Entre Barranquilla y Cartagena, separadas por poco más de 130 kilómetros, impera una suerte de hermandad costera. Ese vínculo, favorecido por el hecho de que Junior y Real Cartagena juegan en categorías diferentes, le impone a los cartageneros el deber moral de apoyar al “Tiburón” y amedrentar de alguna manera a los cientos de hinchas de Atlético que llegaron a la ciudad, muchos de ellos directamente desde Ecuador. “Yo les aconsejaría que cuando vengan al estadio no traigan las camisetas puestas ni las banderas”, sugiere el taxista Alex Quiñones, anticipando una posible escaramuza que, por fortuna, no estuvo ni cerca de producirse. Mejor: las estrechas y “picantes” callecitas del barrio de Oyala, que circunda al estadio, serían una trampa perfecta.
Bajo el ardiente sol de la siesta colombiana, la avanzada “albiceleste” cae dos horas antes del fútbol para darle ritmo desde temprano al Olímpico Jaime Morón, pegado a la Plaza de Toros. Desde hace un mes, Junior hace allí de local, pero no es su casa. Y se nota. Unos pocos miles de camisetas rojiblancas alcanzan a ocupar solo una pequeña parte de las 20.000 butacas amarillas del estadio.
Del lado “decano” no son tantos como en Quito, pero sí que se hacen sentir. Y para despertar a los colegas proponen duelo de hinchadas. Atlético pega primero; la de Junior devuelve. Pero todo dentro de un chicaneo simpático, sin rencores. De hecho, dos gendarmes y una cinta amarilla como la que rodea a la escena de un crimen es todo lo que separa a unos de otros, y no parece hacer falta más.
Ese clima de fútbol en paz es el que pregona El Cole allí por donde va. “Bienvenidos, hermanos argentinos. Estamos muy felices de recibirlos aquí. Y debo decir que estoy sorprendido por la cantidad de hinchas que trajeron”, asegura el pintoresco personaje, reconocido en toda Colombia por acompañar desde hace 27 años al seleccionado “cafetero” vestido de cóndor. Aunque esta tarde, claro, viene a apoyar a su querido Junior. “No somos enemigos, somos rivales. Yo lo entiendo así, y me considero un embajador del fútbol, de Colombia y de Cristo. Por eso me tomé el atrevimiento de ir hasta donde estaban los hinchas de Atlético, aplaudirlos y decirles ‘¡bienvenidos amigos, siéntanse como en casa!’. Así como los jugadores, los hinchas jugamos nuestro propio partido. Y se trata de compartir, de confraternizar”, pide El Cole a los gritos, su modo normal de hablar.
Los de Junior son más, pero a la fiesta la ponen los “decanos”, que no paran de cantar a pesar de que falta rato para que el partido comience. La tribuna exuda confianza y se inclina mayoritariamente por el 2 a 0 (como Pablo Brunella y Luis Hernández) o el 2 a 1 (el caso de Roberto Casal y Mario Cantón), pero prácticamente todos dan por sentado que Fernando Zampedri gritará al menos un gol. En la tribuna colombiana, Carlos Estrada y Maximiliano Castellar también apuestan por una ventaja mínima a favor, con Roberto Ovelar como el elegido para inflar la red de Lucchetti. Ramiro García, en cambio, se la juega por el 3-0 de Junior, “porque es el mejor equipo del mundo”. La mayoría falló. Pero hay revancha. Esta historia continuará el jueves, en el Monumental.