“Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”. Nacionalismo y religión constituyeron la esencia de la campaña de Jair Bolsonaro, sintetizados en ese lema que se convirtió en bandera de la contienda electoral. Fue la crisis social, económica y política la que traccionó a Bolsonaro a la presidencia del gigante vecino, mientras en paralelo las fuerzas que jugaron a su favor terminaron configurando con claridad un nuevo mapa del poder. En ese conglomerado se hace sentir el peso de las iglesias evangélicas. Cerca del 25% de los brasileños –alrededor de 50 millones de personas- son cristianos no católicos. Muchos pertenecen al antiguo tronco protestante (adventistas, bautistas, mormones, etcétera), pero cada vez son más los fieles de las nuevas expresiones que proliferan en ese país desde hace varias décadas, con la Iglesia Universal del Reino de Dios a la cabeza. Ese núcleo representó una de las bases de sustentación de Bolsonaro y de su discurso. Brasil es el espejo en el que se miran los evangélicos argentinos.
No es sencillo trazar una cartografía de las iglesias evangélicas. Mientras los católicos respetan jerarquías universales (el Papa en el caso de los apostólicos romanos; los patriarcas para los ortodoxos), el del protestantismo es un universo disperso. Tanto que cualquiera podría, mañana mismo, salir a predicar y formar una asamblea de fieles sin la necesidad de contar con alguna clase de respaldo institucional. Los pasos que llevan a la inscripción en el Registro Nacional de Cultos no dependen de padrinos y la realidad está marcada por los datos: allí, sólo en la letra A figuran 153 sedes de iglesias no católicas tucumanas.
La provincia está surcada por infinidad de iglesias, templos y centros de adoración de las más diversas extracciones. A la vez, suele agruparse bajo el mismo paraguas a todo el arco no católico, lo que es un error. Hay diferencias históricas, culturales y dogmáticas que separan con nitidez a las iglesias. No tienen nada que ver los pentecostales con los metodistas ni estos con los Testigos de Jehová, por poner un ejemplo. Pero si algo une al cristianismo no católico argentino es la impresionante penetración que viene desarrollando, en especial en las barriadas más vulnerables. Allí la conquista de los fieles se realiza con paciencia, puerta a puerta, día a día.
El silencioso trabajo de base de los pastores y de sus congregaciones se visibilizó por primera vez con fuerza durante las marchas opositoras al proyecto de legalización del aborto. Fueron los evangélicos los primeros que reaccionaron y salieron a la calle en Tucumán para expresar el rechazo a esa ley, y en adelante marcharon codo a codo con los católicos irradiando un mensaje “provida”. Esa capacidad de movilización se mantiene, ahora enfocada a impedir que se imparta la educación sexual en los términos que lo dispone la ley de ESI. Lo que queda en claro al cabo de estas experiencias es que las iglesias evangélicas están alcanzando el estatus de factor de poder en la sociedad. En Brasil lo consiguieron hace rato y hoy cuentan con un presidente electo que pasó del catolicismo a formar parte de una de ellas.
Como motor del diálogo interreligioso, Jorge Bergoglio siempre se mantuvo cercano a las iglesias protestantes, sobre todo en lo referido a la lucha contra la marginalidad y las adicciones. En ese campo vienen hablando un lenguaje común desde hace años. El ecumenismo pregonado por el Papa sirvió y sirve para establecer lazos entre los cristianos, una red que Roma se negó sistemáticamente a tejer desde que Martín Lutero alumbró sus 95 tesis en Wittenberg. Desde ese episodio transcurrieron 501 años. Francisco siguió siempre con atención el trabajo de los evangélicos y buena parte de esa impronta es la que pretende transmitir al clero. Por ahí pasa, a fin de cuentas, la “Iglesia de los pobres”. El Papa viene armando, con precisión de orfebre, un episcopado totalmente renovado, el que conducirá la Iglesia argentina cuando él ya no esté. Perfil bajo, identificación con los más vulnerables y mucha presencia en la calle son los signos distintivos de la nueva generación de pastores, pensada para los próximos 20 años. No es casual que los evangélicos hayan crecido tanto obedeciendo a similares lineamientos.
La capacidad de lobby y la influencia en distintos aspectos de la vida en sociedad van de la mano con el capital humano y a esa construcción está abocado el panevangelismo. El caso de la Iglesia Universal del Reino de Dios, fundada por el brasileño Edir Macedo en 1977, es sintomático. Le llevó 40 años transformarse en un factor de poder, que se apoya hoy en más de siete millones de fieles y un aparato mediático poderosísimo. Bolsonaro le sacó el jugo. En Brasil los evangélicos alcanzaron tal nivel de fortaleza que cuentan con miembros propios en el Parlamento, los que conforman la “bancada de la Biblia”. En Argentina esa arquitectura es cuestión de tiempo. Eso sí, no ayudan experiencias como la de Alfredo Olmedo, quien en el afán por convertirse en un Bolsonaro de entrecasa hizo un papelón: se desplomó la tarima justo cuando un pastor evangélico bendecía el inicio de su carrera a la presidencia de la Nación.