Sin nombres ni apellidos

Perdieron todo. Absolutamente todo. El Río Marapa los partió en dos; los que decidieron quedarse a la vera de las rutas 157 y 308 de aquellos que aún resisten el avance de las aguas en sus viviendas, de lo que queda de La Madrid. “Walter no quiso venir. Dice que esperará que la crecida cese”, dice una mujer que se instaló debajo de un gazebo con algunas pertenencias. 

Cientos de tucumanos desafiaron el peligro. Llegan en sus vehículos y distribuyen ropa, mercaderías, agua y afecto. También algunos empresarios bajo anonimato. No tienen nombre ni apellido. No hacen falta porque son habitantes de una provincia eternamente solidaria. Es tarde de domingo. La lluvia sigue amenazando. María camina al costado de la ruta con termos y vasos plásticos. Su amiga grita ofreciendo bollos y chocolate caliente. Nadie va por obligación al salvataje de sus comprovincianos. Ni siquiera los cadetes de Policía que fueron afectados la mitad del día para colaborar. Socorristas, personal de la salud, bomberos, Lacustre, Defensa Civil y voluntarios atienden a los pobladores que se niegan a subir a los colectivos para ir a algún centro de evacuados.

Sus cosas, sus recuerdos, sus raíces, su vida están del otro lado del crecido Marapa. Lucía camina del otro lado del camino; le acompaña una amiga. Desde los vehículos ofrecen ayuda. Agua, ropa, pan, leche, picadillos. “Muchas gracias”, dice esta mujer que pisa los 70. Eligió indumentaria para sus nietos. Lucía tiene cara de abuela bonachona, de madre sobreprotectora o de tía compinche. Ella revela que nunca pasó tanta angustia como en esta temporada. Desde hace años teme cada vez que se abren las compuertas del dique Escaba.

Un hombre pide un colchón (es la mayor demanda junto con las colchas). Está decidido a quedarse cerca de su hogar, junto con su familia.

En el rostro de los habitantes de La Madrid hay tristeza. Mucha. Como también hay esa eterna esperanza de que llegue el día de que dejen de ser los que siempre se inundan.

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