Las lecciones del “presidente más pobre del mundo”

01 Noviembre 2020

Mientras una buena parte de la clase dirigente busca conservar la migaja de poder, reciclándose a como dé lugar y eternizarse para seguir gozando de los privilegios, están aquellos pocos que deciden dar un paso al costado cuando consideran que por la edad o las dolencias, ya no podrán cumplir cabalmente con el mandato que les han conferido sus representados y es necesario ceder paso a las nuevas generaciones. Hace pocos días, dos ex presidentes uruguayos: José Mujica (85 años) y Julio María Sanguinetti (84) renunciaron a sus bancas en el Senado de su país.

Luego de ser diputado, senador y ministro, Mujica fue electo presidente por el Frente Amplio y gobernó Uruguay entre 2010 y 2015. Por su estilo austero, su franqueza y sus opiniones controvertidas que contrastaban con aquellas políticamente correctas, alcanzó rápidamente notoriedad internacional. Fue bautizado el “presidente más pobre del mundo”, aunque unos lo llamaban así por admiración y otros con sorna. Uno de los fundadores del movimiento Tupamaros, Mujica fue encarcelado en 1973 por la dictadura militar y permaneció 12 años en prisión; fue liberado en 1985: “pasé tirado un calabozo más de diez años, totalmente aislado. Siete años sin un libro. La noche que me ponían un colchón me ponía contento. Sobreviví... Si no hubiera tenido esa experiencia no sería lo que fui. Aprendes más del dolor que de la bonanza”.

Su lectura de la realidad y su estilo modesto de vida despertó la inmediata simpatía de millones de personas de distintos países que tienen una mirada crítica hacia sus dirigentes. “Vivimos en una civilización en la que el mercado es el nuevo dios. Una cultura funcional a las necesidades del mercado que impulsa un hiperconsumo. Una cultura no son solo los cuadros que se cuelgan, las bailarinas que bailan o la poesía que se escribe, sino la cotidianidad de nuestras relaciones. Hoy parece que si no compramos, somos infelices”, sostiene.

Durante su gestión presidencial y luego como senador, siguió viviendo con su esposa -también legisladora- en su chacra con un mínimo de vigilancia y desplazándose en su antiguo Volkswagen. Una buena parte de los sueldos del matrimonio es destinada a causas solidarias. En los todos los púlpitos, Pepe siempre les dedicó palabras a los jóvenes: “las nuevas generaciones tendrán que luchar porque hay que mantener la llamita de la libertad. Y aún la libertad interior, esa libertad que jamás pudo pisotear la más cruda de las dictaduras… la vida no se compra, porque no se puede acumular dinero para adquirirla… lo más trascendente de la vida son los afectos y los afectos no lo dan las cosas, lo dan los cosos… lo principal no es triunfar, es volverse a levantar cada vez que uno cae”.

En opinión de Mujica, vivimos en una sociedad cada vez más global pero sin un proyecto colectivo. La globalización nos impone aplicar políticas globales para solucionar nuestros problemas pero no lo estamos logrando; no logramos razonar como especie.

Uno de sus méritos es haber sido coherente con lo que piensa, dice y hace. Ha vivido la política como debería ser para cualquier dirigente: una vocación de servicio, expresión que se ha convertido en una frase vacía en los discursos. A menudo, observamos que en nuestro país (también en Tucumán), la política se ha convertido en sinónimo de gozar de privilegios, de incrementar el patrimonio personal propio, de parientes y amigos, de tener impunidad judicial. “La política es una pasión, no es una herramienta para vivir de, es vivir para. Entonces, si sos republicano a fondo, tenés que vivir como vive la mayoría de la sociedad, no como la minoría privilegiada”, afirma Mujica. Sería un progreso importante para nuestra democracia si ese principio elemental lo practicaran quienes conducen nuestros destinos.

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