21 Marzo 2020

El Gobierno nacional ha decretado la cuarentena obligatoria para toda la Argentina, a partir de la hora cero de ayer, por un razonable plazo de 12 días. La medida es drástica, pero necesaria y fundamental para enfrentar una situación no menos límite: la contención de la pandemia de coronavirus. Es verdad que las primeras reacciones de la gestión federal con respecto a este problema planetario de salud fueron erráticas, hasta el punto de que las autoridades del Ministerio de Salud de la Nación llegaron aventurar que el Covid-19 no llegaría a este país; pero no menos cierto es que la cuarentena, debidamente llevada a cabo por la población, ha funcionado nada menos que en China. El martes pasado, por ejemplo, el gigante asiático reportó el contagio de sólo 13 personas, lo que representa apenas el 0,00000001 de su población de 1.300 millones habitantes.

Con la cuarentena decretada, una parte sustancial de la batalla sanitaria contra el coronavirus pasa ahora a ser responsabilidad directa de cada uno de los ciudadanos. No es que el Estado pase a un segundo plano, porque las políticas sanitarias y su coordinación son una función indelegable. Pero ahora depende de cada persona, es decir, de nosotros, que el aislamiento temporario se realice de manera efectiva.

Esta no es, ni remotamente, la primera acción sanitaria oficial que requiere de una acciónmancomunada de la sociedad. Lo son las campañas vacunatorias, lo es la lucha contra el dengue y lo fue la pelea contra el cólera, en la década del 90. La Naturaleza es parte de nosotros y nosotros somos parte de ella y enfrentar sus desbordes no puede ser un objetivo individual.

Tucumán, por estas horas en que ya, ha mostrado que muchas familias han cobrado conciencia de lo delicado de esta decisión y han decidido permanecer puertas adentro de sus hogares. Pero también se han visto malos ejemplos, como las aglomeraciones en supermercados, almacenes y otras paradas propias de los barrios. Son una violación a la cuarentena, contravienen la recomendación de evitar concentraciones masivas de personas y han generado una enorme tensión entre las fuerzas de seguridad, que temieron que iniciar aprehensiones podría desmadrar la situación; los supermercadistas, que supusieron que cerrar las puertas podía desatar ataques y saqueos de esos comercios; y la propia gente, temerosa de sufrir un desabastecimiento. Estos no son momentos para el miedo, sino para el cuidado.

La responsabilidad es la primera herramienta contra la pandemia. En nombre de no temer, de ser cuidadosos y de mantenernos responsables es que también deben cesar las noticias falsas, o “fake news”. Los ciudadanos no son los autores de estas creaciones maliciosas, pero a menudo sí son partícipes de su difusión, de su “viralización”.

Hay que informarse a través de medios confiables: el jueves llegó a circular durante la mañana una información falsa sobre un supuesto decreto de cuarentena nacional, cuando los medios de comunicación informaban que la decisión oficial sólo se tomaría y se informaría durante la tarde.

En este mismo contexto, tampoco deben alentarse las publicaciones en las redes sociales sobre personas a las que se señala, con nombre y apellido, como enfermas de coronavirus. En primer lugar, se carece de elementos para aseverarlo. En segundo término, aunque se los tuviera, es una estigmatización flagrante, así como una violación a la intimidad. El azote de una pandemia puede parecernos algo imposible, pero es perfectamente natural. Atribuirlo a determinadas personas o adeterminados grupos sociales, ahora con el coronavirus o antes con otra epidemia, no sólo es equivocado, sino que conduce a la violencia a la vez que alimenta temores infundados.

Esta es la hora de protegernos entre todos. Si nos protegemos individualmente protegemos a nuestras familias, y si todas las familias se protegen entonces la comunidad está protegida. Este es el momento de cumplir con las leyes a rajatabla, porque lo que está en juego no es una cuestión económica, política o financiera, sino la vida misma de las personas. Esta es nuestra prueba: si fallamos, las consecuencias serán responsabilidad enteramente nuestra.

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