En el corazón del poder, el trato suele ser personal, con nombres propios más que por apellidos. Alberto hablaba con Santiago que, a su vez, marcaba el interior de Eduardo, que aguardaba la llegada de Ginés. Todos están pendientes de Martín. Cierto día de la semana pasada, el presidente de la Nación convocó a diálogos informales a analistas políticos para establecer cómo está el humor social desde las perspectivas de las encuestas y de los sondeos de opinión. La charla transcurrió entre análisis sobre los aumentos de la imagen presidencial en la consideración social, en las inquietudes de la población respecto de la pandemia de la covid 19, que tiene a todos los argentinos en cuarentena focalizada, y entre el intercambio de impresiones acerca de las relaciones y vínculos políticos de sectores que, hasta hace poco, aparecían en veredas distantes incluso de la ancha avenida del medio. En una de esas conversaciones, el jefe de Estado le comentó a uno de sus colaboradores que la opinión de uno de los que estaban en esa mesa de trabajo coincidía con la visión de Juan. “¿Qué Juan?”, preguntó el analista, que intentaba repasar el nombre de pila de los miembros del gabinete y no hallaba alguno que sea reconocido con ese nombre. Uno de los funcionarios asistentes esbozó una sonrisa y le respondió: Juan Manzur.

El tucumano hará hoy su reaparición en Buenos Aires. Recuperó lo que él llama “su herramienta de trabajo”: el avión oficial de la provincia. Se llevará un ramillete de intendentes de la zona metropolitana para firmar acuerdos con el Gobierno nacional, pero ya anticipó -a través de sus cuentas en redes sociales- que sacará -al menos por unas horas- de las preocupaciones cotidianas a Alberto Fernández. Será mañana, según el mandatario.

El dato no es menor. Constituye un mensaje hacia adentro del Frente de Todos, donde las acciones del gobernador venían en baja por su desaparición pública de los ámbitos nacionales. Fernández vendrá a Tucumán un año después de su nominación como precandidato presidencial. Tucumán fue uno de los primeros distritos que visitó en su gira proselitista y ahora vuelve a pisar la provincia para tomar un poco de aire fresco. Este fin de semana, el Presidente de la Nación debe definir qué hará con la cuarentena; si será más o menos focalizada; si abrirá las puertas para que los distritos donde haya menos circulación viral puedan recuperar la normalidad en sus actividades; qué hará su gestión cuando se aproxima cada día más el período proyectado por los epidemiólogos como la zona de ampliación de la curva de contagio en la Argentina. Pero también hay otra cuestión de fondo que puede marcar su futuro institucional y político: el resultado de la renegociación de la deuda. Este viernes vence el plazo para definir si paga o no los bonos, si la Argentina entra a un default técnico o si se aproxima a un arreglo con los bonistas para evitar un escenario de cesación de pagos y pérdida total de confianza en el mundo de los negocios. Más allá del resultado, la cuestión puede costarle el puesto a Martín Guzmán, el ministro de Economía. ¿Por qué? La Argentina emprendió una negociación con la fuerza de una locomotora que prometía arrasar con todo y que el canje por títulos sea aceptado por los bonistas sin mayores concesiones. Sin embargo, y más allá de los apoyos de palabras de potencias y de organismos internacionales, la gestión económica ha quedado muy golpeada y es probable que su contraoferta se acerque más a la que reclaman ahora los acreedores que la inicial. Algo parecido a lo que sucedió en Buenos Aires con las decisiones del gobernador Axel Kicillof.

Tal vez el país logre llegar a un entendimiento, con el default técnico confirmado, pero el futuro se pintará bajo la impronta de los dos dígitos. Evitar una crisis económica similar a la de 2002 es casi improbable y peor lo será si se extiende la cuarentena incluso en esta versión más gradualizada, dijo recientemente un informe del Centro de Economía Regional y Experimental (CERX). La caída del Producto Bruto Interno (PBI) de este año puede oscilar entre un 10% y un 15%, según la reactivación de la actividad que haya en lo que queda del año. Los bancos están más líquidos hoy que hace dos décadas atrás. La gran diferencia es que en 2002 la Argentina pudo recuperarse rápidamente porque el precio de las commodities volaba, a más de U$S 510 la tonelada de soja en Chicago, mientras que hoy apenas llega a los U$S 310. De allí el deterioro paulatino de las cuentas nacionales y el temor por lo que pueda llegar a suceder con las finanzas públicas.

Aún sin default y sin segunda ola de coronavirus en el país, el CERX espera que el PBI baje 10,5% a precios constantes, que a precios corrientes serán 2,8 billones de pesos menos. Toda una fortuna. Además, hay que tomar en cuenta que la creciente emisión monetaria golpeará aún más a una inflación anual que, hasta aquí, se proyecta en un 50%. Con todo, el nivel de desempleo se focalizará por encima del 10%, mientras que la pobreza puede oscilar entre un 42% y un 45% de la población, según las estimaciones privadas. El después golpeará a cada uno de los argentinos. ¿De dónde sacarán las familias $ 1,7 billón para cancelar sus deudas más los costos adicionales que conllevan?, se pregunta el CERX. Y detrás de muchas de esas deudas, hay otros individuos que no reciben ingresos (alquileres, deudas por prestaciones de servicios, colegios, etcétera). Es el precio del incumplimiento permanente.

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