03 Abril 2017
La Madrid: la dramática rutina de inundarse
Pocos habitantes de La Madrid pudieron quedarse en sus casas. El agua arrasó con todo y obligó a la mayoría a abandonar el pueblo. Hay evacuados en escuelas y en la ruta. En algunas zonas, el agua llegó hasta los techos; en otras, hasta el metro setenta. Sólo la solidaridad mitigó el desastre
ASISTENCIA. Una mujer en silla de ruedas tuvo que ser evacuada ayer a la tarde de urgencia porque el nivel del agua no bajaba. la gaceta / fotos de osvaldo ripoll
La Madrid es una lágrima. Una lágrima inmensa que trepa hasta el metro setenta en algunas casas y que ahoga la esperanza. Una nueva crecida del Marapa actualizó aquella terrible inundación de 1992, y la del año pasado, y la del anterior y la del anterior. Pero los vecinos están de acuerdo en que esta fue la peor. Nada parece haber cambiado 25 años después en este castigado rincón del sur tucumano y algunos, en este mar de rencores, han llegado a pensar que lo mejor sería que el pueblo quede cubierto de agua para que se entienda que allí no puede vivir nadie.
El sábado comenzó a subir el nivel del río, después desbordó, después desaparecieron las calles y después el agua entró a las casas. Como todos los años. En un primer momento las familias evacuadas fueron alojadas en la escuela de Taco Ralo. El agua no dejó nunca de subir y la ruta 157 se volvió intransitable. Las casas comenzaban a desaparecer. Entonces la alternativa fue evacuar a unas 600 personas en tres escuelas de Simoca. Ayer, cuando el sol ya estaba cayendo, las lanchas oficiales y sobre todo las de particulares que aportaron su ayuda, continuaban sacando gente del pueblo.
Muy pocos son los que esta vez decidieron quedarse en sus casas por temor a los robos. “A esta altura yo pienso que es más por una cuestión afectiva, porque ya no hay nada que perder”, analiza Renzo Medina, un vecino de La Madrid que hizo varios viajes en una lancha de dos concepcionenses que se acercaron a colaborar con el rescate.
La Madrid es una lágrima, como las lágrimas de Mary Brandán. “Todas mis cositas he perdido. Todas. Otra vez. Acá los gobernantes nos dicen que está todo bien, que no va a pasar nada, pero todos los años es lo mismo”. La bronca y el dolor explotan en los ojos de Mary, auxiliar de una escuela. “No es fácil irse, acá tengo mi trabajo”, explica, mientras traga el llanto y cierra los ojos para no mirar la tragedia que la rodea. Todavía no sabe dónde pasará la noche.
Mientras evacuaban a los habitantes a las escuelas de Simoca y asistían a los que se autoevacuaron en la ruta, las autoridades dispusieron romper la cinta asfáltica en tres sectores de la ruta 157 para que el agua corriera de oeste a este. Pero en ningún momento bajó el nivel en el pueblo que seguía escondiéndose debajo del líquido marrón. Los animales abandonados, nadando sin rumbo o esperando el peor desenlace completaban la imagen del terror en el pueblo ahogado.
En las carpas humeantes se cocinaba la camaradería de los vecinos, acostumbrados a mudarse a la ruta cuando crece el Marapa. Sabían que les esperaba otra noche en la calle, quizás varias noches hasta que baje el agua y a partir de ahí, de nuevo, el mismo ciclo de todos los años: ir a las casas, sacar el barro, darse cuenta de que se han hecho agua todos los esfuerzos del año.
Sólo la solidaridad ha logrado mitigar un poco el horror en el sur tucumano. De todos los pueblos cercanos y de la capital se acercó gente a colaborar en lo que hiciera falta. Tanto, que el Gobierno ha pedido que reserven donaciones para los próximos días. Aquí la impotencia se ha convertido en ayuda mutua, pero La Madrid sigue siendo una lágrima y una pregunta: ¿hasta cuándo?
El sábado comenzó a subir el nivel del río, después desbordó, después desaparecieron las calles y después el agua entró a las casas. Como todos los años. En un primer momento las familias evacuadas fueron alojadas en la escuela de Taco Ralo. El agua no dejó nunca de subir y la ruta 157 se volvió intransitable. Las casas comenzaban a desaparecer. Entonces la alternativa fue evacuar a unas 600 personas en tres escuelas de Simoca. Ayer, cuando el sol ya estaba cayendo, las lanchas oficiales y sobre todo las de particulares que aportaron su ayuda, continuaban sacando gente del pueblo.
Muy pocos son los que esta vez decidieron quedarse en sus casas por temor a los robos. “A esta altura yo pienso que es más por una cuestión afectiva, porque ya no hay nada que perder”, analiza Renzo Medina, un vecino de La Madrid que hizo varios viajes en una lancha de dos concepcionenses que se acercaron a colaborar con el rescate.
La Madrid es una lágrima, como las lágrimas de Mary Brandán. “Todas mis cositas he perdido. Todas. Otra vez. Acá los gobernantes nos dicen que está todo bien, que no va a pasar nada, pero todos los años es lo mismo”. La bronca y el dolor explotan en los ojos de Mary, auxiliar de una escuela. “No es fácil irse, acá tengo mi trabajo”, explica, mientras traga el llanto y cierra los ojos para no mirar la tragedia que la rodea. Todavía no sabe dónde pasará la noche.
Mientras evacuaban a los habitantes a las escuelas de Simoca y asistían a los que se autoevacuaron en la ruta, las autoridades dispusieron romper la cinta asfáltica en tres sectores de la ruta 157 para que el agua corriera de oeste a este. Pero en ningún momento bajó el nivel en el pueblo que seguía escondiéndose debajo del líquido marrón. Los animales abandonados, nadando sin rumbo o esperando el peor desenlace completaban la imagen del terror en el pueblo ahogado.
En las carpas humeantes se cocinaba la camaradería de los vecinos, acostumbrados a mudarse a la ruta cuando crece el Marapa. Sabían que les esperaba otra noche en la calle, quizás varias noches hasta que baje el agua y a partir de ahí, de nuevo, el mismo ciclo de todos los años: ir a las casas, sacar el barro, darse cuenta de que se han hecho agua todos los esfuerzos del año.
Sólo la solidaridad ha logrado mitigar un poco el horror en el sur tucumano. De todos los pueblos cercanos y de la capital se acercó gente a colaborar en lo que hiciera falta. Tanto, que el Gobierno ha pedido que reserven donaciones para los próximos días. Aquí la impotencia se ha convertido en ayuda mutua, pero La Madrid sigue siendo una lágrima y una pregunta: ¿hasta cuándo?