Las amenas “Memorias de un viejo”, que Vicente Quesada editó con el seudónimo de “Víctor Gálvez”, contienen varias páginas sobre Tucumán, provincia que Quesada visitó en 1852. Apunta que “se empezaba entonces a dar importancia al cultivo de la caña-azúcar; pero los ingenios eran rudimentarios, ninguno poseía las máquinas convenientes, y se molía y beneficiaba la caña-azúcar de una manera primitiva. Uno de los más ricos establecimientos era el de D. Wenceslao Posse; tenía ingenio Zavalía, otro Posse, Talavera y no sé cuántos más. Todavía los Méndez (Juan Crisóstomo y Juan Manuel) no se habían hecho cultivadores de caña, ni adquirido los grandes ingenios que les han dado influencia y fortuna considerables”.
En esa época, “los artículos de exportación eran suelas, pellones y quesos de Tafí, con lo cual saldaban la importación de mercaderías europeas. El producto de los ingenios se consumía en las provincias limítrofes, así como los aguardientes y la chancaca y melazas. Se hablaba de importancia de esta industria, pero era necesario traer máquinas y usar el crédito, y no había ni caminos, ni comunicaciones periódicas, ni capitales”.
Era la época en que el Estado de Buenos Aires se enfrentaba en guerra con la Confederación Argentina, “y no era posible dar a aquella industria el desenvolvimiento necesario”. Es que “todo estaba en embrión, y fue por ello que las provincias hicieron esfuerzos para que el Congreso de Santa Fe sancionara, como felizmente sancionó, la Constitución, contra la influencia y el poder de los que atacaban aquella obra del patriotismo. No era posible tener crédito interno ni externo es una nación desorganizada, con un pueblo empobrecido, que había vivido sin garantías civiles ni políticas”.