ACTÚA HOY
• A las 22 en la sala teatral La Gloriosa (San Luis 836).
La estética caricaturesca de Florencio Molina Campos, la heroicidad de Martín Fierro y la mitología del Gauchito Gil confluyeron en Ronda Vázquez para darle carnadura a su unipersonal “Antonio Fierro. Historias de un gaucho olvidado”, la obra que presentará esta noche en La Gloriosa. En el mismo espacio cultural, entre las 15 y las 18, dictará el taller “Teatro físico desde el humor”.
El actor nació en Catamarca, pero está radicado en Córdoba desde hace años. Comenzó a los 11 años dentro de una familia de artistas, y se volcó a las danzas folclóricas en una academia barrial. “Me sentí libre, pude expresarme. Fue un juego divertido que me permitió conocer otras cosas. A los 15 años se estilizó lo que hacíamos con danzas latinoamericanas, el tango, el flamenco y el jazz, y pude salir de las estructuras. Desde entonces logro descontracturar lo que se me atraviesa y convivo en varias realidades”, le describe a LA GACETA.
- ¿Cómo encarás tu trabajo de teatro físico?
- Todo partió desde una experiencia vivencial, pura y nata, más que el aporte de libros, textos y maestros. Lo entiendo como todo lo que tiene que ver con la construcción y la expresión a través del cuerpo, sin la palabra, porque desde allí se puede poetizar y proponer imágenes.
- ¿Tu clown surge de niño?
- Mi papá era payaso y yo siempre busqué la risa desde chico. Uno no puede enseñar a reír; lo lleva cada uno dentro de sí, es un talento que se debe desarrollar. Soy impulsivo y me dejo llevar por el intento de hacer. En mi taller brindo herramientas para que el artista pueda comunicarse con el público y le cause gracia. Un artista que intenta hacer reír no tiene éxito.
- ¿Cómo llegaste al género?
- En Catamarca no hacía teatro como tal, lo desplegaba desde el folclore en sus números pero nada más, no lo estudié. A los 25 años, harto de todo, me vine a aprender teatro en la Facultad de Córdoba y me enamoré de este mundo, estaba fascinado. Hubo hechos que me volaron la cabeza, como la obra “Payasos en familia”, que dirigía David Picotto en 2012. Hoy soy amigo de muchos de los miembros del elenco. Me pareció alucinante la escuela de los payasos, quería incursionar en el género porque me apasiona el juego, la aventura, el probar, el perder los miedos, y todo eso tiene la técnica del clown. Estuve dos años con Julieta Daga, luego estudié con Guillermo Vanadía y con Toto Castiñeiras, todos dioses del humor para mí.
- ¿De qué forma aparece Antonio Fierro?
- Por prueba y error. Mi entrenamiento es en escena, más allá de los ensayos. De base venía la técnica y la jerga del folclore y el sentir campestre, y sumé otros elementos para hacer un gaucho multifacético desde mi cuerpo, con la pantomima y muy pocas palabras. Comenzó en 2014 y fue creciendo desde entonces. Su nombre es un símbolo, no es Martín Fierro sino un pariente.
- Y lo llevaste al extremo...
- Es un ser caricaturesco, me maquillo antes de salir a escena y le voy sumando cosas, crece constantemente. Incluso lo atraviesa lo femenino, porque toda persona tiene una parte de mujer y nos nutrimos de sus sentimientos. El folclore es ultramachista y este gaucho se deconstruye desde lo femenino, lo que causa mucho humor.