprecio. “Cuando uno ve que la autopista de Circunvalación Oeste de Salta, de doble trocha, con 21 puentes en su trayecto y enteramente iluminada cuesta unos $ 12 millones el kilómetro, no puede sino que escandalizarse por los $ 14 millones por kilómetro que costará ese tramo de la ruta 38, que no está iluminado, ni tiene esa cantidad de puentes, ni cuenta con doble trocha”, había denunciado el actual titular del plan Belgrano.

“Los retornos existieron, pero se manejaban personalmente con cada uno y con los intermediarios”, agrega el empresario, que se jacta de haber tenido una “mala relación” con López, a quien recuerda como un tipo soberbio: “’Oveja’ no admitía contradicciones a sus dichos. A tal punto de que antes que llegara al Consejo de la CAC se divulgaban los temas sobre los que no se podía hablar ni preguntar, porque si eso ocurría se levantaba de la reunión”.

La soberbia, precisamente, es el primer pilar del kirchnerismo que lo está llevando a la ruina. Alperovich debería tomar nota de eso.

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