Breve historia de una ciudad que se derrumba

Es probable que muy poca gente sepa que la desplomada fachada del cine Parravicini debería haber sido una vereda hace ya décadas. Y si el plan estratégico original hubiera seguido su natural evolución, tal vez hoy ni siquiera sería una vereda, sino quizás parte del arbolado del bulevar verde que se había proyectado, o una ciclovía que cruzase el área metropolitana, de este a oeste.

Y otra vez, “si se hubiera hecho lo que se debía…”; “si se hubiera escuchado a los expertos…”; “si se hubiera cumplido con la ley…”

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Siempre nos pareció controvertido ese refrán que aconseja “no hacer leña del árbol caído”. Entendemos el espíritu de esta cita bíblica que propende a no ensañarse con alguien que ya está herido, vencido, derrumbado.

En la misma línea, algo más actual, está la que dice que “sólo los cobardes patean a alguien en el piso”.

En el caso del árbol caído, al margen de la intencionalidad inicial con la cual coincidimos, nos resulta controversial porque nunca nos pareció mal transformar en leña un árbol que ha sido derrotado por el tiempo. En todo caso, hay más nobleza en la leña de una planta caída, que en la de un árbol que fue asesinado en su juventud sólo para convertirlo en fuego.

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Hecha esta aclaración, vamos a los hechos respecto de este pobre árbol, que al caer mató a tres tucumanos.

Esos locos de hace un siglo

Cuando en 1908 se decidió ensanchar 30 metros la avenida Mate de Luna, durante la gobernación de Luis Nougués, la mayoría de los tucumanos se opusieron, sobre todos los que debían ceder terrenos para esa obra.

Argumentaban que por unos cuantos sulkys y bastante menos autos (ese año aparecía el popular Ford T) se pretendía causar tanta molestia a los vecinos.

Encima, para que unos pocos ricachones pudieran ir a sus casas de fin de semana en la recién fundada Villa Marcos Paz, en esa época separada de Yerba Buena, cuya cabecera se ubicaba en torno de la plaza de la actual La Rinconada.

Ocho años antes, en 1900, se había iniciado la prolongación de Mate de Luna (hoy avenida Aconquija), desde el Camino del Perú hasta Solano Vera.

En 1912 comenzó la prolongación de Mate de Luna hasta el pie del cerro y en 1922 comenzó la construcción del camino hasta la cima de San Javier. La Mate de Luna tenía siete metros de ancho y la querían llevar a 30, a lo largo de cinco kilómetros. Una exorbitancia en ese momento. Sin embargo lo hicieron, expropiaron los terrenos y construyeron la que hoy es la principal avenida de Tucumán.

Todos estos fuertes cambios urbanísticos, que incluyeron el Bulevar Sarmiento, con el Teatro San Martín, la Legislatura y el Hotel Savoy (hoy Casino), el Parque 9 de Julio, la Caja Popular de Ahorros, la Casa de Gobierno, el Banco Francés, entre muchas obras gigantes para la ciudad, ocurrieron durante la gestiones de Nougués, José Frías Silva, Ernesto Padilla, Juan Bascary, Miguel Campero y José Graciano Sortheix, con varias intervenciones federales en el medio, durante las primeras tres décadas del Siglo XX, hasta que los radicales fueron derrocados por la dictadura militar.

Ochenta años

La palabra “retranqueo” y las ideas de reforma urbanística y plan estratégico retornaron a la discusión política junto con la vuelta de la democracia, en las gobernaciones de Campero (1935-39) y Miguel Crito (39-43), discontinuadas tras una nueva intervención federal, a raíz de una crisis en el radicalismo, y meses después por un nuevo golpe militar.

Según los registros de LA GACETA, en la década del 40 se planteó con fuerza la necesidad de ampliar calles, avenidas y espacios verdes, ante la creciente masificación del automóvil frente a un diagrama de ciudad colonial que empezaba a colapsar. También se concluyó la ruta a Tafí del Valle, por ejemplo.

No es hacer leña del árbol caído recordar que pasaron 80 años sin que se hiciera una sola obra de envergadura en el macrocentro tucumano, en dirección al desarrollo estratégico de la ciudad.

Por el contrario, todas las que se realizaron fueron a contramano: multiplicación de edificios en altura y comercios, crecimiento exponencial del transporte automotor, instalación de nuevas sedes de la administración pública centralizada, nacional, provincial y municipal (Legislatura, Fuero Penal, Anses, Rentas provincial y municipal, etcétera), menos espacios verdes (al Parque 9 de Julio ya le robamos el 60% de su superficie original) y no se inauguró ni una plaza dentro de las cuatro avenidas.

“La ciudad histórica” se volvió además cada vez más expulsiva con los peatones y ciclistas, ruidosa, peligrosa, congestionada y agresiva.

Medio siglo apretados

El 28 de julio de 1967, hace 50 años, el entonces intendente Roberto Avellaneda promulgó una ordenanza que disponía el ensanche de la calle 24 de Septiembre, para convertirla en avenida.

En los considerandos, el edicto planteaba: “la ciudad de Tucumán, que por su población, extensión y edificios públicos y privados, paseos públicos y desarrollo comercial, es una de las primeras del país, ha quedado, sin embargo, retrasada en lo que respecta a calles y avenidas. De esa manera, el centro comercial de la ciudad, de importancia y valor estético ponderables, pasa casi inadvertido, en gran parte por la estrechez de sus arterias, que al mismo tiempo dificultan el acceso y movimiento de vehículos en la zona”.

En otro párrafo indicaba que el constante aumento de población hacía cada vez más notoria la necesidad de una vía de comunicación que absorbiera la intensidad del tránsito entre la ciudad y los grupos de población al Este y Oeste de la misma”.

Hace unos años, a propósito de los festejos por el Bicentenario de la Independencia, el historiador Ventura Murga sostenía: “Han pasado 50 años de esta disposición y asombrosamente puede apreciarse su vigencia”. Con el agravante, destacaba Murga, que al centro actual se le han sumado miles de motos, 8.000 taxis, el triple de autos y el cuádruple de población.

¿Qué nos pasó?

El proyecto original de fines de los 60 sufrió varias modificaciones, pero básicamente ordenaba un retranqueo en 24 de Septiembre de 10 metros hacia el norte, que en muchos casos se hizo y por eso hoy esa calle parece un horrible serrucho, y de cuatro metros hacia el sur, por lo que el frente del cine Parravicini hace años ya no debería existir.

Edificio que, por otro lado, nunca fue patrimonio histórico ni cultural, sino simplemente declarado “de interés municipal”, ya que se consideraba que su fachada “hermoseaba” la cuadra. Nada más que eso.

¿Por qué nunca se terminó de aplicar la ordenanza de Avellaneda, entre tantos otros proyectos de desarrollo urbano en la capital, como el bulevar que debía unir Plaza Independencia con el Palacio de Tribunales? Son varias y complejas las respuestas.

La primera de ellas es que los intereses económicos de algunos sectores poderosos hasta ahora han podido más que la política.

Y la política ha cedido, según los mismos políticos, por corrupción, complicidad, sumisión, inoperancia o impotencia. Y quizás sea por un poco de todo.

Siempre decimos que las decisiones sobre desarrollo urbano estratégico en esta provincia no se toman en Casa de Gobierno ni mucho menos en las intendencias del área metropolitana.

Existe un poderoso lobby empresario conformado por -a la cabeza del pelotón- algunas inmobiliarias y empresas constructoras, la industria automotriz, las empresas de transporte público, shoppings y supermercados, y los eternos contratistas del Estado.

En esa mesa se decide si una cuadra será o no peatonal y si una calle será o no avenida. Ahí deciden qué zona de la ciudad se va a desarrollar, cuáles serán los precios, y que sector seguirá postergado hasta que decidan hacer un negocio. La mayor aspiración de nuestros políticos es que los dejen sentarse en esa mesa.

La devoradora burocracia

En 1981 se dictó una nueva ordenanza, que ampliaba los considerandos del 67, y definía tres zonas específicas dentro de las cuatro avenidas y cómo debía ser el retranqueo en cada una de ellas.

Pero en 1983 ya se había montado una verdadera industria del juicio contra el municipio de la capital, según denunciaban los propios funcionarios de la ciudad. “Las ordenanzas del retranqueo hacen “retroceder” a la comuna. Los costos de indemnización son imposibles de afrontar”, titulaba LA GACETA el 9 de junio de 1983.

Inmobiliarias se hacían de propiedades que debían retranquearse y con la complicidad de algunos funcionarios se auto iniciaban juicios millonarios. Por falta de fondos y al borde de la quiebra, el municipio debió frenar todo. En 1991 se dictó una medida de excepción para que el retranqueo sólo sea obligatorio para obras nuevas. Era el comienzo del serrucho en la 24 de Septiembre.

Al anuncio lo hacía el director de Catastro municipal, Luis Lobo Chaklián, hoy, tres décadas más tarde, subsecretario de Planeamiento Urbano.

En 1993 el parate fue más a fondo y ya por ordenanza se dispuso que el retranqueo sería sólo optativo en toda la capital. Únicamente seguía siendo obligatorio en 24 de Septiembre.

Pero las presiones continuaron siendo muy fuertes. Una de las más enérgicas fue la del Colegio Santa Rosa, que se negó a retroceder 10 metros en 24 de Septiembre y Muñecas. Luego se sumaron la escuela Rivadavia y el Museo Folclórico, entre otros.

Nunca peor

En 2010 explotó la polémica porque se inició la construcción de un edificio nuevo sin retranqueo.

En realidad, sin respetar la línea municipal, ya que no podía haber retranqueo si se trataba de una obra absolutamente nueva. “Las características funcionales de la ciudad actual son distintas a las que estaban vigentes cuando se pensó el retranqueo. Consideramos que la realización de la avenida 24 de Septiembre no mejorará sustancialmente el problema del tránsito, porque el volumen del parque automotor es muy grande”, respondió Lobo Chaklián, en 2010.

Y agregó que el objetivo de la Municipalidad es alentar la llegada de los peatones al centro y desalentar la circulación vehicular.

“La tendencia en las grandes ciudades es descentralizar. Y eso estamos buscando. Queremos conservar las características del sector comprendido dentro del casco histórico”, justificó.

Pasó de nuevo otra década y todo ocurrió al revés. No se descentralizó, sino que se introdujo más administración pública en el centro, y mucha.

Tampoco se alentó la llegada de los peatones al centro, ni mucho menos de los ciclistas, ni tampoco se desalentó el ingreso de vehículos.

Desde la primera advertencia en la década del 40 se viene haciendo exactamente todo lo contrario. Y cada vez que surge alguna idea o prospera algún proyecto es sistemáticamente boicoteado por el poderoso lobby inmobiliario.

Ensanchar la 24 de Septiembre no solucionará “sustancialmente” el problema del tránsito, es cierto, porque hay que hacer 100 cosas más.

Pero esa obra debió haberse terminado hace 50 años y hoy estaríamos hablando de nuevos proyectos, no de los mismos inconclusos de siempre. Y habría tres muertos menos, de paso, por ejemplo. Y ya lo advirtieron los expertos y lo vienen haciendo desde hace años: como el Parravicini hay decenas de edificios en Tucumán.

Los datos hablan por sí solos y son elocuentes respecto de dónde estamos parados: en 2007 el Concejo Deliberante aprobó en una ordenanza 500 excepciones al Código del Planeamiento Urbano por construcciones irregulares. En 2011, la Municipalidad informó que el 60% de los edificios en altura habían cometido alguna infracción.

Podemos hacer y equivocarnos. Incluso está bien que así sea, porque no existe otro modo. Todo el que hace se equivoca. Y así se aprende.

Lo dramático es cuando vemos que transcurren los años y las décadas y no se hace nada ante problemas tan evidentes que nos explotan en la cara.

Sentimos esa incómoda sensación de que nuestros funcionarios, los gestionadores de la cosa pública, se han transformado en simples “pagasueldos”, prescindibles de cabo a rabo. Más grave aún, porque peor que hacer nada, es ni siquiera dejar hacer.

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