Festejar no siempre significa ganar. Mucho menos en política. La celebración en política es parte de una puesta en escena. Lo que se pretende es mostrar ganador a un candidato en elecciones o a un funcionario en su gestión. Como cuando un gobernante afirma que estamos progresando, cuidando el futuro, que se están haciendo obras, que está mejorando la economía, que baja la inflación, el desempleo y la pobreza, o también que se está combatiendo exitosamente al delito.

Pese a que la realidad nos muestra síntomas diferentes, no está en el ADN de la política argentina reconocer errores ni mucho menos fracasos si los hubiera. La autocrítica es considerada una debilidad para nuestra dirigencia de tercer mundo.

Hay que mostrarse siempre exitoso, ganador, seguro, fuerte. Esa es una de las principales razones por la que nuestro país gira en un círculo vicioso desde hace medio siglo, donde cada cuatro años refundamos la Nación, hacemos borrón y cuenta nueva y volvemos a empezar de cero. Por ese motivo no avanzamos, seguimos estancados, repitiendo siempre los mismos errores, sin reconocer los aciertos del adversario, o más grave aún, sin admitir los errores propios.

Ninguna enfermedad se cura sin un diagnóstico correcto. Y para la política argentina el único diagnóstico válido es culpar al otro. Así venimos hace demasiado tiempo y es la causa que explica el hartazgo de la gente, cada vez más amplio y profundo, el voto bronca y el ausentismo electoral.

Apatía y castigo

Con poco más del 66% de participación a nivel nacional, las PASO del 12 de septiembre fueron las elecciones con el mayor ausentismo desde que se crearon las primarias, hace 10 años.

El domingo pasado todos festejaron, incluso los candidatos del Frente de Todos (FDT), que anticipadamente bailaron y celebraron sobre un escenario en La Plata, alrededor de las 20, antes de que se conociera la paliza que iban a sufrir.

La intendenta de Quilmes, Mayra Mendoza, se apuró en mandar a pegar afiches que decían “Gracias” junto a una foto suya sonriente, y al pie un epígrafe que rezaba: “Sigamos construyendo la ciudad que nos merecemos”.

Tras la derrota del FDT en ese municipio tuvieron que despegar los afiches. Un papelón, y fue otra confirmación de que las celebraciones son una puesta en escena.

Se puede inferir que siete de cada 10 argentinos votaron en contra del gobierno nacional. La peor derrota del peronismo desde 1983.

También festejaron los radicales, que se adjudicaron el triunfo en la provincia de Buenos Aires, lo mismo que PRO, que pintó matices amarillos en buena parte del país.

La izquierda brindó porque hizo una buena elección respecto a otros años y festejaron los libertarios, con Javier Milei a la cabeza, que debutaron en política con un alentador 14% en la Ciudad de Buenos Aires.

El Gobierno quiso primero responsabilizar a la pandemia por la derrota, pero rápidamente sepultaron este argumento.

En las últimas 45 elecciones en el mundo pandémico, en 37 ganaron los oficialismos (fuente C5N). Los datos son concluyentes.

Los brindis en el Jardín

En Tucumán tampoco ganó nadie, pero todos festejaron. Juntos por el Cambio perdió con el peronismo, incluso dividido, pero celebraron que el intendente Germán Alfaro tiene prácticamente la senaduría en el bolsillo, de repetirse los resultados en noviembre, lo mismo que el intendente Roberto Sánchez, en la categoría de diputado nacional.

En Fuerza Republicana se alegraron y agradecieron a sus votantes por haber conservado 70.000 votos; mientras que en el Frente Amplio (Federico Masso) y en el Frente de Izquierda también festejaron la hazaña de haber pasado a las generales.

En el peronismo celebraron el gobernador Juan Manzur porque resultó primero, pese a que no llegó a 30 puntos (29,7 %), y el vicegobernador Osvaldo Jaldo, porque consiguió un lugar en la lista de diputados y porque obtuvo 183.000 votos, lo que significa que si compitiera con un partido propio sería la tercera fuerza de la provincia, detrás de Juntos por el Cambio que suma los votos de tres listas que compitieron en las PASO.

Ganar no es sacar más votos

Manzur fue el más exultante cuando se conocieron los resultados, no obstante haber recibido electoralmente algunas derrotas. Y tuvo esas caídas por varias razones.

La primera es que no cumplió con el principal objetivo de las PASO, que era aplastar a Jaldo, duplicarlo o triplicarlo en cantidad de votos. Su lista apenas obtuvo el 35% más de sufragios que la del vicegobernador. O al revés, Jaldo consiguió casi dos tercios de los votos de Manzur, y en franca inferioridad de condiciones.

La segunda razón es que se puede interpretar que siete de cada 10 tucumanos votaron en contra de Manzur, o leído de otra forma, el 70 % de los votantes eligió a otro candidato.

Es decir, si se considera que las PASO plebiscitaron su gestión, una mayoría le dijo no.

La tercera razón por la que Manzur tuvo derrotas en Tucumán es que ninguno de los otros candidatos contó con los descomunales recursos de la lista oficial.

Tentaron a miles para conquistar votos. Incluso, durante la veda electoral repartieron millones de pesos en toda la provincia. Cometieron delitos electorales federales a plena luz del día y en la cara de todos. No llegaron hasta los estrados judiciales ni se actuó desde la Justicia por este tema.

Sólo en el departamento de Cruz Alta, según las cifras que reveló ante las cámaras de LA GACETA Arturo “Chicho” Soria, comisionado rural de La Florida, se distribuyeron no menos de 300 subsidios de $ 5.000 por comuna (son 12), más otros 2.000 para votantes de Alderetes, que dependen de concejales manzuristas en esa intendencia jaldista, que también fueron a cobrar a la comuna de Soria.

Sólo esta partida que se entregó entre el 7 y el 10 de septiembre, además este último día en plena veda, representaron unos 28 millones de pesos.

Esta es sólo una foto. La película entera se completa con 19 municipios y 93 comunas en la provincia.

Estamos ante cientos de millones de pesos repartidos y disfrazados de ayudas humanitarias.

La “aparateada” del Gobierno incluye además el reparto de cargos y promesas; el pago a los votantes contra presentación del troquel del sufragio (entre $500 y $1.000); la movilización de miles y miles de electores el día de la elección, donde se gastan otros millones de pesos en alquiler de autos y motos; y el reparto humillante de bolsones con alimentos.

Todo esto ante la vista de autoridades judiciales (en las elecciones provinciales ocurre lo mismo), registrado y documentado por LA GACETA, y admitido por los propios funcionarios y punteros ante las cámaras del diario.

Es por ello que la participación en Tucumán (79 %) fue muy superior a la media nacional y es la más alta del país, por lejos.

¿Acaso alguien puede llegar a creer que en esta provincia fundida y atrasada hay más conciencia cívica y más educación democrática que en Córdoba, Santa Fe, CABA o Mendoza?

El altísimo índice de afluencia a las urnas es otra prueba contundente de la compra de votos y el acarreo de gente.

En todo el país hubo mucha menos concurrencia que en Tucumán: Santiago del Estero (68 %); La Rioja (62 %); Salta (58 %); Jujuy (64 %); Catamarca (58 %); Formosa (68 %); Chaco (59 %); Corrientes (63 %); Misiones (65 %); Chubut (66 %); Córdoba (63 %); La Pampa (68 %); Entre Ríos (72 %); Mendoza (72 %); Neuquén (75 %); San Juan (67 %); Río Negro (67 %); Santa Fe (64 %); San Luis (68 %); Santa Cruz (63 %); y CABA (70 %).

Datos claros y contundentes.

En bancarrota

Casi todos los espacios políticos -no todos- apelan a este tipo de prácticas clientelares y delictivas, a partir de otra gran estafa: los acoples, que cuando los comicios son nacionales están ocultos en las listas sábanas. La diferencia está en los recursos, que es de 10 a uno comparando la lista oficial con las opositoras.

Aquí está la explicación de porqué dos o tres meses previos a cada elección suelen producirse retrasos en el pago de sueldos estatales, de subsidios a las escuelas y de pagos a clientes y acreedores del Estado.

Aquí va también el dinero de la obra estatal que falta y del profundo deterioro de la infraestructura pública.

Echan mano a todo lo que pueden con alevosía insaciable. Ni los comedores populares se salvan, como denunció Gabriela Gramajo, una dirigente del Polo Obrero que administra 30 comedores. “Desviaron alimentos de los comedores para repartirlos en bolsones”, acusó.

En conclusión, el oficialismo también fue derrotado porque obtuvo sólo el 29,7 % de los votos empujado por un aparato que cuenta con miles de punteros y millones y millones de pesos para comprar voluntades vulnerables y carenciadas.

Entonces, nos surge el siguiente interrogante: ¿cuántos votos obtendría el oficialismo sin el aparato y la enorme billetera? De primera mano es imposible saberlo, pero con seguridad sería un número significativamente menor, quizás la mitad o hasta un tercio, con suerte.

Lo sabemos porque ya lo vimos con José Alperovich. Con el respaldo de la billetera estatal cosechaba más de medio millón de votos.

Cuando bajó al llano mordió el polvo y salió cuarto en 2019, con apenas 11 puntos (100.000 votos), superado incluso por Ricardo Bussi.

Con una caja infinita, Manzur sacó este domingo, con un padrón más grande que hace dos años, sólo 18 puntos más que Alperovich en 2019.

Probablemente, en la llanura, sin dinero y aparato, Manzur no conseguiría semejante cantidad de sufragios.

En noviembre será diferente, porque el peronismo competirá unido. En cambio, las PASO nos mostraron una radiografía más exacta, más sincera.

Comentarios