Despedida a un orfebre de la escritura
La literatura argentina despidió a un enorme escritor en su gran momento creativo. Leopoldo Brizuela, con apenas 55 años, murió víctima de la enfermedad que, sin embargo, no le impedía seguir muy activo. En la Biblioteca Nacional avanzaba investigando, divulgando; al rescate de autores y en particular de autoras, revelando gemas de la producción local, desempeñando del olvido a las escritoras que él tanto admiraba y redescubría periódicamente.
Por Gabriel Sánchez Sorondo
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
Leopoldo Brizuela soltaba su fuerza, siempre, en las mejores direcciones, provocando aquello que, como un germen bueno, detona en los colegas el mayor afán de leerse entre sí y, a su vez, de escribir más, y mejor. Por eso decimos que Brizuela fue generoso. Lo fue en el sentido más fértil, ese que despierta buenas pulsiones en sus pares, de la divulgación a la motivación. En el mismo sentido operó entre nosotros su tarea literaria: inspiradora por su factura finísima, por su arquitectura poética y sonora, por sus voces poderosamente evocativas, por sus diálogos más veraces que la verdad misma, arraigadas en el sustento de investigaciones históricas agudísimas. Y, claro, nos deslumbró esa escritura de orfebre aplicada a narraciones monumentales.
Con relación a los galardones deberíamos “invertir los tantos” y decir que los reconocimientos obtenidos por las novelas de Leopoldo Brizuela devinieron mejores premios al reconocer su obra. El Fortabat 1985 por Tejiendo agua; el Clarín 1999 por Inglaterra. Una fábula; y el Alfaguara 2012 por Una misma noche, resultaron enriquecidos, prestigiados, fortalecidos, al enfocar a un autor puro talento y cero relaciones públicas. Qué decir de Ensenada. Una memoria, su último título: un portento que incluye aspectos biográficos y descifra sociopolíticamente la argentinidad repetida, de grieta eterna, acaso fundacional, hasta alcanzar cimas de ferocidad, de enfrentamiento, de terror, de místicas visiones. En esas páginas, como en el resto de su obra, narra con la maestría de la distancia, alternando el plano general y el plano detalle. Despliega, así, con agudeza etcheverriana, los hechos donde conjuga casi todo: lo lírico, lo simbólico, lo tragicómico, lo histórico, lo identitario, lo individual, lo colectivo.
Leo había hecho en los años 70 una amistad muy temprana con María Elena Walsh (“Brizuelita”, le decía ella) a partir del intercambio que empezó siendo epistolar y devino fraternal, aunque él jamás hubiese admitido esa paridad, y se refería a María Elena con admiración discipular. En el comienzo de aquella relación en la que Leo le mostraría sus primeros escritos y poemas, seguramente la Walsh vio lo que después veríamos todos, empáticamente, como lectores de ambos: una precocidad brillante, llena de inspiración, pero también de inteligencia. Por todo esto y por tanto más que ya muchas semblanzas le han agradecido en estos días tristes de su ausencia repentina, por lo que aprendimos leyéndolo, tratándolo, escuchándolo, vamos a extrañar mucho al querido Leo Brizuela.
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Gabriel Sánchez Sorondo - Escritor.