NOVELA
EL DUEÑO ANTERIOR
JORGE TORRES ZAVALETA
(Indie - Buenos Aires)
Ya el título de la nueva novela de Jorge Torres Zavaleta -El dueño anterior- anuncia ese costado nostálgico que tanto seduce en su obra (y que no excluye, obviamente, sus rasgos actuales, vigentes y muchas veces de vanguardia). El escenario es el campo –que en él se trasunta naturalmente, sin folclorismos ni artificios gauchescos- como vivencia personal. Un campo que, arquetípicamente, es o ha sido el territorio de la infancia y de la adolescencia, del miedo al anochecer, de un miedo buscado a la luz mala, del insomnio excitado, de toda suerte de mitos esotéricos y fantasmales. Y de aparecidos incapaces de abandonar a sus deudos, vengativos, sufrientes, moviendo objetos.
Ese es el contexto del libro: allí de pronto irrumpirán el protagonista y el que lo fue: el dueño anterior. Y, aunque “el nuevo” es más dueño, más propietario, también se siente más “nuevo rico” a su costa, como si hubiera desheredado al anterior.
En el transcurso de la novela, el dueño anterior es una y otra vez nombrado por el autor, casi litúrgicamente. El protagonista creyó no volver a reencontrarlo en su campo, aunque tampoco le importó que así fuera; más bien y curiosamente, va aceptándolo.
En cierto modo, ese es el tono del libro. Remite, entre inocente y desapegado, al de la novela Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi. Un tono que, como ha sido dicho, es casi todo. Y El dueño anterior lo reafirma con la mayor eficacia.
En cuanto al lenguaje -como afirma Cristina Piña en la contratapa del volumen-, se trata de una escritura “singularmente tersa y rica del autor; podemos darnos una idea de su significación literaria y del placer que nos depara su lectura”.
El argumento no es nuevo, pero sí su entorno. Un fantasma rural encarnado en El dueño anterior, que interfiere hasta el asombro y la complacencia cómplice… para derivar por fin en miedo y en pánico.
Se trata de un libro extraordinario, cuando gradualmente advertimos su gran metáfora: el dueño anterior es también el dueño actual, el dueño de siempre, el único.
© LA GACETA
FERNANDO SÁNCHEZ SORONDO