No sólo un plan para enfrentar la crisis

Es normal y comprensible que haya síntomas visibles y expresiones de cansancio en la ciudadanía a causa de la extensa cuarentena, impuesta por razones sanitarias como la medida más efectiva para impedir la circulación del coronavirus. Así también es lógico que la sociedad apueste y tenga expectativas de que los sectores de poder del Estado hayan planificado cómo enfrentar con éxito las secuelas económicas de la pandemia. No podría ser de otra manera en virtud de los efectos devastadores que en el mundo está provocando la covid-19 por las muertes que viene provocando, por los negocios que cierran, por los nuevos desocupados y el aumento de los niveles de pobreza en el país.

La caída de la actividad económica se está acercando a los niveles de 2001, pero en un contexto político diferente, que igualmente obliga a reflexionar no sólo sobre una planificación sanitaria y económica para enfrentar la crisis que se avecina sino, ademas, sobre la necesidad de que la dirigencia con niveles de conducción asuma la responsabilidad de, entre todos, colaborar en la solución y no contribuir al conflicto.

No será precisamente arrojándose culpas por lo que se hizo mal en el pasado o no se hizo, o alentando divisiones entre conciudadanos que dañan la convivencia social, la forma más eficaz de acometer el tiempo de la postpandemia. La urgencia obliga a actuar entre todos, deponiendo antipatías personales o resentimientos ideológicos. El ejemplo lo dieron los ciudadanos cuando mostraron que, actuando en conjunto y con un mismo propósito, la unidad en la acción es posible; allí no hubo colores políticos sino conciencia social y reconocimiento por el otro para asegurar el bienestar general.

La inquietud original fue evitar que el virus se disperse, y aunque hoy haya zonas del país que han regresado a fases críticas, la preocupación generalizada pasa por saber cómo el Gobierno va a trabajar sobre las secuelas que dejará el coronavirus, cómo reactivará la economía, cómo alentará la inversión, cómo asegurará que haya nuevos empleos y cómo frenará el creciente drama de la pobreza. Si bien la clave pasa porque haya una planificación, programas e iniciativas novedosas para atenuar los efectos de la crisis y, posteriormente, revertir la caída del país, también surge como una necesidad que la dirigencia política demuestre que es capaz de anteponer las necesidades de la sociedad a sus intereses particulares; que puede dejar de lado las disputas políticas y al agrietamiento como instrumento de acción para diferenciarse del adversario; y así pensar cómo se reconstruye una Argentina, entre todos.

No sólo se trata de lo que puede hacer el oficialismo de turno, sino también de lo que pueda aportar la oposición; el diálogo se muestra como el vehículo principal de entendimiento. Eso no puede limitarse a gestos de ocasión, sino traducirse en conductas maduras y acciones concretas.

Todos a prueba. La sociedad mostró el camino cuando, masivamente, sacó a relucir la solidaridad y la comprensión para hacer causa común contra una enfermedad nueva, en defensa de todos. Si la dirigencia se muestra madura y expone que es capaz de distraerse de sus peleas políticas diarias y de acordar un plan de gestión de la crisis, le hará un gran servicio a la paz social, tranquilizando los espíritus de los más radicalizados. Será un buen inicio, una señal de tolerancia, necesaria en estos tiempos en que el aislamiento deriva en cansancio social.

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