Malvinas y el heroísmo de una madre

Historia de cartas escritas por chicos dentro y fuera de las islas.

UNA DIFERENCIA FEROZ. El candor de las misivas de los argentinos contrasta con la frialdad de sus victimarios.  UNA DIFERENCIA FEROZ. El candor de las misivas de los argentinos contrasta con la frialdad de sus victimarios.
27 Octubre 2019

TESTIMONIO

GUERRA DE MALVINAS. DIARIO DE UNA MADRE

GLADYS A. COVIELLO

(Ediciones del Parque - Tucumán)

Es impensable leer este Diario de una madre sin experimentar una admiración y un agradecimiento conmovidos por su autora: Gladys A. Coviello. Madre de uno de los conscriptos enviados a la guerra de Malvinas, desesperada por conocer el destino de su hijo, estableció en Hurlingham -donde se desempeñaba como maestra- su centro de operaciones, induciendo a sus alumnos a escribirse con los combatientes y darles ánimo.

En la base aérea del Palomar, desde donde salían y volvían los aviones Hércules a las Malvinas, ella llevaba y traía cartas de y para los muchachos. Y lo hacía con una energía temeraria, que le valió la sanción y la expulsión de sus cátedras. A medida que la guerra empezaba a mostrar la realidad antes escamoteada de nuestra derrota, las autoridades militares retaceaban más y más la verdad y los soldados argentinos eran aislados, incomunicados, parias.

Como una patética metáfora de tanta desolación, el libro está atravesado por cartas tan mal escritas como bien intencionadas, de soldados hambrientos no sólo de pan sino de amor, para decirlo evangélicamente. Y de chicos que, desde la paz de sus hogares, retribuían esos mensajes y acercaban su solidaridad y su esperanza.

Su lectura es de una verosimilitud dolorosa; se trata de una herida abierta, con nombres y apellidos que fueron arrebatados a la vida de modo miserable, asesino, humillante, nunca suficientemente desagraviados e inscriptos en el panteón de los héroes.

La ingenuidad, el candor que esos casi niños muestran en sus cartas contrasta ferozmente con la frialdad de sus victimarios y nos interpela y amarga a todos nosotros, sus compatriotas, en la medida en que una vez más nuestra conducta, en voz alta o callada, repetía ese penoso, histórico, vergonzoso: “¡yo, argentino!”

© LA GACETA

FERNANDO SÁNCHEZ SORONDO

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