La torre de Notre Dame acababa de derrumbarse, víctima de las llamas y con televisación en directo, y en Francia ya estaba en marcha una formidable campaña de crowfunding. En cuestión de horas juntaron más de 800 millones de euros, destinados a reconstruir algo que va mucho más allá de una iglesia. Notre Dame es un símbolo, no sólo de la cultura francesa o de la religión católica. Notre Dame es uno de esos tesoros de los que la humanidad puede jactarse y por eso millonarios, famosos y anónimos ciudadanos de a pie sacaron la billetera e hicieron su aporte. De más está decir que a nadie se le ocurrió dudar del destino de esos fondos. “Ojalá naciera algo parecido en Tucumán con San Francisco”, comentó un periodista de nuestra Redacción. “¿Para qué? ¿Para que se roben la plata?”, fue el retruque inmediato. En la vida, y especialmente en la economía, la confianza lo es todo.

Reparar el templo de San Francisco cuesta mucho dinero. Sólo para poner en marcha la maquinaria de la restauración hacen falta $ 6 millones; lo más caro vendrá después. Mientras tanto la fachada seguirá tapiada por la cartelería publicitaria y el templo permanecerá cerrado. Es mejor así, teniendo en cuenta las fisuras que a simple vista aparecen en la estructura. En Tucumán la experiencia indica que no existen las medias tintas: o las paredes se caen (como en el extinto cine Parravicini) o se las tira abajo (como en el ex Banco Francés). Para sacar a San Francisco de esa nefasta dualidad hacía falta mantenimiento y ya es tarde. Ahora lo que se necesita es efectivo para costear obras. ¿Quién lo pondrá?

La Semana Santa 2019 quedará en la historia por el incendio de Notre Dame. Pero la contracara de esa pena fue la esperanza, reflejada en la decisión de reconstruir cuanto antes lo que el fuego había arrasado. En su naturaleza, la Pascua –y en lo simbólico esto excede a la cristiandad- proporciona la idea de un nuevo comienzo, de un renacimiento. Es un principio que cruza credos, épocas y culturas. En ese mismo terreno que hoy ocupa Notre Dame se rindió culto a dioses celtas y romanos. La Revolución Francesa, con su ola desacralizadora, convirtió a la basílica en un establo. Hubo muchos renacimientos en el devenir de Notre Dame, este no es el primero y seguramente no será el último.

Episodios tan impactantes, capaces de pegar directamente en los corazones, suelen galvanizar a las sociedades. Las imágenes, acercadas con toda la precisión y riqueza de detalles de la que son capaces los medios y las redes sociales, quitan la respiración. Pero la tecnología no entiende de sentimientos y por lo general las palabras se quedan cortas en el afán de capturar el espíritu de lo que está pasando. Esas corrientes propias del inconsciente colectivo fluyen por otro lado, ayudando a mirar las cosas en perspectiva. No disimulan las grietas, sino que las tapan. A partir de esta semana, todo francés recordará dónde estaba y qué hacía en el momento en que Notre Dame comenzó a arder.

La cuestión es que no puede ser más delicado el escenario al que llega esta Pascua en Tucumán. Los indicadores lo dicen todo. Son tantas las deudas económicas y sociales que asfixian cualquier rayo de futuro, justo en una fecha llamada a abrirle una puerta a la esperanza. Al renacimiento. Como toda encrucijada espiritual, hay quienes la resuelven con el soporte de la fe. A otros se les quema el presente y no les alcanza el tiempo ni siquiera para encontrar la salida de emergencia. Ante esto no alcanza un crowfunding de voluntarismo con forma de lamento; vendría mejor otra clase de respuesta colectiva. En medio de un incendio, lo imperdonable es la indiferencia.

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