25 Julio 2016
LA GACETA / FOTO DE ANTONIO FERRONI
Cerca de las 5 de la mañana, tocaron la puerta en la casa de María Catalina Atzeri. A la mujer se le fue el sueño de golpe cuando le avisaron que a su hijo le habían pegado un tiro. “Nos fuimos corriendo al Centro de Salud. Estaba consciente. Yo incluso lo reté, pensando que había tenido alguna pelea. Estuvo padeciendo hasta las 9, cuando entró al quirófano. Salió a las 15, pero nunca se despertó. Murió dos semanas después”, relató Atzeri la peor madrugada de su vida.
Roberto Salvador Cabrera tenía 25 años en 2009 pero no salía mucho, porque tenía una hija de cuatro años. Sin embargo, el 7 de febrero aprovechó la visita de una tía y un primo de Buenos Aires para llevarlos al Club Banco Provincia. A las 4 los dejó en su casa y se juntó con algunos amigos para ir a un after en un galpón de República del Líbano al 1.100. Un rato después de que llegaron a la fiesta, se desató una balacera en la calle.
“Mi hijo estaba con sus amigos arriba de su vehículo cuando llegó una camioneta y empezaron a escuchar tiros. Salieron y se tiraron al piso pero alguien lo escuchó quejarse antes de que pudiera llegar al suelo. Le habían dado un disparo en el estómago”, señaló Atzeri, según lo que pudo reconstruir en base a lo que le dijeron los amigos de su hijo.
El joven no parecía estar grave. Cuando sus padres llegaron a verlo al hospital, él desde su camilla les dijo que no tenía nada que ver, que ni siquiera conocía a la persona que le había disparado. Pese a las apariencias, su estado era muy delicado.
Para su madre, el mazazo que la trajo a la realidad ocurrió ese día. “Después de la primera operación, el cirujano salió a hablar con mi marido. Yo de lejos vi que se agarraba la cabeza y me di cuenta de que era muy grave. Lo operaron dos veces más en los días siguientes, pero no resistió”.
“Conozco gente que me dijo que en el Instituto Roca lo trataron como a un rey a ‘El Monito (Eduardo Ale)’. Es que no nos tratan igual a todos. Un sobrino mío, durante una marcha en Tribunales, pateó una puerta de la bronca. Lo enjuiciaron hace un año, pero el que mató a mi hijo, todavía no vio a un tribunal”, aportó la madre de la víctima. Según su relato, Atzeri caminó durante siete años un camino lleno de trabas, traiciones y hasta ofrecimientos de dinero por callar su dolor. “Los dos abogados que tuve me dieron la espalda. No sé, quizás les tienen demasiado miedo enfrentar a los Ale. Yo no tengo temor. Adonde tenga que ir a hablar, iré. Incluso me ofrecieron plata para no denunciarlos, pero eso no me va a devolver a mi hijo. Yo sólo espero justicia”.
Roberto Salvador Cabrera tenía 25 años en 2009 pero no salía mucho, porque tenía una hija de cuatro años. Sin embargo, el 7 de febrero aprovechó la visita de una tía y un primo de Buenos Aires para llevarlos al Club Banco Provincia. A las 4 los dejó en su casa y se juntó con algunos amigos para ir a un after en un galpón de República del Líbano al 1.100. Un rato después de que llegaron a la fiesta, se desató una balacera en la calle.
“Mi hijo estaba con sus amigos arriba de su vehículo cuando llegó una camioneta y empezaron a escuchar tiros. Salieron y se tiraron al piso pero alguien lo escuchó quejarse antes de que pudiera llegar al suelo. Le habían dado un disparo en el estómago”, señaló Atzeri, según lo que pudo reconstruir en base a lo que le dijeron los amigos de su hijo.
El joven no parecía estar grave. Cuando sus padres llegaron a verlo al hospital, él desde su camilla les dijo que no tenía nada que ver, que ni siquiera conocía a la persona que le había disparado. Pese a las apariencias, su estado era muy delicado.
Para su madre, el mazazo que la trajo a la realidad ocurrió ese día. “Después de la primera operación, el cirujano salió a hablar con mi marido. Yo de lejos vi que se agarraba la cabeza y me di cuenta de que era muy grave. Lo operaron dos veces más en los días siguientes, pero no resistió”.
“Conozco gente que me dijo que en el Instituto Roca lo trataron como a un rey a ‘El Monito (Eduardo Ale)’. Es que no nos tratan igual a todos. Un sobrino mío, durante una marcha en Tribunales, pateó una puerta de la bronca. Lo enjuiciaron hace un año, pero el que mató a mi hijo, todavía no vio a un tribunal”, aportó la madre de la víctima. Según su relato, Atzeri caminó durante siete años un camino lleno de trabas, traiciones y hasta ofrecimientos de dinero por callar su dolor. “Los dos abogados que tuve me dieron la espalda. No sé, quizás les tienen demasiado miedo enfrentar a los Ale. Yo no tengo temor. Adonde tenga que ir a hablar, iré. Incluso me ofrecieron plata para no denunciarlos, pero eso no me va a devolver a mi hijo. Yo sólo espero justicia”.
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