En innumerables ocasiones hemos remarcado, desde esta columna, la enorme dosis de solidaridad que el pueblo tucumano tiene y que demuestra cuando la ocasión lo requiere. Este elogio no ha menguado en el tiempo. La última gran evidencia colectiva fue hace unos meses, en plaza Independencia, cuando muchísimas familias concurrieron a compartir la Nochebuena con necesitados y solitarios.
En estos tiempos duros, cuando todo el planeta está siendo azotado por la terrible pandemia del Covid-19, otra vez se pone a prueba la resistencia del tucumano: en lo material, en lo espiritual, en respuesta anímica y, especialmente, en el nivel solidario; casi buscando techo para este rubro. Ahora no se trata de demostraciones públicas -o por lo menos no muy visibles-, sino de capacidad de empatía en el cuidado de la salud propia y ajena, de modo que la sensibilidad aflora en ademanes y prohibiciones que se asumen, y no tanto por temor sino por cuidados en los asuntos sanitarios.
Pero no sólo esta amenaza de la terrible enfermedad respiratoria expandida a nivel mundial es lo que aflige. También se convive -y esto es duro de aceptar- con el dengue; tal vez el más peligroso flagelo que la sociedad tucumana enfrenta desde la década de los 90. ¿Por qué más peligroso? Porque tiene todo que ver con las costumbres, con lo cotidiano, y con aquellas cosas que parecen complicado de extirpar: los “demonios” del desorden, la apatía para conservar la higiene. A esta altura, con razón el lector podrá decir que el Estado tiene suma responsabilidad en la salubridad general. Y estará en lo cierto. Pero también será correcto ampliar que el Estado no es responsable del fondo de cada casa, ni de los cacharros que se amontonan en algún rincón del propio patio… y así, el cuidado e higiene de cientos de rincones hogareños no pueden ser endilgados a nadie más que a sus residentes.
Entonces, bien podremos razonar que el combate contra el dengue y contra el temible coronavirus dependerá de dos protagonistas: el Estado y cada ciudadano. Es acá, en estos momentos y en este tiempo, donde la actitud generadora de afecto y amor -por la propia familia y por los demás- puede derramarse sin mezquindad. Vencer la apatía y dejar florecer el espíritu solidario podrá entonces transformarse en actitudes concretas.
¿Pensamos en nuestra familia y en los demás? bien, entonces sí se puede a combatir el dengue aceptando y poniendo en práctica las recomendaciones que el Estado brinda; además de comunicar a las autoridades que correspondan, sobre aquellos lugares que están descuidados y donde las condiciones son propicias para que el mosquito responsable se desarrolle o subsista.
¿Y a la pandemia del coronavirus? siguiendo al pie de la letra los consejos de los responsables de la salud pública y, por supuesto, los cuidados personales. Para llevar a cabo con eficacia estas demostraciones de solidaridad y empatía con el resto de los comprovincianos, las redes sociales son un elemento de gran importancia. Los tucumanos tenemos una gran tarea por delante, y es de esperar que todos podamos demostrar -una vez más- que somos poseedores de una gran dosis de altruismo y una inquebrantable voluntad de ayudar al prójimo. Esta vez en bien propio y ajeno, sin vueltas.