River fue del barro al oro, sin escalas

El de las dudas, el que anda a los tumbos en la Superliga, superó bien 2-0 a Boca

Inmensa, única, inolvidable, y así sucesivamente por el resto de la eternidad -o hasta otra definición con Boca- será esta enorme alegría que River supo ganarse anoche en Mendoza y cuyo premio fue la Supercopa Argentina. El “Millonario” fue mejor que Boca, le tomó el punto y lo cocinó a fuego lento, en parte porque marcó en los momentos menos esperados, y porque Franco Armani jamás le dio chance al horno del Superclásico de que el pastel del campeón con los colores rojo y blanco pudiera quemarse.

Qué bien estuvo el arquero, y qué bien estuvo River en líneas generales. Ojo, esto no tiene nada que ver con que sus 11 jugadores fueron la luz al final del túnel ni tampoco los ternados al Balón de Oro. River, como conjunto, volvió a tomarle el pelo a Boca, a partir de vestirse de ajedrecista matriculado y a bloquearle con estrategia cada acción conocida del libreto de Guillermo Barros Schelotto. Cuando tiene a Boca enfrente, el “Millonario” sabe ensuciarse la ropa; presiona bien arriba, mete pierna fuerte si es necesario, revolea la pelota sin pudor desde el fondo y dispara en ataque cuando nota débil de reacción a quien intenta lastimarlo. Así de simple, así de efectivo. Contra Boca, este River es lo más parecido al Boca infalible de Carlos Bianchi. Guste o no, invierte roles y no falla.

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Parece sencillo lo que hizo el campeón, pero no lo fue hasta que la pelota empezó a rodar, porque mucho antes, en las semanas previas a este duelo, en los días cercanos a esta gran final, Boca venía con el envión y la velocidad de Usain Bolt, mientras que su archirrival era lo más parecido a un auto destartalado que Marcelo Gallardo ataba con alambre.

Un clásico, perdón, mejor dicho un superclásico, es el más especial de los platos especiales del fútbol argentino. Y River, el del mar de dudas que hasta Patronato se animó a surcar, perdía hasta con su propia sombra fuera del Monumental. Anoche, guardó su propia mugre debajo de la alfombra de su living y se sintió como bailando en el Teatro Bolshoi. Se sintió parte de su ballet estable. Gonzalo Martínez, Rodrigo Mora, Ignacio Fernández, los maestros de orquesta, también fueron los bailarines consagrados. Ellos gestaron el 1-0. Edwin Cardona colaboró tocando en el área a Fernández y “Pity” lo agradeció con el 1-0 antes de la media hora de partido. No fue “el” golpe de nocaut para Boca, pero sí un terremoto grado 8 en la escala Ritcher.

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Ese penal le movió la estantería al “Xeneize”, pero no lo mató. El que sí lo hizo, moralmente hablando, fue Armani, el “Pulpo” Franco. Qué reflejos los suyos, cortando un cabezazo que lo pasaba por arriba, y otro frentazo a quemarropa que lo sacó a mano cambiada. Sus piruetas fueron tan sencillas como espectaculares. Lo mismo cuando salió a anticipar con los pies a Cristian Pavón fuera de su zona de confort.

Y el final estaba tan cerca que lo que pudo haber sido vida para Boca fue sentencia. Patricio Loustau se comió un penal de Franco Zucculini a Pablo Pérez y tras ese tackle nació la contra y la bella de definición de Ignacio Scocco, dirigida por Fernández y Martínez, en lo que fue su nueva noche consagratoria en este River de los milagros.

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